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Para un vivo otro vivo

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Para un vivo otro vivo
de Arturo Reyes


- I -

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-¿Qué edá dices tú que tiée Pepilla la Picarona?

-Me parece a mí que debe andar pisando cuasi er dos con un cerito a la vera.

-¿Y la estatura?

-¿La estatura? Rigular.

-¿Y de jechuras?

-¿De jechuras? Yo no te diré más, sino que ca vez que me la tiro a la cara, me entran la mar de ganitas de darme un chapuzón en la Escollera.

-¿Y de cara?

-¿De cara? ¡Uyuyuy! ¡De cara! Lo menos jechó Dios una quincena en fabricar ca una de sus farciones, y tiée una nariz que es un dije, y una boca que es otro dije, y dos orejas que son dos dijes, y dos ojos que no son ya dos, sino doscientos mil millones de dijes; en fin, un pasmo, chavó, un pasmo es lo que tiée Pepilla por frente y por perfil, y aluego si fuera eso sólo, menos mal; con taparse dambos ojos con dambas manos cuando se la trompezara uno... Pero lo malo es que tiée un metal de voz que parece que es que flée embargá una alondra en la campanilla y aluego que güele como si tuviera en ca poro una violeta, y no te digo na de cuando trinca la guitarra, porque es que cuando la trinca, me río yo del Pipi, del Tunela y hasta del hijo del de los Bollos calientes.

-Camará, pos di tú que sa menester no salir de casa los días en que esa gachí luzca el garbo por el distrito.

-Como que yo creo que si ahora se muere más gente en el barrio no es por mo de lo que corre, sino por mo de esa gachí, que descoyunta a to aquel en quien clava sus ojitos, que paecen que se lo barnizan con rayos de sol toítas las mañanas trempano.

-¡Camará, y a ese estrupisio de hermosura quiées tú que yo le tire el cerote! ¡Pos ni que yo te hubiera sacao una finca a la subasta!

-Hombre, te diré, si quiero yo que tú lo pongas los espartitos a esa gachí, es porque esa jembra hace que sean pa mí siempre canícula toítas las estaciones. ¿Te enteras tú bien de lo que yo te estoy platicando?

-Que me den una puñalá aonde yo diga, si te entiendo, chavó. ¿Que tú quiées que yo le jaga la ruea a la Picarona, porque a ti la Picarona te gusta más que los molletes con manteca?

-Tú lo has dicho, chavó: mucho más, pero muchísimo más que los molletes.

-Pos que me coja un tranvía elértrico si me pueo yo explicar eso que tú me dices, Antonio.

-¡Camará, y lo poquito que chanelan tus güesos! Suponte tú lo que es la verdá, que tú eres er mozo más pinturero, más bien dotao de perfil, más jechaíllo pa alante que hoy en Málaga luce las jechuras, y que tú le tiras el chambel a esa brotolita de nácar y que esa brotolita de nácar muerde el anzuelo y empieza a tomarte afición y te la toma a to trapo.

-Pero manque eso fuera der mo que tú dices, ¿qué es lo que dibas a conseguir tú con eso, si yo dentro de quince veces veinticuatro horas, en cuantico suene en esta badía la sirena del trasarlántico que yo espero, meto mis cuatro pares de carcetines en una sombrerera y dentro de na estoy chupa que chupa cañadú en cualesquiera de los ingenios de La Habana?

-¡Mía qué gracioso eres tú! ¿Pos te crees tú que si no fuera asín, diba yo a aconsejarte que me chambelearas a mi morucha? Yo te lo aconsejo porque sé que te vas en cuantico llegue el trasarlántico que tú esperas.

-Pero ¿qué vas tú consiguiendo con que yo me meta en ese chapuz?

-Pos yo -repuso mirándole con aire evangélico el Urdiales- voy consiguiendo una cosa; y si no, vamos a ver. Si a ti te pusieran delante de tus ojos un estuche con un remontúa de oro y otro remontúa de plata fina, y otros muchísimos remontúas de metal, ¿cuál remontúa escogerías tú pa ponértelo en er chaleco?

-¡Mía qué Dios! ¡Cuál diba a ser sino el de oro!

-Y si por casolidá te escamoteaban el de oro y no pudieras colgarte el de oro, ¿cuál de los otros que queaban escogerías tú pa tu calabrote?

-¡Mía qué Dios, pos el de plata!

-Pos bien: tú eres el remontúa de oro, y el de plata fina yo, y los de metal los otros que andan cimbeleando a la Picarona. Ahora bien: manque tú no conozcas a la Picarona, la Picarona te conoce a ti, porque tú pasas cuasi tos los días, porque no tiées más remedio que pasar, por la acerita en que ella vive, y yo sé de mu güena tinta que tú le gustas a ella a morir, y que por mo de esto yo no adelanto naíta con ella, y por eso me he dicho yo pa mí: «Si Manolo le tira los chambeles a esa gachí, esa gachí se cuela de chipé; a los quince u veinte días Manolo está cantando tangos y soleares en la proa del trasarlántico, y la Picarona al ver que en el estuche no quea más que un reló de plata y otros cuantos de níquel, pos lo que es natural: chingaíta de muerte porque se le ha escapao el de oro, pos apechugará con el de Plata, y como el de plata soy yo..., ¡pos velay tú! La cosa me va a resultar a mí que ni pintá por pintores.

-Pero qué necesidá hay pa eso de que yo me arrime a esa gachí, porque si es verdá que yo no le arreboto el estómago a ella, como yo dentro de na me voy, pos tú te queas jechito el amo sin que te puean llevar a ti el purso en ese negocio ninguno de los remontúas de níquel.

Antonio, que no esperaba sin duda lo que acababa de objetarle su amigo, quedóse un tantico turulato durante algunos instantes, y transcurridos éstos, exclamó sonriendo plácida y bondadosamente:

-Es que a mí, la verdá, a mí me conviée muchísimo la cosa, porque como yo soy el de más confianza de tus amigos, ten tú la seguridá de que en cuantito tú izes el ancla, no va a querer Pepilla platicar con naide más que conmigo, y lo que pasa en estas cosas, platicando, platicando conmigo de ti, arrematará por no acordarse ni del santo de tu nombre...

-Güeno, pos siendo asín, se te servirá, hombre, se te servirá, repúsole Manolo sonriendo con marcadísima ironía, e incorporándose añadió al par que le colocaba una mano sobre el hombro:

-Y ahora, dime: ¿aónde vive esa jembra tan rebonita?

-Pos ahí, casi a la vera, dos casas más abajo de aonde vive Dolores la Quinquillera.

Y momentos después, ya lejos de su amigo, murmuró con acento que era un misterioso himno de triumfo:

«¡Lo que es ahora, me parece a mí que se le va a caer hasta el pelo al Zargatona!»


- II -

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No había mentido del todo el Urdiales al hacer la descripción de la Picarona, la cual en el momento en que la sacamos a relucir, entreteníase en charlar amistosameute con Dolores la Campechana en el patio del corralón donde ambas tenían sentados sus reales.

-¿Conque entoavía colea el Zargatona? -preguntábale la segunda a la primera al par que subía una liga sin tener que faltar al recato debido, o sea, sin arremangarse la crugiente falda de percal ni las limpísimas enaguas.

-¡Vaya si colea! -repúsole la Picarona; y, encogiéndose desdeñosamente de hombros después, continuó-: Pero por mí, que colee jasta que se le caiga el rabo. No será fijamente ese gachó el que a mí me quite los núos de las enaguas blancas ni el que me arruge la chapona.

-Pero vamos a ver, ¿por qué le has tomao tú tantísima tirria a ese gachó, que yo me entere?

-Pus por la mar de cosas; poique a mí no me gustan los hombres que desazogan los espejos; que se creen que se lo merecen to, y que por añadidura quieren que a toas nos caiga tiricia por su presona, si no por la güena por la mala, a traganúos, como si fueran el Santolio.

-Eso será otra cosa; eso será que a ti no te güele a podrío el Urdiales.

-¿A mí el Urdiales? Pos si el Urdiales vale muchísimo, pero que muchísimo menos que el Zargatona, porque el Zargatona, al fin y al cabo, y a pesar de que se unte blandurilla en er pelo y se unte cosmético en er bigote, es un hombre. Pero el Urdiales es un pendón que desde que le dio en la nariz el Zargatona, cuando pasa por la calle, si el otro está de centinela, yo no sé cómo no se las gasta de tanto mirárselas, las puntas de los brodequines.

-¿Es de verdá eso que tú dices, Pepilla?

-¿Que si es de verdá? Pos si eso está ya a chavo y a cuarto; si saben ya jasta en la serranía que el Urdiales le teme al Zargatona más que a un miura.

-Entonces vamos a ver, ¿cuál te gusta a ti más de tos los que quieren hirnotisarte?

-Pos el que más me gusta de tos, ya sabes tú quién es: uno que no me mira y no me come más que con el rabillo del ojo.

-Vaya, de fijo que ése es Manuel, el amigo del Urdiales.

-El mismo. ¡Y la verdá es que no sé por qué me gusta a mí ese hombre!

-¡Toma! Te gusta por lo mismo que te gusta er chocolate con bizcochos, porque el Manuel es uno de los hombres por el que pudiera darse con una piedra en los dientes la que más presumiera de bonita.

-Es que como a mí no me gustan los hombres güenos mozos...

-Los que a ti no te gustan no son los güenos mozos, sino los que saben demasiado bien y de corrío que lo son, ¡ésos son los que a ti no te alegran las pajarillas, salero!

-¡Pos mira! Quizá sea la verdá lo que tú dices.

-Vaya si es verdá. ¿Y dices tú que el Ecijano te mira con el rabillo del ojo?

-¡Vaya!, lo que te digo. Me mira, pero como si fueran a jacerle que pagara contribución por mirarme.

Y no pudieron terminar el diálogo las dos amigas, porque en aquel momento gritó desde la puerta del patio la hija de la Cenachos, una chavalilla greñuda y esctiálida, de magníficos y negrísimos ojos, interrumpiendo a Pepilla la Picarona:

-Venga usté, Pepita, que en la ventana hay un hombre preguntando por usté.

-¿Un hombre?

-Sí, señora. Un hombre o una cosa mu parecía, que me ha dicho que le diga a usté que se llama Manolito el Ecijano.


- III -

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No hizo esperar mucho a éste Pepilla la Picarona, la cual, después de alisarle el pelo rapidísimamente y de pasarse la borla de los polvos por el bellísimo semblante en la habitación de su amiga, salió disparada hacia la suya, no sin acortar y convertir en lentísimo su paso al atravesar sus umbrales.

No habíale engañado ciertamente la hija de la Cenachos, que apoyándose con tina mano en uno de los hierros de la florida reja, y con la otra abarcándose parte de la cintura, en la coronilla el amplio cordobés, gallardo, rudo y sonriente, aguardábala el hombre aquel al cual acababa ella de darle el primer lugar entre todos los de su gusto.

Pepa, llegado que hubo cerca de la ventana, preguntóle seria y desdeñosamente, al parecer, a Manolo con voz que no parecía invitar a la confianza.

-¿Es verdá que ha preguntao usté por mí a la hija de la Cenachos?

-Tan verdá como que Cristo murió entre dos ladrones.

-¿Y se puée saber pa qué me quiere usté a mí y quién es usté, pa que yo sepa con quién estoy gastando saliva?

-Pos yo soy un civil disfrazao que viene en busca de usté pa llevársela a un calabozo.

-¿Y qué delito he cometío yo, arma mía, pa que quiera usté meterme en un calabozo?

-Pos no uno, sino la mar de delitos son los que ha cometío usté con un gachó que jace mu poco tiempo que ha venío de Ecija pa embarcarse pa La Habana, y el cual ha estao jace un ratillo en el cuartel y me ha dicho que le han robao cuasi to lo que traía consigo, y que es usté la que ha jecho con él esa fechoría.

-¡Bien dicen que Dios nos libre de un falso testimonio asín como de una mala lengua! Yo no soy capaz de robarle una pluma a una golondrina.

-Pos él dice que usté ha sío la que le ha robao to lo suyo.

-Y se puée saber qué es lo que traía ese probetico de la tierra de los güenos atajarres.

-Pos sigún me dijo el mozo, lo que le ha robao usté ha sío er corazón, er sueño, las ganas de comer y jasta la manera que tenía antes de echar el habla del cuerpo.

-Pos dígale usté a ese hombre de mi parte que toíto eso es un cuento que le han contao; que yo no le he robao naíta; que se registre bien y verá como lo encuentra to, y si no lo encontrara ahora por casolidá, que en cuanto esté en el trasarlántico lo encontrará fijamente en la boega, y si no en la boega, en el palo de mesana.

-Pos yo no le digo eso al Ecijano, que es más delicao que un ramillete y va a ser eso pa él muchito peor que la ruea de las navajas.

-¿Y se pudiera saber, ya que tanto le interesa a usté ese hombre -preguntóle sonriendo graciosamente Pepilla, al par que se sentaba en el poyo de la reja-, desde cuándo ha advirtío ese gachó que le han quitao tantas cosas como dice usté que le han quitao?

-Pos le diré a usté -repúsole dulce y gravemente el Ecijano-, lo menos jace ya una semana que ese hombre, una noche que pasó por aquí se encontró al dirse a su casa que le habían tomao toas las cosas que dice, y enseguiíta se dijo él: «Ya sé yo quiénes son los dos charranes que se han cargao conmigo esta malita faena».

-Pero ¿eran dos o uno? -preguntóle zumbonamente la Picarona.

-Era una maravilla que tiene dos charranes en la cara.

-Güeno, siga usté, que eso me va distrayendo.

-Pos bien: el Ecijano al verse sin aquellas cosas que tanta falta le hacían lo primerito que pensó fue venir a escape a pedirle a usté lo que usté le acababa de quitar, pero cuando ya estaba en la mitá der camino se enteró de que la que había hecho con él aquella perrería era el delirio del que él creía el mejor de sus amigos, y que se llama...

-¡No me miente usté eso, hombre, que a mí con na se me arrebota el estómago! -exclamó interrumpiéndole bruscamente la Picarona.

Y con tal acento de desprecio hubo de decir esto Pepa, que le chispearon de júbilo los ojos al Ecijano, que continuó con acento dulce y vibrante:

-Pos bien, pus por mentao. Como ese gachó tiée más dura que un yunque la voluntá y no sabe jugarle a naide una mala chanaíta, empezó el hombre a darse contravapor y a jecharse la galga por no darle que sentir a su amigo, a pesar de que éste no le había dicho naíta de lo que tanto le dolía, y por mo de esto no fue antes al cuartel a darnos parte de lo que había jechito usté con su presona.

-¿Y cómo es que hoy el hombre se ha decidío a jugarle esa mala partía al mejor de sus amigos?

-Pos porque el Ecijano ha visto esta mañana el cielo abierto, porque su amigo ha querío jugársela de vivo, porque se ha enterao de que no es amigo suyo de verdá, porque ese caballero le tiée asquito a un tal Zargatona que anda cimbeleándola a usté, y que no quiere que naide cante unas malas seguirillas en este alero, y como le tiée asquito pos le ha querío dar coba al de Ecija, pa que el de Ecija, sin saber lo que se jacía, le quitara el mal bicho del reondel, y el Ecijano, como es natural, se hizo er lila y como ya no tiée que guardarle consecuencias a naide, pos velay usté, se ha dío en busca mía, y yo me he venío aquí pa decirle a usté que o le degüelve usté a ese hombre toíto lo que le ha quitao o se jura la constitución ahora mismito al pie de su ventana.

-Pero ¿qué falta le hace al Ecijano eso, cuando dentro de na, sigún parece, se va a dir al otro mundo?

-Pos si no se lo degüelve usté, la cojo a usté, la prendo a usté, y er día antes de que salga el vapor la llevo a usté a la parroquia y la meto a usté en el trasarlántico. ¿Usté se entera, señora?

-Pues puée usté jacer lo que le dé la repotente gana, porque lo que es yo no le degüelvo esas cosas al Ecijano.

-¿De verda? -exclamó éste como si pretendicra aprisionarla toda entera con sus ojos negrísimos y centelleantes.

Pepa sintió que la sangre le subía a las mejillas, y posando la mirada en el alféizar, al que se entretenía en atar y desatar los picos del pañuelo de crespón que se atersaba sobre su arrogantísimo seno, murmuró con voz suave y dulcísima:

-¡Vaya si es de verda lo que le digo!

Y como en aquel momento alzara la vista la Picarona, entablaron, intensos e inmóviles, un ardiente diálogo de amor los ojos de ambos enamorados, que no pudieron darse cuenta de que en aquel momento desembocaba en la calle braceando gallardarnente el famoso Zargatona, el cual detúvose un instante, sorprendido e iracundo, al ver al también famosísimo Ecijano en la reja de la mujer querida, avanzó después decidido hacia ellos, y al llegar casi a su lado, vaciló un instante, dominó en él por fin la prudencia a la ira, y se alejó lentamente murmurando con voz sorda y balbuciente:

-No, no tengo yo ganas de volver a jugar al tute en el Peñón de la Gomera.



(ESPAÑA. Rev. de la Asoc. Pat. Esp. B. Aires, 7-IV-1907)