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Planto

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El planto (o llanto), también llamado endecha, es un tipo de elegía, propio de la Edad Media, en que el poeta lamenta el fallecimiento de un ser querido. Si es de carácter popular, se denomina endecha; si de carácter culto, planto.

Las endechas populares

El pueblo soía entonar canciones funerarias que expresaban el dolor por la muerte de un ser querido, y se cantaban desde muy antiguo: Alfonso X el Sabio ordenó que los clérigos se retirasen de los entierros cuando los acompañantes endechassen. La más antigua conservada es la que entonaron las damas canarias en la muerte del caballero Guillén Peraza (1443):

Llorad las damas, / si Dios os vala,
Guillén Peraza / quedó en la Palma,
la flor marchita / de la su cara.
No eres palma, / eres retama,
eres ciprés / de triste rama,
eres desdicha, / desdicha mala.
Tus campos rompan / tristes volcanes,
no vean placeres, / sino pesares,
cubran tus flores / los arenales.
Guillén Peraza, / Guillén Peraza,
¿dó está tu escudo, / do está tu lanza?
Todo lo acaba / la malandanza.

En la literatura histórica

En la literatura castellana, el primer ejemplo de elegía funeral o planto que aparece es el Planto que fizo la Virgen el día de la Pasión de su Fijo, de Gonzalo de Berceo. Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, incluyó un planto por la muerte de Trotaconventos en su Libro de Buen Amor (siglo XIV). Las Coplas a la muerte de su Padre de Jorge Manrique (siglo XV) suponen la máxima expresión del género, ya al fin de la Edad Media.

En la literatura catalana, las primeras manifestaciones de plantos, llamados planys las encontramos en los trovadores, en la Lengua D'Oc, el Occitano, lengua que utilizaron en su versión koiné más arcáica para realizar sus composiciones.

En el siglo XX

Algunos poetas españoles del siglo XX trataron de revitalizar el género, en especial el grupo generacional de 1927, siguiendo su directriz de unir tradición y vanguardia. Así, por ejemplo, el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, de Federico García Lorca o la Elegía a Ramón Sijé de Miguel Hernández:

Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.
No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.
Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.
Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.
No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofe y hambrienta.
Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte
a parte a dentelladas secas y calientes.
Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.
Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de mis flores
pajareará tu alma colmenera.
(Miguel Hernández, siglo XX)