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Camila o la virtud triunfante

De Wikisource, la biblioteca libre.

CAMILA

ó

LA VIRTUD TRUINFANTE




NOVELA ORIGINAL
de
E. del C.




BUENOS AIRES.

Imprenta de la Revista




1856.

A MIS LECTORES.

Aquí teneis, amados carísimos lectores,
La obrita que mi mente pobrísima forjó;
Disimulad los muchos, crasísimos errores
De que mi débil pluma sus páginas sembró—


No hay bellos pensamientos, magnificas creaciones,
Destellos de elocuencia, celeste inspiracion,
No encierra del talento las ricas concepciones,
Mi insulsa, nula, pobre y humilde produccion.


Vosotras bellas niñas, frenéticas amantes
De Dumas, Ayguals de Izco,de Mery y Pablo Kook,
Del afamado Sué, del inmortal Cervantes,
Martinez de la Rosa y el ilustrado Scott,


Lanzad á mi Camila, tan solo una mirada,
Que es hija desvalida de mi imaginacion.
¡Miradla á vuestras plantas! ... La pobre arrodillada
Vuestra indulgencia implora y os pide proteccion.


El Autor.
CAPITULO I.




CELOS.




Era la noche del 23 de Mayo de 1854.


El reloj del cabildo de Buenos Aires marcaba las ocho, aumentando con el tañido de su vibrante campana, el bullicio entusiasta que reinaba al pié de la blanqueada torre.

El heróico pueblo de Buenos Aires festejaba en esa noche la jura de su constitucion política.

¡El pueblo de Buenos Aires!

¡La dorada cuna de la libertad americana, pisoteada veinte años por la planta inmunda del dictador Rosas!

¡La patria de Belgrano, San Martin, Casteli y Moreno, doblegada veinte años bajo la sangrienta cuchilla del neron argentino!

El gran püeblo de Buenos Aires, en cuyas sienes se ostentan los verdes y gloriosos laureles de Mayo, acababa de despertar del horroroso letargo, en que la ambicion desmedida del general Urquiza y las mezquinas y torpes miras del caudillo Lagos, lo habian hundido con nueve meses del mas estrecho sitio.

Este heróico y glorioso pueblo, habia jurado en ese mismo dia y á la sombra del árbol hermoso de la libertad, regado con la sangre de los descendientes de Mayo, respetar y sostener su carta constitucional, base feliz del órden de los pueblos, y fuerte barrera levantada ante las arbitrariedades del caudillage.

Buenos Aires se elevaba en ese dia á la altura de un Estado independiente.

La hermosa plaza de la Victoria, en cuyo centro se levanta altiva, la gloriosa piramide, símbolo hermoso de las inmarcesibles glorias de la república Argentina, y levantada por las manos de los heróes de 1810, en medio del humo del cañon español, estaba elegantemente decorada.

Vistosas banderas nacionales y estrangeras, ondeaban graciosaménte en las iluminadas cúpulas de los hermosos arcos góticos que circundaban la anchurosa plaza.

Las músicas militares colocadas al frente del departamento general de policia, regalaban á la numerosa concurrencia, hermosas y variadas melodias, que mezcladas con el susurro de las ondulantes banderas y con el murmullo suave de las mansas ondas del vecino y plateado río, daban á aquel hermoso cuadro una dulce y mágica animacion.

Un hermoso carruage con el escudo de armas del estado, tirado por soberbios caballos de color de ébano y escoltado por cuatro elegantes carabineros, que montaban hermosos caballos, tan blancos como la nieve que corona las crestas de los altos Andes, entraba á la plaza por la calle de Santa Rosa.

Era el coche del Gobierno.

Detúvose frente al departamento de policia, y bajó de él el gobernador del Estado, acompañado de sus ministros, en medio de los entusiastas ¡vivas! con que la concurrencia victoreaba á la patria, á la constitucion y al gobierno.

Las músicas entonaron el inmortal Himmno Nacional, à cuyo mágico sonido laten enchidos de entusiasmo patrio, los corazones Argentinos.

Multitud de cohetes y caprichosas bombas de luz poblaron el aire y dióse por fin la ansiada señal de incendiar los fuegos artificiales, colocados en la bonita reja que corona en todo su frente el bello edificio denominado Recoba Vieja.

El vistoso y elegante arco que forma su centro vióse como por encanto coronado de fuego.

La viva claridad que arrojaba éste sobre el nevado frontis de la catedral, casa de justicia, departamento de policia y recoba nueva, parecía decir á la concurrencia estrangera—He ahí los interpretes fieles del adelanto y cultura del pueblo porteño. Esta radiante y repentina iluminacion, bañó con sus rayos mil elegantes grupos, dignos del pincel de los Rafaeles y Murillos, que las graciosas porteñas formaban apiñadas, bajo los arcos de la recoba nueva, casa de justicia, y sobre la hermosa gradería de mármol de la catedral, cuyas blancas y elevadas columnas daban á aquel espectáculo un aspecto verdaderamente encantador.

El bello secso porteño, ostentaba en sus magníficos y vistosos trages, los dulces colores del pabellon glorioso que sostenido por los robustos brazos de los libres de Sud América, recibió como bautismo, los dorados rayos del sol que brilló el 25 DE MAYO DE 1810, alumbrando à un pueblo de héroes, que al grito sagrado de ¡¡¡VIVA LA LIBERTAD!!! trozaba en mil pedazos la férrea y oprobiosa cadena con que lo hiciera gemir el despotismo de estraños reyes, y humillando al arrogante leon de Iberia daba la ansiada libertad á la mitad del Nuevo Mundo.

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Dejarémos para otra pluma mas feliz la descripcion de este bello cuadro, y nos contraerémos a seguir de cerca á dos jóvenes; que, envuelto el uno en los anchos pliegues de su elegante buckingam, y cubierto el otro con el emboce de su pardo talma recorrian de estremo á estremo, interior y exteriormente la Recoba Nueva. Detuviéronse de pronto, y uno de ellos dijo al otro:

—Con esta querido Cárlos creo que van quinientas veces que pasamos y repasamos por el cuarto arco de la Recoba Nueva, y maldito si hemos conseguido ver otra cosa que nuestras pobres humanidades, molidas por los estrujones de la estrujadora y estrujada concurrencia. Por lo visto parece que la niña ha tenido la femenina ocurrencia de darte una bonita broma.

—No soy de tu opinion Arturo amigo, contestó el otro; creo conocer el carácter de Camila, y este conocimiento me dice que es incapaz de darme una broma semejante, máxime, cuando habiamos convenido con su tia, que, de aquí las acompañaria al teatro.

—Vamos: me parece acertar con el busilis, con el nudo gordiano, con la piedra filosofal ó de toque, de la falta á los fuegos de tu sin par Dulcinéa.

—Te suplico encarecidamente Arturo que, dejando aparte tus bombásticas frases y locuras, te espliques con seriedad: ¿qué opinas tú de la falta á los fuegos, de Camila?

—Yo opino.... que no voy desopinado al opinar con mi opinon, que es debida á la interesantísima, aunque intempestiva visita del leon de los elegantes, del niñito D. Blas Aguilar.

—¡Ira de Dios! No me faltaba otra cosa, sino que este ridículo vegete, viniese tambien esta noche á interponerse como una barrera entre Camila y yo. Mira Arturo: mi posicion actual es desesperada, y desearía los consejos de tu amistad en este crítico caso.

—¿Olvidas querido Carlos aquel antiguo adagio que dice consejos no ayudan á pagar?

—Dime Arturo ¿tienes algun compromiso esta noche? preguntó Carlos, sin cuidarse de contestar á su amigo.

—Tengo uno, sí: Champagne, carambola, habanos &a, con algunos alegres amigos; pero te veo tan reconcentrado en tí mismo, que no puedo menos de echar al diablo al café de Paris, con cuanto él encierra.

—Gracias Arturo: la concurrencia me sofoca: si quieres seguirme á la alameda, respiraremos un aire mas libre aunque algo frio y te impondré de todo lo que me afecta.

—¡Rayos! Creí que querías que nos embarcásemos, seguro estoy que no me harias semejante propuesta, si, en vez de estar en el año de gracia de 1854, estuviésemos en el de desgracia de 1840; porque seria muy espuesto y nada agradable que viniera á interrumpir tus confidencias el agudo y afilado puñal de la mashorca, brazo derecho y heróica sostenedora de la sagrada persona del famoso Héroe del Desierto, -del modesto Gran Mariscal, del celebérrimo Conde de Poblaciones, del Gran Génio Americano, del Ilustre Restaurador de las Leyes, del Ecselentísimo Señor Gobernador y Capitan General de la Provincia de Buenos Aires, General en Gefe de los Ejércitos de la Confederacion Argentina, Encargado de sus Relaciones Exteriores, de su Paz y de su Guerra, Defensor Heróico de la Independencia Americana, Gefe Supremo, Brigadier General D. Juan Manuel de Rosas.

—¿Qué dices de Rosas? Preguntó Carlos; que preocupado con sus pensamientos, no habia oido mas que las últimas palabras de su amigo.

—Decia y digo: contestó este, que cada vez que se habla de ir á la alameda de noche, un recuerdo lúgubre y siniestro viene á herir mi imaginacion. El recuerdo de la sangrienta época por que cruzó nuestro desgraciado pais. El recuerdo de las innumerables víctimas del foragido Rosas. El recuerqo de los malogrados Linca, Oliden; Meson, y tantos otros distinguidos é ilustrados jóvenes que al abandonar los lares paternos, para ir á engrosar las floridas filas del ejército que formaba el bizarro General Lavalle para derrocar el trono ensangrentado del verdugo de nuestra patria; caian en esa misma alameda bajo el puñal sangriento de los manchados servidores del tigre de Palermo.

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Tomaronse del brazo ambos amigos y se encaminaron á la álameda, luchando con la numerosa concurrencia que despejaba la plaza y qué á manera de un enojado mar se révolvia para ir á precipitarse en las clles de la iluminada ciudad. Bajaron Carlos y Arturo á la alameda despues de haber atravesado la Plaza de Mayo contigua á la de la Victoria, y se sentaron cómodamente en uno de los

escaños que primeramente se presentaron á su vista.

—Has de saber Arturo, dijo Cárlos, que me encuentro en una dolorosa posicion. Soy feliz una hora, para ser desgraciado un año. En los delirios de mi fantástica mente veo levantarse ante mis ojos, el panorama sublime de un futuro de felicidad. Luego lo veo circundadado por una densa nube que viene á envolver este espectáculo grandioso en una negray horrible oscuridad—Mi razon se pierde en el laberinto de mil encontradas ideas.

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—Con decirme que estas enamorado hasta la médula de tus huesos, querido amigo, te ahorrarias la molestia de hacerme la horrorosa descripcion de tus soñadas desgracias.

—¿Soñadas Arturo?

—Soñadas Cárlos.—Amas á una muger éOD todo el fuego del primer amor. El primer amor: como el segundo, el tercero y el centésimo, es amor, y al decir amor, ya comprenderás que quiero decir, desconfianzas, torturas, celos infundados, necedades y toda esa maldita sabandija que no tiene otra mision en este valle de lágrimas que la de revolver los ardientes cascos de los pobres enamorados.

—Nó, Arturo. Esta vez por mi desgracia, no son infundados los atroces celos que me roen el alma, esta vez no son meras desconfianzas, los tormentos que hacen de mi ecsistencia un continuo martirio. Esta vez, Arturo, es una realidad tan negra como horrorosa, la que me hace sufrir los tormentos del infierno y la que me hace mirar la vida como una pesada carga. Yo amo, Arturo, es verdad, pero este amor no es una de aquellas pasiones vulgares, no es uno de aquellos sentimientos vagos, á los que la falsedad del mundo ha dado el nombre del mal sublime, del mas grande de los sentimientos del corazon humano. Yo amo, Arturo; pero no con uno de aquellos amores que miente la sociedad y que en su misma mezquindad de fuerza, dejan en el corazon un vacio que no pueden llenar, y que queda para recibir nuevas y variadas impresiones. No Arturo, este amor gigante, este sentimiento colosal que nos es dado sentirlo pero no comprenderlo ni esplicarlo, ha absorvido todo mi ser. Es una portentosa, una incomprensible entidad que entronizada en mi alma, en mi corazon y en mi mente, ha llenado, ha ocupado el lugar de todas mis facultades, cambiando la paz de mi alma, la tranquilidad de mi espíritu por una sed abrasadora, por el deseo ardiente de un "algo" que en mi mismo aturdimiento no alcanzo á descifrar.

Si alguna vez hubieses sentido latir tu corazon con la violencia y al impulso de un amor como el mio: si alguna vez hubieses quitado los ojos del Eden dorado de la felicidad para medir con ellos el abismo negro y profundo de la desgracia: si alguna vez hubieses sentido internarse en tu pecho el helado puñal de los celos: si alguna vez hubieses llevado a tus labios el caliz amargo de la desesperacion: si alguna vez hubieses probado la cicuta, la ponzoña amarga del desengaño, en fin Arturo, si alguna vez te hubieses encontrado frente a frente con una de aquellas mugeres, cuya mirada mágica clava un solo sentimiento en el corazon, un solo pensamiento en la mente; y una sola esperanza en la ilusion, entonces, solo entonces, podrias comprender la amargura de mi vida—¡CELOS INFUNDADOS!

¿Crees acaso que el miserable Aguilar, frecuentaria la casa de esa muger sino fuese correspondido? ¿No lees en su diabólico semblante; la satisfaccion interior de su maldito corazon?

Esta tarde fuí á casa de Camila y alli estaba ese hombre. Le regalé un ramo de flores y la medalla que nos habian distribuido en la plaza. Al entregarle ambas cosas clavé mis ojos en el satánico rostro de ese hombre. ¡Maldicion! Una sonrisa infernal vagó por sus labios...... ¿Sabes Arturo lo que quiere decir esa sonrisa? Esa sonrisa tan sarcástica como diabólica me ha dicho que Camila me es infiel! ¡Sí!—no necesito mas para convencerme que soy el mus desgraciado de los hombres. Pero... ¿por qué engañarme esta muger? Ella me ha jurado anegada en las lágrimas de la felicidad, un amor verdadero y eterno.

¿Habrá sido todo una infame ficcion?

¡No! Esa muger no me engañaba. Sus consoladoras palabras eran del corazon. Su acento celestial, sus lágrimas, preciosas perlas tan transparentes como su alma, el hechicero rubor de su rostro de ángel.... todo! todo! era amor, Pero hoy ¿dónde está ese corazon que yo sabia comprender? ¿Dónde esa alma cuya pureza leia, con los ojos arrasados por las lágrimas del placer, la dulce felicidad del resto de mi vida?

—Creo Cárlos que si no eres el mas injusto de los hijos de Adan, tienes una gran facilidad para levantar procesos y sentenciar por tu esclusiva cuenta y riesgo.

—¿Qué quieres decir con eso Arturo?

—Lo que quiero decir es que antes de acusar á Camila, bien podias tomarte la molestia de averiguar lo que hay en el caso. Te dijo que la esperases en el cuarto arco de la recoba nueva y no ha venido. Bien está; ¿pero no puede haber tenido algun inconveniente? ¿La misma concurrencia no puede haberle impedido llegar á él? Confiesa querido amigo que has estado demasiado ligero en tus locos juicios, hijos de tu misma ecsaltacion y vamos al teatro, que allí tal vez las encontraremos; pues aquí hay mas del frio necesario, para convertir nuestros pobres cuerpos en dos pirámides de sal. Yo como buen amigo, al concluirse la funcion, ofrezco mi brazo á la respetable Da. Marta, tu por supuesto á la interesante Camila, y el demonio cargue con los cuatro, si antes que las háyamos dejado en su casa, no le has pedido á tu chica mas de quinientos mil perdones por tus locos juicios de celoso. Desde esta noche empiezo á ser tu lazarillo, y juro por lo mas sagrado que hay en el mundo, que conduciéndote por la espinosa senda que crees ver á tus plantas, te he de llevar de la mano, hasta dejarte en el florido y màgico jardin de la felicidad conyugal, como dicen los poetas, que mienten mas de lo que pueden llevar al hombro. Con que Càrlos ¿al teatro?

—¡Al teatro! contestó, Càrlos y ambos se dirigieron al de Victoria.

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Dejaremos proseguir su camino al enamorado Cárlos y su amigo el alegre Arturo y nos trasladaremos con el paciente lector á una casa de pobre apariencia situada en una de las lóbregas calles inmediatas á la plaza de la Concepcion.

Una pequeña y entablillada puerta daba entrada á su oscuro zaguan. De la pared de la izquierda de este pendia un viejo farol, cuyos vidrios en su mayor parte rotos, estaban reemplazados por pedazos de papel, sugetos con obleas y que servian en ese momento para resguardar del viento á una pequeña y moribunda llama, que relampagueaba en el centro y cuyos débiles rayos eran el último resto de la pobre iluminacion que apenas habia durado una hora.

La casa tenia dos patios. En el primero á mas de algunas ordinarias aunque bien cuidadas plantas, había una puerta à la derecha que daba entrada á una espaciosa sala. Una elevada y antiquísima cuja de jacarandá con incrustados y perillas de bronce y envuelta en una colgadura de coco de color de ante, ocupaba su lado izquierdo.— En esta cuja estaba acostada una amarillenta viejecita que al parecer dormia. Una encantadora niña que demostraba apenas la edad de diez y seis ó diez y siete años y cuya tez blanquísima formaba un dulce contraste con el renegrido color de sus ojos y cabello, estaba sentada á su cabecera.

Una cómoda que mas bien era acreedora al nombre de incómoda, por el estado de deterioro en que la habia sumergido el uso, y sostenida por dos mal seguros pies, descansaba sobre la pared del frente, de la cual era preciso desviarla inclinàndola hácia adelante para abrir sus añejos cajones, faltos ya de la mayor parte de sus tiradores. Sobre ella habia un crucifijo, algunos libros, un candelero con vela y un florero que á falta de flores encerraba una porcion de plumas de pavo-real.

Una mesa cuadrada de pino, semi-cubierta por una agugereada carpeta de paño verde ocupaba el centro, y ocho ú nueve sillas de madera colocadas de distancia en distancia completaban el menage de esta pieza.

De repente levantóse la niña de los negros ojos y tomando la luz se acercó al lecho.

—Parece que duerme, dijo ecsaminando atentamente las facciones de la viejecita, ¡quiera Dios que este sueño alivie sus dolencias y reponga en un tanto sus ya gastadas fuerzas!

Diciendo esto colocó la luz en su lugar y atravesando el patio, se dirigió á su habitacion.

Esta estaba situada en el segundo patio.

Arreglada con elegante sencillez la habitacion de la joven mostraba á primera vista, que si la persona que la habitaba carecia de los recursos necesarios para introducir en ella costosos adornos, no carecia de buen gusto.

Una mediana cuja de hierro, pintada de un color verde esmeralda y poéticamente envuelta en una muselina blanca era lo primero en que se detendria la vista, del que detuviese su planta en el dintel de la puerta.

El piso estaba cubierto por una blanca estera de la India.

Una pequeña mesa de pino con su correspondiente cajon surtido de todos los útiles de costura, ocupaba el centro del cuarto.

A la izquierda de la cuja habia una ovalada mesita de caoba sobre la que se ostentaba un bonito florero de porcelana dorada en el que resaltaba un riquísimo ramillete de flores cuyos perfumes embalsamaban el aire, y un candelero de cristal que sostenia una vela de estearina introducida en él, con la ayuda de un papel prolijamente picado.

A la izquierda de la puerta se elevaba un alto ropero de caoba con cerradura dorada.

Un mediano espejo con marco de caoba, pendia de la pared de la derecha sostenido por un gracíoso moño de una cinta de celeste raso.

Al pié de él estaba un lavatorio de hierro, pintado del color de la cuja sobre el cual se veian sus correspondientes útiles de porcelana.

Cuatro sillas con asiento de esterilla completaban el ajuar de esta bonita habitacion debido á la laboriosidad y economias de la virtuosa costurera que la habitaba.

Entró esta, y abriendo el cajon de su mesa, estrajo de él su costura, acercó una silla, aproximó la luz, y dando la espalda á la puerta inclinó su graciosa cabeza y empezó su labor.

Cinco minutos despues presentóse en la habitacion un hombre envuelto en una ancha capa. Colocó su sombrero sobre una silla, descubriendo una cabeza sobre la cual habian dejado apenas tres ó cuatro trencitas de un cabello gris, los cincuenta ó cincuenta y dos años que habian pasado sobre él.

Un par de ojos hundidos mas bien por el vicio que por la edad, relumbraban como los de un reptil en su arrugado rostro.

Al ruido que este hombre causó al entrar, la costurera volvió vivamente la cabeza y como movida por un resorte se puso de pié, lanzando sobre el desconocido una mirada fulminante. Una de aquellas miradas con que la muger virtuosa y ofendida, hace espirar la palabra en los labios del despreciable ser, que se atreve á empañar el límpido cristal de su virtud.

— Hermosa Camila: balbuceò el recien llegado, cortado por la actitud magestuosa de la jóven, pido á Vd. mil perdones; pero yo creo que merezco..........

— Basta señor:interrumpió esta, con esta villana accion, ha colmado Vd. la copa de mi resentimiento. Si no quiere que empiece á llenarse la de mi desprecio, retirese Vd. cuanto antes.

—Angelical criatura, yo......

—Indigna es señor Aguilar la conducta de Vd.; pues abusando de la enfermedad de mi tia, ha tenido la avilantez de introducirse en mi habitacion, olvidando las leyes de decoro, y hollando los respetos que todo hombre civilizado debe á las personas de mi secso.

—Bella y divinal Camila; es preciso que Vd. me oiga. Desde el momento en que mis ojos se encontraron por primera vez con los de Vd., desde el momento en que......

—Basta señor: ó se retira Vd., ó lo dejo solo.

—Nó Camila: no puedo retirarme sin que antes me de Vd. una esperanza. El amor que me devora, la llama inestinguible, el volcan horroroso que...............................................

Este enamorado personage no pudo continuar, porque la bella costurera desapareció de la habitacion despues de lanzarle una mirada llena de desprecio.

Asi que el nuevo Macias quedó solo, quitó una sortija de uno de sus dedos, y la colocó en el cajon del costurero. En seguida sacó de uno de sus bolsillos, un perfumado billete, lo colocó en el ropero, tomando las flores del florero se caló su sombrero y despues de envolver su rostro en el emboce de su capa salió precipitadamente à la calle. Al bajar á la vereda, llamó en voz baja.

—Manuel !.

—Señor ? contestó un negro que atravesó de la acera de en frente.

—Toma mi capa, anda á casa y esperame hasta que vuelva del teatro, que tengo que darte algunas órdenes.

—Muy bien señor, contestó el negro tomando la capa, y amo y criado se separaron.

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Càrlos y Arturo, con ayuda de los gemelos, habian recorrido é inspeccionado todos los rostros de que estaba coronada la cazuela del teatro de la Victoria, y no habian encontrado entre ellos el de Camila, á quien como el lector sabe habia privado de asistir á las funciones de esa noche una repentina enfermedad de su tia.

—Soy de opinion Cárlos, dijo Arturo á su amigo, que salgamos á la puerta, que si vienen alli podremos saludarlas.

Cárlos obedeciendo maquinalmente á su amigo lo acompañó a la puerta del teatro.

Harian ocho ó diez minutos que ambos amigos estaban apostados en ella cuando se apareció un individuo, cuya figura y trage vamos á describir ligeramente.

Era este un hombre como de cincuenta años de edad. Su estatura algo mas que mediana y su cuerpo bastante grueso. Un entrecano y recortado bigote cubria su labio superior, contribuyendo á dar á sus facciones una espresion de dureza.

Vestia un sombrero de felpa negro, levita de un paño azul, chaleco de merino, color de ante, corbata de raso negro con bastones punzoes y un pantalon de paño del color del levita.

Sobre los volados de su almidonada pechera resaltaba un ramo de flores.

Al pasar por delante de Cárlos le dirigió un cortés saludo.

—Ira de Dios!!! rugió el amigo de Arturo.

Este grito fué ahogado por el ruido de un carruage que en ese momento se detenia á la puerta del teatro, Cárlos quiso arrojarse furioso sobre el del saludo; pero Arturo que lo detuvo, y la concurrencia que en ese momento se agolpaba á la entrada, pues acababa de levantarse el telon, le impidieron realizar su deseo. A fuerza de ruegos y tirones consiguió Arturo alejar á Cárlos de la puerta del teatro.

—Miserable!! gritaba éste pugnando por desacirse de los brazos de su amigo.

—Miserable quién? voto á una manga de demonios! preguntaba Arturo,que no habia visto otra cosa que el enojo de su amigo.

—Quién? quién? El......él mismo.

—Pero ¿quién es él por vida de mil santos?

—Lo ignoras? No has visto en el pecho de ese hombre aborrecido el ramo de flores que regalé á Camila esta tarde?

Ah si!.... Su sonrisa.... Su sonrisa no me engañó!! Esas flores! intérpretes elocuentes de la mas pura, de la mas ardiente de las pasiones. ¡Esas flores! ofrenda que este volcan que siento arder dentro del pecho colocó en el altar de mis mas bellas y locas esperanzas! ¡Esas flores! tiernos emblemas de un amor como no hay sobre la tierra! ¡Esas flores! símbolo cada una de ellas de mis mas íntimos y puros sentimientos. ¡Esa medalla! alcanzada por nuestra Patria á costa de los mayores sacrificios, comprada con la sangre de sus mas esclarecidos hijos, luchando dia á dia con la barbarie, brazo á brazo con la desenfrenada ambicion de los caudillos, cuerpo á cuerpo con la sangrienta mashorca, sectaria de la tirania...... todo!! todo!! lo ha colocado esa muger en el pecho del mas miserable de los hombres.... Sobre el pecho del infame, del mashorquero Aguilar!!

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Los ojos de Càrlos parecian querer abandonar sus orbitas. Su rostro estaba lívido como el de un cadáver, sus labios contraidos dejaban escapar una blanca espuma y sus dientes rechinaban chocando unos con otros. Giraron sus ojos. La palabra ¡¡miserable!! se escapó por entre la espuma de sus labios, apretó convulsivamente los puños y cayó sin sentidos, sobre el empedrado de la calle.

CAPITULO II
D. Blas y el pacto.


D.. BLAS de Aguilar tal cual lo conoce ya el lector, era uno de aquellos hombres que lanzándose desde sus primeros años en la senda del vicio, dejan en ella hasta la mas pequeña partícula de la virtud que la misma naturaleza pone en el corazon humano, y que cruzando por el camino de la relajacion, no llegan á ser otra cosa que miembros corrompidos del cuerpo social à que por desgracia pertenecen.

La fatalidad quiso que un hombre como D. Juan M. Rosas ocupára la silla del primer magistrado de la república argentina.

Cuando los desafueros de este malvado iniciaron una época de sangre, de crímenes, de prostitucion para la desgraciada patria de los argentinos, D. Blas de Aguilar encontró la ocasion propicia de saciar los feroces instintos de su alma depravada, derramando sobre la sociedad el veneno de que estaba henchido su infame corazon. Ofreció sus negros servicios al dictador; y este que necesitaba apoyarse en los brazos de los seres mas corrompidos para sostener su dictadura, y comprendiendo la utilidad que le ofrecia un servidor como D. Blas de Aguilar, aceptó sus servicios, dándole un título análogo á su carácter.

Espia asalariado:

He ahí el honroso título con que el malvado Rosas condecoró al infame Aguilar.

Desde ese momento se contrajo este, á servir y ayudar à su amo en la obra infernal que habia emprendido de aniquilar su patria, sembrar el luto, el esterminio, la desolacion completa, y convertir en una ensangrentada charca, la infortunada nacion argentina.

Llegaron los años de 1840 y 42 de infausta y negra recordacion, y D. Blas de Aguilar sin dejar el degradante empleo de espia del tirano de su patria, empuñó el puñal del asesino, y unido á la sangrienta mashorca, á ese azote devastador manejado por la mano del asesino de Camila O'Gorman, á esa gavilla de foragidos sedientos de sangre que enlutó la repùblica entera; sembrando de cadáveres su rico territorio, desde las puertas de Bolivia, hasta el estrecho de Magallanes y desde la falda de la Cordillera de los Andes hasta la márgen derecha del Plata, cometió los mas horrendos, los mas abominables crímenes.

El pudor de una vírgen, las venerables canas de un anciano, las amargas y copiosas lágrimas de una madre que abrazada con todas sus fuerzas del hijo de sus entrañas, suplicaba ahogada por los sollozos le dejaran la vida, los ruegos entrecortados por el llanto de la infeliz esposa que invocando el nombre de Dios pedia piedad para el padre de sus hijos, los amargos y desgarradores lamentos del inocente niño, que veia levantado sobre la garganta del que le dió el ser, el puñal humeante aun de sangre inocente........ ¡todo era nada para el digno servidor de Rosas!!

Los ayes..de sus víctimas llegaban á su oido; pero no á su ferreo corazon.

Dotado de una alma perversa y negra, perseguia con encarnizamiento á todos aquellos que no participaban de los feroces instintos de su amo.

¡Rosas, Federacion ó Muerte! decia la divisa roja que ostentaba sobre el pecho de su chaqueta, y Federacion para Rosas, para el degollador del Cerrito asesino del Dr. Varela para el degollador de Vences y Pago Largo, para Troncoso Cuitiño y la mashorca entera no significaba otra cosa que un anatema fulminado contra la civilizacion. Un ¡viva la Federacion! en los labios de estos bandidos queria decir: Muera la Ilustracion! ¡Muera la Libertad! ¡Muera la Patria!

Desgarrando el malvado sirviente de Rosas la paz de las familias con el puñal que este monstruo había puesto en sus criminales manos, lo sepultaba en el corazon del padre, atropellando los respetos de la esposa y hundiendo en el abismo de la miseria à los pequeños é inocentes hijos, les robaba escandalosamente los bienes que adquiridos con el sudor y privaciones del padre debian servirles para mitigar en un tanto, los dolores de la horfandad— De este modo D.Blas de Aguilar alcanzó como otros muchos criminales una fortuna colosal.

La sagacidad de este malvado le aconsejó la compra de fincas en paises estrangeros y cuando el cañon que tronó en Caseros, pulverizaba el trono de la Dictadura de Rosas, el 3 de Febrero de 1852, el cobarde mashorquero Aguilar huia á Montevideo para sustraerse del banquillo á que sus crímines lo hacian acreedor.

Cuando el General Urquiza vencedor en Caseros proclamaba los principios de fusion y olvido de los pasados agravios, doctrinas que trageron en pos de si los males que al presente aquejan á nuestra Patria, D. Blas Aguilar regresaba á Buenos Aires amparado por la fuerza de una proclama que igualaba á los hombres como Alsina, Sarmiento, Paz y La Madrid con los degolladores como Pablo Alegre, Cuitiño, Badia y demas foragidos.

¡Para el vencedor de Caseros los asesinos del año 40 representaban un partido político!......

D. Blas de Aguilar en uno de sus paseos encontró á la jóven Camila y desde ese momento se clavó en su corazon de hiena el deseo ardiente de su perdicion.

Siguió sus pasos con el objeto de descubrir su domicilio, y al dia siguiente un emisario suyo se informaba del nombre del propietario de esa casa.

Algunos dias despues se estendia su escritura de venta, siendo su comprador D. Blas de Aguilar.

Era el primer paso que daba este malvado para lograr su infame plan.

En el acto de recibir la escritura fué con ella á tomar posesion de su nueva propiedad.

Fué recibido por Dª. Marta tia de Camila, y por la jóven, con la mayor benevolencia.

Para atraerse las simpatias de ambas, les hizo una notable rebaja en el alquiler que pagaban, atacando al anterior propietario, por su ambicion y poca consideracion con los pobres.

La buena de Dª. Marta lo llamaba su Angel Tutelar y la costurera lo miraba con el respecto y cariño con que podia mirar á un padre.

Sus visitas se hicieron frecuentes, y no pasó mucho tiempo sin que la bella Camila, conociese las intenciones del Angel Tutelar de Dª. Marta.

Sus repetidos obsequios, sus ardientes y significativas miradas, sus almivaradas frases, todo ponia en trasparencia a los ojos de Camila sus depravadas das miras.

Camila habia adoptado el sistema de desentenderse de las amorosas indirectas de Aguilar, si es que el amor puede tener cabida en corazones como el del corrompido sirviente de Rosas.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El lector tiene ya conocimiento, de como fué rechazado por la costurera el secsagenario galan.

Cuando este regresó del teatro esa noche, el negro Manuel lo esperaba en cumplimiento de sus órdenes.

—Sígueme a mi cuarto Manuel, dijo Aguilar á su criado, y atravesando ambos el patio se dirigieron á él.

La habitacion del mashorquero estaba arreglada y amueblada del modo siguiente.

Una marquesa de pino envuelta en una colcha de damasco punzó, ocubaba el estremo izquierdo del cuarto. Una mesa cubierta por una carpeta de paño punzó, sembrada de borrones de tinta ocupaba el centro. Sobre ella se elevaban cuatro enormes legajos de papeles impresos,que contenian la coleccion casi completa de la Gaceta Mercantil.

Al lado de estos estaba un abultado volúmen en cuya primer carátula se leian estas palabras:

¡VIVA LA FEDERACION!

Rasgos de ka vida pública de S. E. el señor brigadier general D. Juan Manuel de Rosas, ilustre restaurador de las leyes. Héroe del desierto, defensor heróico de la independencia americana, gobernador y capitan general de la provincia de Buenos Aires. TRANSMITIDOS A LA POSTERIDAD, por decreto de la H. SALA DE RR. de la provincia.

Este famoso libro contenia en su página 192 el siguiente celebérrimo decreto.
¡VIVA LA FEDERACION!

La H.Junta de Representantes}

Buenos Aires Diciembre 18 de 1840
Año 31 de la libertad, 25 de la independencia,
y 11 de la Confederación Argentina

Al Exmo. Señor Gobernador y Capitan General Delegado.

La H. Junta de R. R. de In Provincia etc. etc.

Art. 1.º En honor de los eminentes y singulares servicios que en todo tiempo ha hecho á la patria el ciudadano brigadier general D. Juan Manuel de Rosas, á mas del renombre de NUESTRO ILUSTRE RESTAURADOR DE LAS LEYES, se le confieren los de HEROE DEL DESIERTO, DEFENSOR HEROICO DE LA INDEPENDENCIA AMERICANA.

2.º Siempre que en el estilo oficial se esprese el nombre del brigadier general D. Juan Manuel de Rosas, aun en las comunicaciones dirigidas de su órden, se le adjuntaràn los dictados de nuestro ilustre Restaurador de las leyes, héroe del desierto, defensor heroico de la independencia americana, con el tratamiento de Excelencia.

3.º El saludo con que termine toda comunicacion oficial dirigida á la persona del Brigadier General D. Juan Manuel de Rosas, será concebido asi:—Dios guarde la importante vida de V. E. muchos años.

4.º El mes de Octubre se denominará en lo sucesivo mes de Rosas—, poniéndose entre parentesis, en las comunicaciones para el esterior (Octubre.)

5.º Comuníquese &a.

A mas de este libro que bien puede llamársele Recopilacion de las abyectas bajezas, de los que en vez de representar al pueblo de Mayo, representaban la autorizacion de los crímenes del mas sangriento de sus tiranos, habia otros volúmenes como el celebre Archivo Americano, aborto de la fecunda capacidad del justamente llamado Sastre Politico, ardiente apologista del Neron del Plata.

En la pared del frente resaltaba un enorme cuadro que contenía el retrato del verdugo de la República Argentina, condecorado con todas las insignias y honores militares.

A la derecha de este estaba clavada una percha cubierta con una bandera blanca, y punzó, a cuyo traves se veia un poncho de paño azul, con cuello punzó y una chaqueta de paño grana con presillas de mayor. Al pié de la percha habia un caballete de madera, que, servia para colocar un recado de montar, un par de pesadas espuelas de plata etc.

En la pared de la derecha, estaba embutida una caja de hierro, que por el modo como estaba colocada, al abrirse giraba su tapa como una puerta. Cuatro ó cinco sillas; cubiertas de damasco punzó y blanco esparcidas sin órden formaban el completo del mueblado de la habitacion de D. Blas.

Así que éste entró en ella, arrojó sobre su mesa el sombrero y emprendió un silencioso paseo.

Despues de un rato se volvió al negro y le dijo.

—Manuel : mañana temprano iras á casa de Jaime y le dirás que le espero á almorzar.

—Está bien señor.

—Puedes retirarte.

Asi que Aguilar quedó solo, volvió á su agitado paseo.

-No hay duda, decia, esta muger tiene el diablo en el cuerpo.... Se resiste.... se resiste .... los medios pacíficos están agotados ya.... Me he humillado demasiado y basta. He sido Un necio en andarme con tantas contemplaciones. Vamos a los medios enérgicos que son los que producen mejores resultados. Mi plan.... no puede ser mejor. Jaime es un arrogante mozo y ausiliado con mi dinero.... vamos! no hay mas que hablar. La chica es mia.

Diciendo esto, se acomodó en su cama y una hora despues dormia profundamente.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Al dia siguiente hacia preparar Aguilar un espléndido almuerzo y hacia colocar en su mesa dos cubiertos.

A las once de la mañana llamaron á la puerta de la calle y un momento despues se presentaba en el comedor un jóven como de veinte y cinco años de edad.

Su fino cabello era negro, su color blanco pálido, sus ojos negros y rasgados tenian una espresion de dulzura, su estatura eleveda, y un sedoso y negro bigote cubría su labio superior.

Vestia con sencillez y sus modales eran elegantes sin afectacion.

—Buenos dias, mi querido amigo, dijo al entrar, he recibido el afable recado que tuviste la bondad de enviarme, con el que me honrabas altamente invitándome á almorzar contigo.

—Dejate de cumplidos Jaime y sentémonos à la mesa. Tengo que comunicarte y es esta una de aquellas confidencias que tienen doble mérito, cuando son hechas entre el estrepitoso choque de los vasos y el animador murmullo del champagne que despues de servirnos de dulce tónico, nos impulsa a destrozar apetitosamente de un par de pollos.

D. Blas y el nuevo personaje se sentaron á la mesa, sobre la cuál á mas de un formidable jamon, se ostentaban un par de pollos fiambres, un servicio de café y tres ó cuatro botellas de vino.

—Cuánto has perdido anoche querido Jaime?

Hace tiempo que la fortuna me adversa; basta que yo juegue á un rey para que este pierda hasta la corona. La francachela de anoche me cuesta ocho mil pesos, que era lo único que quedaba en mi estenuada cartera, y gracias á tu comedida invitacion no tendré hoy alegatas con el dueño del hotel de Provence, para que me dé un almuerzo al crédito.

—Jaime, sabes que te aprecio, y haces mal en no ocurrir á mí en tus necesidades.

—Gracias.

—Colma tu vaso y bebamos por el buen éxito de la empresa que voy á confiar á tu cuidado.

—Sin conocerla yo?

—Bebamos antes, ¡A su buen éxito!

—Por el mismo!

Chocáronse ambos vasos que fueron apurados hasta la última gota, y D. Blas dijo:

—Pues señor es el caso.... que me trae algo enamoradillo.......

—Hola!

—Una jóven preciosa como un ángel... le puse sitio á la plaza.....

—Vamos, ya comprendo, ha tenido el tal sitio el mismo resultado que tuvo el que el amigó Urquiza puso al pueblo de Buenos Aires.

—Justamente la plaza no se rinde, y para que la analogía sea mas completa, es uno de los de kepí y camiseta azul el que la defiende; pero yo antes de levantar el sitio quiero bombardearla.

—Eres bastante guerrero en tus amores, querído amigo, continúa: dijo Jaime riendo.

Te he elegido para que mandes en gefe este bombardeo, la plaza se rendirá y entonces, te daré una parte del botin, ya ves que soy generoso.

—Gracias querido, pero hay un inconveniente

—Cuál es?

—Que ando como sabes mas pobre que las ratas y para éstos trances se necesitan ciertas municiones....

—Pues el inconveniente no ecsiste.

—Cómo así?

—Porque si es necesario estoy dispuesto á arrojar dentro de la plaza bombas de oro.

—Asi respondo del buen ecsito.

—A su salud! dijo Aguilar apurando su vaso.

A la salud de las balas de oro! contestó Jaime vaciando el suyo.

Dos estrepitosas carcajadas y otros dos vasos de vino saludaron este chiste.

—Cómo està defendida la plaza? preguntó Jaime, que despues de haber devorado un pollo, daba feroces cuchilladas al jamon.

—Debilmente: contestó Aguilar que trataba con mas familiaridad é intimidad á la segunda botella, que á la parte sólida del almuerzo; la plaza está defendida por una vieja y como ya dije antes por uno de los de kepí y camiseta.

—Diablo! dijo Jaime, y dónde vive la chica?

—Aun no es tiempo de que lo sepas.

—Pues qué se espera?

—Faltan que preparar las baterías.

—Desde que no falten proyectiles......

—Los hay de sobra y de esta clase.

D. Blas sacó de uno de sus bolsillos, media docena de onzas de oro selladas y entregándolas al jugador le dijo:

—Toma.

—Gracias Blas eres un amigo generoso.

—Seré algo mas si tu eres un buen gurrero.

—Pienso hacer méritos para conseguir las charreteras de general tomando la plaza.

—Te ofrezco las de brigadier.

—Bien, yo me retiro, ¿ordenas algo?

—Ya ordenarémos, hasta la vista.

Jaime oprimió la mano de su amigo.y salió del comedor.

D. Blas asi que quedó sólo, esclamó pasando una servilleta por su cerdudo bigote.

—Este miserable me servirá a las mil maravillas.
CAPITULO III
La Costurera.


La joven Camila hija de padres virtuosos, quedó en la horfandad antes de haber cumplido dos años.

Su desgraciado padre cayó bajo el plomo de los tiranos del Plata en la desgraciada jornada del Quebracho Herrado el 28 de Noviembre de 1840, luchando por la libertad de su patria, bajo las órdenes del general Lavalle.

Su infortunada madre, herida en el corazon por este golpe fatal, y acosada por las brutales persecuciones de la mashorca que no contenta con azotar publicamente á esta debil é inocente muger habia saqueado escandalosamente su casa, murió envuelta en la mayor miseria, dejando á Camila al cuidado de su hermana Dª. Marta.

Esta buena señora recibió en su casa á la desvalida húerfana y le dió una educacion proporcionada á sus recursos. Heredera Camila de las virtudes de sus padres, pagó siempre esta sagrada deuda con los mas asíduos cuidados y con el mas entrañable cariño á su buena tia.

Los atractivos con que la naturaleza la dotó, le atrageron las miradas de multitud de adoradores, que como el mashorquero Aguilar algunos, intentaron su perdicion; pero ella burló siempre con sus virtudes, tan depravadas miras.

Cuando el malvado Lagos á la cabeza del vandalage mas corrompido, aumentado con los sangrientos restos de la no estinguida mashorca, asediaba la ciudad, lanzando sobre las inocentes familias, la mortífera metralla de los cañones, que con tan loable objeto, trajo de Entre-Rios el Libertador de Caseros, el trabajo de la tia unido al de la sobrina, no era suficiente para sufragar al alquiler de la casa que habitaban y proporcionarse los alimentos.

A la par de muchas otras desgraciadas familias se veían en la dura necesidad de salir de la ciudad, para poder comprar su sustento por un precio mas módico, atravesando por una nube de balas y sufriendo los obcenos requiebros de la prostituida soldadesca de Lagos.

En una de estas salidas, se encontraron envueltas ambas, entre los valientes defensores de las instituciones de Buenos Aires y los forajidos que salpicaban de sangre sus mas gloriosos laureles.

Habian andado apenas tres cudras fuera de la linea de fortificaciones que circunvalaba la ciudad cuando se encontraron en el mas inminente peligro.

Una partida de veinte de los rebeldes sitiadores se presentó en la boca-calle por donde ambas tenian que cruzar. Una descarga de fusileria pobló de balas el aire, las que silvando sobre las cabezas de Dª. Marta y Camila, fueron á derribar de sus caballos á tres de los mashorqueros.

Al grito de ¡A la carga! salió de una zanja á espaldas de las dos asustadas mugeres, una emboscada de doce á quince guardias Nacionales que precipitándose denodadamente y á la bayoneta sobre los enemigos de la civilizacion; los pusieron en vergonzosa y completa derrota.

Camila perdió el sentido y cayó de espaldas.

Dª. Marta á fuerza de trabajo, consiguió arrastrarla hasta poder resguardarla, tras el cercado de una quinta inmediata.

Así que huyeron á todo escape los cobardes sitiadores, uno de los guardias Nacionales que habia visto esconderse à Dª. Marta con su desmayada sobrina se acercó á ella y le dijo:

—Señora: parece que la niña de Vd. ha perdido el conocimiento?

—Sí Señor, contestó Da. Marta, si Vd. tuviera la bondad de proporcionarme algo con que hacerla recobrar sus sentidos, mi reconocimiento no tendria límites. Deseo alejarme cuanto antes de este paraje.

En el momento en que el soldado iba á contestar, Camila abrió sus ojos y giró una mirada vaga en torno de sí. Su blanco rostro, estaba tan lívido, que mas bien parecia pertenecer á una estatua de alabastro que á una criatura humana.

Ayudada por su tia y el jóven soldado pudo ponerse de pié.

Su mirada se detuvo en este último.

Su estatura era mas bien alta que baja; su color era trigueño palido, sus hermosos y rasgados ojos negros demostraban con su dulce espresion la nobleza de su alma. Su elegante figura resaltaba bajo la celeste y humilde camiseta de cuartel. Descansaba su mano derecha sobre la boca del fusil y en la izquierda tenia el kepí que al acercarse a Da. Marta habia quitado cortesmente de su cabeza, descubriendo una ancha frente y un ondeado y negro cabello.

La mirada de Camila se encontró con la del jóven y apuesto soldado y un ligero sonroseado vino á hermosear sus megillas.

El jóven turbado por una impresion estraña saludó con una graciosa inclinacion de cabeza.

—Quieren Vds. tener la bondad de aceptar mi brazo, aunque no sea mas que hasta dejar á Vds. dentro de trincheras?

—Acepto con mucho gusto la comedida oferta de Vd., contestó Da. Marta, tomando el brazo derecho del jóven.

Este despues de dejar su fusil en una zanja impediata ofreció el izquierdo á Camila.

—Deja usted su fusil señor? preguntó la tia.

—Si señora, pues con la leccion que acabamos de dar á los asesinos del pueblo, no se han de atrever à llegar aqui en algunos dias.

— ¿No han tenido Vds. que lamentar alguna desgracia en este encuentro?

—Ninguna: Señora, usted ha visto que con el humo de la primer desearga de los defensores del pueblo, se mezcla siempre el polvo que la mashorca levanta en su huida.

—¿Cómo se siente Vd. señorita? dijo dirigiéndose á Camila.

—Creo que estoy buena, señor, aunque conozco que me faltan algunas fuerzas; pero puede Vd. estar seguro que me sobra agradecimiento por su generosa conducta.

—Si alguien en este momento debe estar grato, convendrá conmigo la señorita, en que debo ser yo; pues debo á ustedes la felicidad que en estos momentos gozo; por haber tenido la complacencia de aceptar mi brazo.

—Es Vd. demasiado amable, señor.

—Creo que es esta una de las cualidades que caracterizan y adornan á la señorita y desearia tener algo de amable por ver establecida una analogía entre Vd. y yo.

—Si yo tuviera la cualidad de ser lisongera; creo señor que quedaría establecida entre nosotros la analogia que Vd. desea.

—No quiero creer que Vd. me habla en este

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momento con su conciencia. Abomino la lisonja, asi es que la creencia de que á los ojos de Vd. tengo ese defecto, seria para mi muy mortificante.

—Vamos; dijo Dª. Marta que habia escuchado en silencio este diàlogo, creo que los dos son cortados por una misma tigera......

Poco después llegaban estas tres personas á la casa en que ya la imaginacion del lector hizo una visita.

—Vd tendrá la bondad de acompañarnos á tomar un mate? preguntó Dª. Marta.

—Tendria yo este honroso placer señora, si mis deberes no me llamaran en este momento al canton.

—Pero Vd. debe venir cansado y sentiria que no descansase aunque no fuesen mas que algunos minutos.

—Aprecio la bondad de Vd. señora; pero como he dicho antes, mis deberes de soldado me privan continuar disfrutando la amable sociedad de ustedes.

—Gracias señor: creo que estos no serán tan tiranos que nos priven à nosotras, el placer de recibir en lo sucesivo la visita de Vd.

—Abusando de tanta benevolencia me tomaré la libertad de acercarme á saludar á Vds. en el primer momento en que me sea posible tener este placer.

—Señor: puede Vd. ir seguro que deseamos vivamente la oportunidad de poder retribuirle sus finezas.

—No tengo la felicidad de haber tenído motivo para ser acreedor á la gratitud de Vds., pero si alguna vez la tengo de poder ser a Vds. útil en algo, mi nombre es Cárlos Prado y pertenezco al "canton patria." A los pies de Vd. señora. Señorita sentiria que el desagradable suceso de hoy, dejara á Vd. algo que la mortificase.

Dió la mano á Dª. Marta y oprimió la de Camila.

La mirada de ambos jóvenes se encontró de nuevo......

Desde ese momento sus nobles y juveniles corazones, quedaron ligados por el celeste vínculo del amor mas puro.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Habian transcurrido tres dias, y al espirar el último, un suave golpe dado con el llamador de la puerta de la calle, fué á repercutir en él corazon de Camila.

—Llaman? preguntó la tia.

—Creo que sí, contestó la sobrina.

A este tiempo una sirvienta atravesaba el patio y se dirigia á la puerta. Un minuto despues, entró á la sala, diciendo.

—Señora, un jóven pregunta por usted.

—Hazlo pasar adelante .

El rostro de la costurera se cubrió de un vivo carmin, su mano temblaba dejando escapar la aguja de entre sus dedos, y su corazon latía de ansiedad.

Un jóven se presentó en la puerta de la sala.

Camila no habia sido engañada por su corazon.

Era Càrlos.

Despues de cruzar los saludos de costumbre y de haber preguntado Cárlos por la salud de Camila, ocupó el asiento que Dª. Marta le ofreció entre ambas.

—Parece señor D. Carlos, que ha retardado usted algo el cumplimiento de su promesa? dijo Dª. Marta.

—Desearia, señora, que tuviesen ustedes la conviccion de que si yo fuese á seguir el impulso de mis deseos, no pasaria una hora lejos de la agradable compañia de ustedes.

—Gracias señor: contestó algo turbada Camila, ¿como le va a Vd. de fatigas?

— Muy bien señorita: gracias. En este momento salgo de guardia y deseando disfrutar la primera de mis horas de franquia, me he acercado á esta casa.

—Usted nos favorece demasiado, señor Prado.

—Señora: no hago mas que ser justo.

Iba Carlos á obtener una respuesta, cuando tres cañonazos disparados en la fortaleza dieron la señal de ¡alarma!

Cárlos se levantó de su asiento y con un tono algo picaresco dijo:

Señorita: yo creo que soy indulgente hasta tocar en el ridículo; pero creo tambien que jamás podré perdonar al señor Lagos el disgusto que en este momento me causa, obligándome á alejarme del lado de ustedes: creo tambien que nada tengo de vengativo; pero en este momento no dejo de creer que, si me cabe la dicha de tomar una parte en la pelea, voy á ser un energúmeno, un héroe, un Cid Campeador de nuevo cuño.

—Gracias señor; yo sé agradecer hasta las lisonjas, y en pago de la que acaba usted de' dirigirnos voy á ofrecerle unas pobres flores.

La costurera salió de la sala, y un momento despues ofrecía á Carlos un ramillete de preciosas y fragantes flores.

Tomólo Carlos y colocàndolo en uno de los ojales del pecho de su camiseta, dijo:

—Señorita: agradezco con el alma el obsequio de usted. Voy á llevarlo conmigo, como un mágico talisman contra las balas.

—Sentiria que usted se espusiese al peligro por probarlo.

—Cárlos se despidió y al salir á la calle dijo entre si:

—¡Esta muger es un angel!

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

El centinela que guardaba la puerta del Canton Patria, asi que vió venir á Cárlos se adelantó hacía él los pocos pasos que su consigna le permitia.

—Querido amigo no podias llegar mas á propósito, dijo.

—Siempre me alegro de llegar á tiempo ¿qué hay?

—¡¡ Voto al Diablo!! ¿Qué no sabes la gran novedad? Una tropelía horrorosa, un atentado sin ejemplo, un desafuero inaudito, se ha cometido en la persona de un distinguido ciudadano de la guardia nacional.

—Y ese ciudadano quien es? ¿qué tropelia se ha cometido con él?

—Pues si no lo sabes, sábelo de una vez, el crímen horroroso, el atentado horrible.....

—Concluye que me tienes en la ansiedad; ese ciudadano quien es?

—El ciudadano en cuestion soy yo. El paso altamente injusto, la tropelia horrorosa que se ha cometido conmigo es nada menos, .... horrorízate, Cárlos!

—Por Dios! acabarás algunn dia ?

Pues bien: sábelo de una vez, esta bárbara é inhumana injusticia, es haberme dado dos sendas horas de planton; por haber saltado anoche la pared del canton por causa del baile aquel.........

Siempre de buen humor, Arturo; envidio tu genio.

Y yo tu radiante estrella: no hace media hora que saliste de aqui, y ya vienes con mas flores, que las que colocan los fieles á los pies de San Martin en los dias de su novenario, y eso que no creo que haya una persona tan cándida que vea en tí á su glorioso patrono.

Apostaria las horas de planton que tengo à que adivino su procedencia.

—¿Cual crees tú que sea?

—De la individua del desmayo.

—Has acertado, y á causa del maldito Lagos, que se le ha antojado alarmar la poblacion, he tenido que dejarla sin haber cruzado una docena de palabras con ella. Te aseguro que vengo ardiendo. Siquiera este cobarde se presentara al frente de sus soldados........

—Vamos: no te enojes tanto con D. Hilario, que le debes un gran favor.

—A no ser que sea el favor que nos hace de tirarnos mas balas al fin del dia que estrellas hay en el cielo, en una noche estival, degollar á aquellos de nuestros compañeros que como los patriotas y malogrados jóvenes Romero y Andrade se fiaron en la fé de su armisticio, robar y talar los valiosos establecimientos de nuestra campaña, derramar sangre á torrentes......

—Y por qué no continuas?

—Porque me horroriza el siniestro y horroroso catálogo de los hechos de este bandido traidor.

—Pues yo continuaré que tengo mejor estómago: Hundir en la miseria á las inocentes familias, vender nuestra querida patria al tigre Entrerriano, envolverla con el manto ensangrentado de la guerra civil, desmoralizar las masas, autorizando el robo y el asesinato y por fin, desmayar beldades, para que despues regalen flores á los bizarros guardias nacionales que las socorran.

—Vamos Arturo: ¿es este el favor que me hizo Lagos?

—Lo desconoces ingrato?

—Te juro que se lo agradezco.

—Eso quiere decir.....

—Qué?

—Que la chica promete.

—Eres un loco.

—Y tú un buzo, querido amigo.

Cárlos se internó en el canton......

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Dos meses despues el amigo de Arturo, cuyas visitas en casa de Dª. Marta se habian hecho frecuentes, decia á la bella ex-desmayada.

—Hermosa Camila, no se si la fatalidad de mi destino, ó una mano protectora y oculta, colocó á Vd. en el camino de mi vida: desde ese momento no he tenido otro pensamiento que Vd.: no lo estrañe, el hombre piensa siempre en la felicidad de su porvenir, y en Vd. está cifrada la del mio. Al decir á Vd. mis sentimientos doy uno de aquellos pasos que, ó elevan al hombre á la dorada cumbre de la felicidad, ó lo hunden para siempre en el abismo negro y profundo de la desesperacion. No se lo que Vd. dispondrá de mi.

—Cárlos: contestaba la costurera; no soy una de aquellas mugeres que amando al hombre que las distingue le hacen pagar cara esa felicidad con insulsas coqueterias y amargas ficciones. Siguiendo el impulso de mi corazon que vuela hácia Vd., se lo entrego tan puro como el cáliz de una flor.

Mi primer y último amor, es y será el que Vd. me ha inspirado.

Cárlos enagenado y ébrio de placer, se arrodillaba à los pies de Camila y estampaba un ardiente beso en una de sus manos, que en los transportes de su felicidad oprimia entre las suyas....

Pero pronto los celos, compañeros inseparables del amor vinieron á trocar en acibar, el néctar de sus amores.

Càrlos empezó á ser infeliz, porque empezó á sentir en su corazon ese veneno. No podia ser feliz porque abrigaba en él la desconfianza del hombre apasionado, desconfianza que se tiene hasta del mas insignificante de los seres, hasta de hombres como D. Blas Aguilar; celos que se tienen hasta del aire que aspira la muger querida.

La prudencia de Camila, para con el espia de Rosas, y la continua presencia da éste en su casa, vinieron á amargar las dulzuras que gozaba Cárlos en el amor de la bella é inocente costurera.

El lector conoce ya la disposicion en que se hallaba el ánimo de Càrlos con estas sospechas, la noche del veinte y tres de Mayo.

Ahora escribirémos otro capítulo, en el que tratarémos de anudar el hilo de nuestra pequeña historia.

7
CAPITULO IV
El lecho de muerte.


La enfermedad de Dª. Marta, habia tomado el aspecto mas alarmante; cuatro dias despues del veinte y tres de Mayo.

Desesperada Camila con la grave situacion de su tía, y falta de los recursos necesarios para atender á los gastos de curacion, se encontraba en la posicion mas dificil.

Mil pensamientos á cual mas horrorosos torturaban su alma.

La muerte de su tia. El abandono en que se encontraria despues de ella. La ausencia de Cárlos á quien no veía desde el veinte y tres de Mayo y de quien se creia olvídada, y el amargo pensamiento de una deuda que pesaba sobre su tia, emanada de un trimestre de alquiler que no habia podido pagar á Aguilar, y que éste habia mandado cobrar exigentemente y repetidas veces con el negro Manuel.

El mashorquero trabajaba por rodear à la infeliz costurera con la negra sombra de la miseria, para dar mas valor al oro que la mano del jugador debia presentar ante sus ojos.

A la infeliz Camila, no quedaba mas que un débil recurso para mitigar en un tanto su acerba situacion.

Este era la venta de sus pobres muebles.

Tal era el estado de la desgraciada costurera, cuando oyó la voz de su tia que la llamaba.

—Camila!......

—Señora? contestó la jóven desde un rincon de la sala, a donde se habia retirado à dar un desahogo á su corazon, dando libre curso á sus copiosas y mal contenidas lágrimas.

—Mira, Camila, dijo la enferma con desfallecida voz, necesito hablar .... con Mercedes.... manda á su casa .... á llamarla .... la necesito mucho.... muchísimo.

Salió Camila y transmitió á la sirvienta la órden que su tia le acababa de dar, y regresó á su lado.

—Como se siente usted, tia?

—Mala Camila.... muy mala.... el arbol débil de.... mi ecsistencia.... arrancado de raíz.... por el vendabal.... impetuoso de.... los años.... se inclina al suelo.... La muerte.... se aproxima á este lecho.... con pasos de gigante.

—Pero el médico dice que la enfermedad de usted, no es de tanta gravedad.

—Los médicos nunca dicen à un enfermo.... el sepulcro.... te espera, .... porque cuando no.... pueden salvar el físico.... no quieren herir.... la moral.... Yo conozco.... mi estado.... y se que mi.... ecsistencia.... toca á su fin.

El rostro de la enferma, tomó una espresion estraña.

Camila creyó ver en ella, la de la agonia y corrió desesperada á arrodillarse á los pies del crucifijo, que habia sobre la cómoda, esclamando con un acento desgarrador.

—¡Dios mio! ¡Dios mio! ¿qué crímenes he cometido para que asi me hagais tan desgraciada?

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Harian algunos minutos que Camila oraba fervorosamente, cuando se oyó el ruido de un carruage que se detenía á la puerta.

Una señora bajó de él, y entró á la sala.

Tendría esta, veinticuatro ó veinticinco años de edad.

El color de su rostro era trigüeño, matizado graciosamente con el fresco sonrosado de sus megillas, con el azabachado negro de sus espresivos ojos, con el renegrido color de sus arqueadas sejas, y con el ébano de su reluciente cabello.

Al coral de sus arrebatadores lábios, bien podría aplicarse este pensamiento del aventajado Mármol—Tus lábios frescos y rojos como las clavelinas que nacen á las orillas del Galges.

Vestía esta simpática muger, una elegante gorra de color de rosa, con adornos y cintas del mismo color, un bordado pañuelo de blanquísima espumilla indiana, que caia graciosamente de sus hombros y estaba sugeto sobre su voluptuoso pecho, por un bonito camafeo guarnecido de un luciente y precioso cincelado de oro, un vestido de gró negro, con cuatro graciosos y ondulantes volados chinescos, caprichosamente picados á fuego, un par de pulseras de corales con broches de oro y un blanco guante que cubria su pequeña y bien formada mano, en la que traia una linda targetera de nacar con filetes de oro.

Se aproximó a Camila, que continuaba arrodillada á los piés de la efigie del Salvador y le puso una mano sobre el hombro.

La costurera volvió vivamente la cabeza y se precipitó en los brazos de la desconocida, esclamando:—

—Mercedes!!!

Ambas permanecieron estrechadas algunos segundos.

La opulenta y lujosa Mercedes y la pobre costurera.

Hay quien dice: Las riquezas dan goces al corazon; pero proscriben de él las virtudes.

¡Mentira y mil veces mentira! ¡Blasfemia y mil veces blasfemia!

Mentira; porque el corazon virtuoso encuentra en los bienes de fortuna un elemento, que, entre los goces que le proporciona, le proporciona también el más sublime, el más grande—Aliviar la miseria que desgraciadamente rodea con mas generalidad á la virtud.

Blasfemia; por que se niega al corazon humano la mas hermosa la mas noble de sus virtudes—la Caridad.

¡Opulencia y miseria! ¡Caridad é indigencia!

Hé ahi lo que representaba el tierno grupo, que fuertemente estrechadas y mezclando sus lagrimas formaban la millollaria señora y la huérfana é indigente costurera.

La mano caprichosa de la fortuna habia podido establecer un notabilísimo contraste en sus trajes; pero no habia podido interponer una sola línea entre sus corazones.

Ambos eran iguales ante él altar célico. de la virtud.

—¿Que sucede Camila? preguntó Mercedes.

Camila ahogada por los sollozos no pudo articular una sola palabra. Tomó de la mano á Mercedes y la llevó junto al lecho de su tia.

—¿Como se siente usted Da. Marta? preguntó Mercedes con un acento, que á manera de dulcificante bálsamo fué á bañar el corazon de la enferma.

Esta quiso hacer un esfuerzo, para incorporarse sobre sus almohadas; pero no consiguió otra cosa que volver hácia Mercedes el rostro que tenía vuelto hacia la pared.

Una palidez mortal, velaba su arrugada faz. Sus ojos hundidos por la edad y las dolencias, no habian dejado en ella, mas que dos negras y profundas concavidades—Sus labios blancos como la cera temblaban como la hoja de un árbol agitada por el céfiro.

—Mercedes..... voy á morir.... mi último adios.... envuelve... una súplica..... como pronto.... una fria mortaja.... envolverá.... mi estenuado cuerpo....

—¿Que está usted diciendo Señora?

—Mercedes.... te recomiendo.... á Camila.... mi muerte.... tan próxima ya... la deja.... abandonada.... no tiene.... mas amparo.... que tu virtuoso.... corazon.

Camila salió precipitadamente, y fué a caer sin sentidos sobre la estera de su habitacion.

Las palabras lúgubres de su tia eran acerados dardos que desgarraban atrozmente su sensible corazon.

—Señora: decia Mercedes anegada en llanto, Camila no tendrà tan pronto necesidad de mi. Vivirá usted mucho tiempo aun. No tenga usted esas ideas que no harán mas que acortar su existencia. Es preciso que se restablezca pronto....

—No me interrumpas.... Mercedes.... porque.... me queda.... poco tiempo.... para pedir.... tu proteccion.... para esa.... infeliz criatura.....

-Señora: el dia que Vd. llegase á faltarle, quedo yo para mirar por ella; pero ese dia aun no ha llegado, tal vez està muy remoto ¿á qué aflijirse asì?

—Mercedes.... eres.... un ángel.... la dejo..... en tus...... brazos...... ahora...... un sacerdote..... Mercedes..... tu hermano.... pronto..... Dios.... Dios mio!

Mercedes tomó una targeta de su targetera y con un lápiz escribió en su reverso estas palabras—Anselmo, pronto, casa de Dª- Marta. Salió Mercedes á la calle, y entregando la targeta á su cochero, le dijo:

—A escape Pedro! ¡á casa de Anselmo! que suba en mi carruage y venga en el acto. En seguida envió una sirvienta en busca de un médico y volvió á la sala. Arrojó su gorra, pañuelo y guantes sobre una silla, y fué á tomar una de las manos de la enferma.

El semblante de Mercedes se puso lívido.

Las manos de la tia de Camila empezaban á helarse con el frio glacial de la muerte.

Acercó á ellas sus labios esforzándose á darles algun calor con su aliento.

Habian trascurrido algunos minutos, cuando se presentó en la sala un religioso.

Asi que Mereades le vió, lollevó junto al lecho de la moribunda. En seguida corrió á arrodillarse á los piés del crucifijo, donde poco antes habia estado arrodillada su amiga.

Mientras la virtuosa Mercedes pedia á Dios la salud para el cuerpo de Da. Marta, su hermano el Padre Anselmo la daba à su alma con los consuelos de la Relijion.

La sirvienta se presentó en la sala acompañada de un médico.

Este acercàndose al sacerdote le preguntó en voz baja.

—Padre ¿como sigue?

—Señor sus auxilios en este momento son inútiles. Es un cadáver lo que hay sobre este lecho.

El facultativo tomó una de las yertas manos de Da. Marta, volvió á dejarla, y corriendo las cortinas del lecho funeral saludó al sacerdote y salió de la habitacion. El Padre Anselmo se acercó a Mercedes que aun oraba y le dijo:

—Mercedes, querida hermana....

—Que hay?

—Has perdido una amiga.

—Da. Marta!!! grito Mercedes.

—Está en el Cielo; contestó el Sacerdote.

Mercedes se arrojó sobre el lecho de muerte, de la tia de su amiga, á regar un helado cadáver, con las lágrimas de la amistad.

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Tres aldabonazos dados groseramente à la puerta de la calle hicieron abandonar á Mercedes el cadaver de Da. Marta y salir al patio. En él encontró à la sirvienta que venía corriendo hacia ella y gritando.

—La niña Camila está desmayada en su cuarto.!!

Corrió Mercedes á él, la alzó en sus brazos y la colocó exánime sobre su cama.

Otros tres golpes dados con mayor violencia que los primeros, hicieron salir nuevamente á Mercedes.

Al llegar al zaguan, se encontró con un hombre de un aspecto, siniestro.

—Está Da. Marta? preguntó este con un aire y un acento muy marcados de autoridad.

—Retirese Vd. por caridad, dijo Mercedes, que no quiso decir, ha muerto, por temor que estas palabras llegaran á oidos de Camila, que podía haber vuelto en si.

—Eso es: vengame Vd., ahora con que hay enfermos y todas esas palabras del diccionario de los tramposos. Ya no quiero tener mas consideracioneS, ó me pagan ahora mismo los alquileres ó pongo en la calle inmediatamente á esa gentuza.

—Venga usted, señor, se le pagará, contestó Mercedes y tomando de un brazo al mashorquero Aguilar, lo llevó á la sala. Corrió las cortinas del fúnebre lecho y señalando el cadáver de Da. Marta le dijo:—Cóbrese usted!

Poseído el exs servidor de Rosas dé la rábia que le causó la conducta de Mercedes, corrió al cuarto de Camila, para insultar su dolor, llevando adelante la guerra que le habia jurado.

A su presencia D. Blas se quedó frio.

Acercóse y ecsaminó el pálido rostro de la costurera, y lanzándole una mirada llena de hiel, le dijo:

—No: aun no estàs muerta.... tiene que vivir mucho aun.... mi amor y mi venganza lo ecsigen.

Necesito tu vida, linda y orgullosa niña.

D. Blas salió à la calle.

A ese tiempo Camila volvia en sí. Asi que abrió sus ojos se incorporo sobre su cama, y se dirigió con inseguro paso á la sala apoyándose con las manos en las paredes del patio.

Llegó con trabajo á la sala, y......

No es nuestra pluma para describir lo que pasó por su alma, en el momento de pisar el umbral.

El padre Anselmo y la sirvienta, parados sobre la cuja sostenian el cadáver de Dª. Marta.

Mercedes le vestia con el trage que debia llevar al sepulcro.

La desventurada Camila, lanzó un grito, y cayó nuevamente rodando por el suelo.

El padre Anselmo, saltó de la cuja y ayudado de Mercedes que le imitó, la alzó en sus brazos y la condujo al carruage de esta, que dió órden á su cochero para que la condujera á su casa, con las mayores recomendaciones á sus sirvientas .

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Poco despues se presentaba Cárlos, en la casa mortuoria. Su frente estaba vendada por un pañuelo.

Al entrar en la sala lanzó un grito.

La carpeta verde de la mesa, habia sido sostituida por un paño negro con galones de plata.

Un féretro descansaba sobre él, en medio de cuatro velones de cera que animaban aquel cuadro con un lúgubre resplandor.

El sacerdote, Mercedes y la sirvienta, lloraban arrodillados al pié de la mesa.

—Quién? preguntó Cárlos con los ojos casi fuera de sus órbitas.

—La señora, contestó la sirvienta.

El amigo de Arturo se arrodilló.

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Mercedes instruida por Camila, de la pasion de ambos jóvenes, y conociendo a Cárlos por el retrato que su amiga le habia hecho de él, le hizo una seña para que la siguiese, y Cárlos y Mercedes salieron al patio.

—Vd. vé: señor, el estado lastimero de esta desgraciada casa. He mandado á Camila a la mia y pienso tenerla siempre conmigo. Es preciso desalojar hoy mismo esta casa. Si Vd. quiere tener la bondad de ayudarnos.

—Señora, estoy á las órdenes de Vd.

—Desearia que mandásemos á casa los muebles de Camila, mi hermano y la sirvienta le ayudarán á Vd. á ponerlos en disposicion de llevarlos. Yo voy á mi casa á atender a Camila.

Mercedes se cubrió con su pañuelo, y se encaminó á pié à su casa.

Cárlos al cuarto de Camila.

Lo primero que hizo fué sacar la ropa del ropero. Al hacerlo, cayó á sus pies un billete. Lo abrió con mano trémula y leyó lo siguiente:

"Querida Camila."

"El amor frenético que siento por Vd. me impele á suplicarle me conceda una cita. Espero no se negará á la súplica de su rendido esclavo--Q. B. S. P."

"B. A."

Cárlos estrujó el papel entre sus crispados dedos y lo ocultó en uno de sus bolsillos.

El ropero no tenia la llave en la cerradura y era preciso buscarla. Se dirigió al cajon del costurero. Sus dedos tropezaron con una sortija.

Esta tenia dos iniciales—B. A.

-Si! no hay duda! esclamó Cárlos temblando de despecho. Blas Aguilar en el billete y Blas Aguilar en el anillo..........


No dejaré de hacer buen uso de las irrecusables pruebas de mi desgracia.
CAPITULO V
La Madre del desvalido.


Mercedes era hija de un honrado y acaudalado comerciante, y de una ecselente señora, cuya fortuna no era menor que la de su esposo.

Ambos murieron dejando por herederos de sus inmensos caudales, al Padre Anselmo, Mercedes y Eduardo, jóven de veinte y tres años, que habia ido á Europa á concluir sus estudios.

Poco despues de la muerte de sus padres Mercedes dió la mano de esposa á Pedro Gil, el que murió á los dos años de su casamiento, dejando á Mercedes en la viudedad y sin sucesion.

Libre y dueña absoluta de sus cuantiosos bienes, se constituyó Mercedes en el amparo de ]a desvalida humanidad. En compañía de su hermano, el digno sacerdote Anselmo, derramaba sus favores sobre las cabezas de los desgraciados y preferia encaminar su planta á donde oía resonar los amargos ayes de la indigencia, qué á donde oía suaves y armoniosos sonidos de una orquesta.

Cuando el motin infame de Diciembre de 1852 circundó de Hospitales de Sangre la ciudad de Buenos Aires, Mercedes detenia su carruage á la puerta de cada uno de ellos y descendia como un Angel del Empireo á aliviar con su beneficencia y amabilidad los dolores de las nobles víctimas, que caian, defendiendo la ciudad bajo el plomo flatricida de los caudillos.

Esta conducta sublime le acarreó un nombre digno de sus virtudes.

¡La madre del desvalido!

Nombre hermoso, mil veces mas dulce para el corazon de Mercedes que el mismo título de Reina.

¡La madre del desvalido!

Refulgente diadema, mil veces mas deslumbradora y hermosa que la de hermosos diamantes, pudiera colocar, sobré su cabeza de Angel la mano del mas asiático lujo.

¡La madre del desvalido!

Rica y celestial corona que la agradecida mano de la indigencia y el infortunio, habia colocado sobre su virtuosa sien.

El Padre de Anselmo con motivo del egercicio de sagrado ministerio, tenia dia á dia la ocasion de presenciar los tristes y desgarradores cuadros en que el pincel de la desventura nos pinta con negros colores, la miseria, la horfandad y la muerte.

Se acercaba al lecho de un moribundo, á darle los consuelos de la religion. Sus dulces y consoladoras palabras tenian una grande y benéfica influencia sobre el espíritu del enfermo, y aliviaba su corazon del peso que la proximidad de la muerte, hace gravitar sobre el corazon humano.

Una hora despues volvia al lado del mismo desventurndo, trayéndole un nuevo consuelo.

Entonces le traia á Mercedes, al pan de sus pequeños hijos, a la salvacion de sus inocentes criaturas.

Entonces el agonizante cerraba los ojos, bendiciendo en Mercedes á la mano de Dios, protectora de la virtud indigente.

Sí! La fortuna en las manos de un ser con el corazon de Mercedes, es una tabla de salvacion, puesta por Dios en el mundo, para el infeliz náufrago que se vé envuelto por las furiosas ondas del mar de la miseria. Lo mismo que la fortuna en poder de un hombre como D. Blas Aguilar, es como una aguda y cortante daga, colocada en las manos de un antropófago.

Asi que Mercedes llegó a su casa el dia de la muerte de Dª. Marta, corrió á la habitacion en que sus sirvientas habian colocado á la costurera.

Encontró a esta presa de una horrorosa fiebre. En su ardiente delirio esclamaba:

—Tia!!.... ella me llama .... en el cielo.... allá voy..... Cárlos !

De repente un acceso de desesperacion venia á dar una espresion desgarradora à su fisonomía. Retorciendo los brazos y clavando la vista en un solo objeto¡ gritaba con toda su fuerza:

—Dios mio!!.... Dios mio!! Protegedme de este hombre...... Aguilar!!.... .Retiráte monstruo!!..... tu presencia me asesina!!... No te acerques á mi!! Dios mio! Dios mio!! y ocultábase aterrorizada, cubriendo su rostro con el cobertor de su lecho.

Mercedes la llamaba.

—Camila! soy yo... tu amiga; soy Mercedes...

La enferma no contestaba.

Había quedado adormida por su misma debilidad.

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Al dia siguiente á la muerte de Dª. Marta, Mercedes escribia estas dos cartas.

"Buenos Aires, Mayo 28 de 1864.

"Sr. D. Blas Aguilar:

"El portador, entregara a Vd las llaves de la casa que ocupó mi finada amiga Dª Marta, y el importe de los alquileres que se le adeudan. Espero me mandará Vd. el correspondiente recibo."

"Mercedes V. de Gil."


"Buenos Aires, Mayo 28 de 1854.

"Sr. D. Cárlos Prado.

"Instruida de la noble simpaia que reína entre Vd. y mi amiga Camila, tengo el honor de

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"ofrecer a Vd. mi casa. Espero tendrá Vd. la bondad de ofrecernos la satisfacción de recibir su visita. Permítame llamarme su amiga y S.S."
"Mercedes V. de Gil."

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Habian pasado dos dial. Los constantes y asiduos cuidados de Mercedes, habian logrado detener los progresos de la fiebre, y aliviar á la infortunada costurera de su desesperado delirio.

Esta estaba desconocida. Su semblante sumamente pálido y macilento, y sus ojos habíanse puesto rojos por el incesante raudal de sus lágrimas.

-Mercedes: Cárlos tambien me abandona? No ha venido á verme? preguntaba Camila.

-No ha venido; pero ha mandado preguntar por tí, contestó Mercedes.

Esta engañaba á su amiga; porque Cárlos ni habia ido, ni mandado preguntar por ella.

Mercedes, prosiguió en tono de broma por distraer à Camila.

-Si sigues con tus llantos y abatimiento, mejor será que no venga; porque no quiero que te vea en ese estado. Tu sabes que Cárlos es muy patriota y no ha de gustar de ver tus lindos ojos del color de la divisa de la mashorca. Vamos: basta de lágrimas y aflixiones. Es preciso que te mejores para recibirlo.

Un sirviente se presentó en la habitación, y entregó una carta bastante abultada á Mercedes.

Esta rompió el sobre y cayeron á sus pies un ramo de secas flores, un billete y un anillo. Se fijó en la firma de la carta y esclamó.

—Camila! mira....cómo es que culpas á Cárlos? Estas flores, este anillo, este billete debe ser para tí. Tómalos; dijo Mercedes recogiendo del suelo los tres objetos y entrégándolos á su amiga.

El semblante de la enferma se puso radiante de alegría.

—Mira Mercedes: este ramo, se lo regalé la primer vez que fué à casa. ¡Cómo lo ha conservádo! En seguida abrió el billete.

Una horrorosa palidéz, demostró las torturas de su alma.

La letra era de Aguilar —ella la había conocido por los recibos que éste mandaba a su, tia al final de cada mes.


Examinó temblando la sortija, y encontró en ella las iniciales del mashorquero.

—Mercedes..... Mercedes..... yo.....

La desventurada niña no pudo continuar.

—Dios mio! que es esto? Camila, que tienes? habla!

La enferma se incorporó sobre su lecho. Su mirada tenia un brillo estraño.

—Yo.... no tengo nada, ... estoy buena;

Camila queria abandonar su cama.

—Camila ¿qué haces? Acuéstate desventurada ¿estás delirando?

—Nó!..... no !. ..... yo no deliro .... y giraba sus miradas por todo lo que la rodeaba, no!.... no deliro!... las flores.... Sí! cuando volví a mi cuarto ...... ya no estaban en el florero.... y en mi costurero..... Sí, hallé una sortija.... yo me acuerdo bien..... yo no quise atender lo que él me decia...... lo dejé solo...... él dejó un billete en mi ropero...... pero yo no quise abrirlo ..... hasta que mi tia se mejorase.... Mercedes... vamos ...... pronto .....

La infeliz costurera queria abandonar nuevamente su lecho.

—Pero á donde quieres ir infeliz criatura?

—Adonde? ..... á buscar. á Carlos.... tiene celos...... ¡¡Cárlos!!..... no me responde.... ¡està celoso! Cárlos!!..... no quiere venir...... Já! Já! Já!!...

Camila lanzó una carcajada estridente.

La infortunada jóven en su debilidad, no pudo resistir á este nuevo golpe.

Estaba loca.

Mercedes se lanzó fuera de la habitacion y mandó una sirvienta en busca de un médico. A su regreso á la habitacion de la enferma halló á esta al frente de un espejo, tratando de adornar su cabeza con las flores secas que su amante le habia enviado.

Su semblante tenia toda la espresion de la felicidad.

—Camila! por Dios! acuéstate... ven conmigo. —No!.... tú me quieres tirar las flores.... yo no voy......Càrlos me las mandó...... mira Mercedes ¿no me sientan bien?... quiero adornarme con ellas .......... él va á venir ......... quiero parecerle hermosa......... quiero que vea sobre mi negro cabello...... resaltar la palidez de estas marchitas flores....... Mercedes...... cuanto le amo!!!

La infeliz Camila estaba en un estado de completa debilidad y cayó en los brazos de Mercedes.

Esta la volvió á su lecho y se precipitó sobre la carta de Cárlos que aun no habia leido.

Esta estaba concebida en estos términos.

"Buenos Aires, Mayo 30 de 1854.

"Sta. Dª M.ercedes V. de Gil:

"Herido en el corazon, por la infidelidad de la muger, á quien mas que amor he profesado adoracion, abandono en este momento y para siempre las playas que me vieron nacer.

"Abusaodo de la bondad que Vd. me ha dispensado en su apreciable carta me tomo la libertad de suplicarle ponga en manos de la Sta. Camila el adjunto billete y anillo, que la mano de la Providencia puso en las del amante engañado; y ese ramo de flores que se ha marchitado al calor de mi corazon, y que recibí de sus manos, el dia fatal en que impelido por un destino aciago, puse mis pies en la casa de donde mas tarde debia recoger la ponzoña que habia de envenenar para siempre mi alma."

"Al dar à Vd. mi último adios, no hallo en mi amargura, espresiones para demostrarle mi gratitud por las dulces palabras de su amable carta. Tenga Vd. la conviccion de que su grato recuerdo, será mi inseparable compañero en la vida errante á que me lanzo."

"B. S. P.
"Cárlos Prado."

Asi que Mercedes concluyó la lectura de esta carta leyó el billete del ex-miembro de la Sociedad Popular Restauradora y se fijó en el anillo.

Las palabras de Camila y la carta de Cárlos le esplicaron perfectamente la situacion de ambos.

Comprendió el error en que estaba Cárlos, respecto á la infidelidad de Camila y que una coincidencia fatal le daba el derecho suficiente para juzgarla criminal.

Conociendo la violencia de la pasion de Cárlos, temia que este error lo llevara al suicidio.

Conociendo el estado de la costurera, temia que tan repetidos golpes la llevaran al sepulcro.

—¡Es preciso salvarlos! ¡Es preciso hacerlos felices! ¡Aun será tiempo!... esclamó bañada en lágrimas la madre del desvalido.

Agitó el cordon de una campanilla y apareció el cochero.

—Pedro! corre á casa de Carlos Prado, á la misma casa donde llevaste mi carta, y dile que venga á verme en el acto.

El cochero salió á cumplir las órdenes de su señora y regresó poco después.

—Que traes? le preguntó Mercedes con ansiedad.

—Señora: no lo he encontrado, pero en su casa estaba un jóven que se llama D. Arturo, y me dijo que creia que D. Cárlos se habia embarcado esa mañana, y que. el pensaba venir á hablar con Vd. hny mismo.

—No te dijo para que destino se habia embarcado Cárlos?

—No Señora.

—Corre á buscar á ese jóven y dile que venga ahora mismo.

—Salió Pedro, pero volvió sobre sus pasos.

—Porque te vuelves?

—Porquque acabo de encontrar en el zaguan à D. Arturo que pregunta por Vd.

—Hazlo pasar á la sala.

El cochero volvió à desaparecer.

—Mercedes se cubrió econ un pañuelo y dejando una sirvienta á la cabezera de Camila salió á recibir al amigo de Càrlos.

Al presentarse Mercedes en la sála, Arturo se puso de pié.

En la humedad de sus ojos se conocia que acababa de enjugar algunas lágrimas.

—Señora. suplico á Vd. disimule mi atrevimiento de venir á molestar su atencion; pero un amigo mio, mi único amigo, acaba de alejarse de Buenos Aires, con el corazon desgarrado. Me ha dejado una carta de despedida; pero no me dice dice en ella el destino de su viage. Se que ha dejado otra para Vd., en la que espresa los motivos de su espatriacion. Necesito saber señora, el paradero de mi amigo. Supongo que en la carta que ha dejado a Vd., dirà a donde se encamina.

—Señor, esa misma pregunta mandaba hacer á Vd. en este momento. Yo tambien necesito saber el paradero de su amigo de Vd., porque de él depende la felicidad de una desgraciada jóven.

—Señora; pero esa jóven ha causado la desgracia de mi amigo, engañándolo vilmente.

—Sr. D. Arturo, esa jóven ama frenéticamente á su amigo. Las apariencias fortalecidas por horribles casualidades son las que han engañado a Cárlos. Estoy al cabo de todo.

Era tan convincente el acento de Mercedes, que Arturo loco de alegría le tomó una de sus manos y enagenado de gozo le dijo:

—Señora: ambos tenemos el mismo interés en buscar á Càrlos, averigüe Vd. su paradero por todos los medios que esten á su alcance; yo haré lo mismo y en el acto de saberlo, le juro á Vd. que me lanzaré á buscarle aunque sea al traves del Occeàno.

—Generoso y noble jóven, contestó Mercedes, Dios nos protegerá, protegiendo á la virtud. Ella triunfará del crímen, y tendrémos el placer de ver felices á nuestros amigos. Corra Vd. Arturo: adquiera las noticias que pueda. Yo tengo que contraerme á atender á Camila. La infeliz ha perdido la razon.

— Señora! ignoraba esta nueva deggracía, parece que un genio maléfico se ha interpuesto entre nuestros amigos.

—No desesperémos. Yo creo que no será dificil la curacion de Camila. Haré todo lo que puede hacer una persona que se interesa mas por su felicidad que par la suya propia.

—Bien, señora: no perdamos tiempo. Yo voy á tratar de adquirir los datos que pueda del viage de Cárlos. Transmitiré á Vd. lo que sepa.

—Dios proteja á Vd. Arturo.

—Quede Vd. con él, señora.

Arturo salió á la calle.

Mercedes, volvió al lado de la demente.

10
CAPITLO VI
Los dos rivales.


Eran las diez y medía de la noche del veinte y nueve de Mayo, y Cárlos tenia concluidos los preparativos del viaje que habia resuelto hacer para alejarse de la muger, por quien se creia engañado.

Escribió á Mercedes la carta que ya el lector ha leido, y otra á su amigo Arturo; concebida en estos términos.

"Mayo 30 de 1854"

"Arturo amigo: adios"

"Cuando recibas esta, mi desgracia me llevará, como la furia del huracan lleva á una débil hoja que va á perderse para siempre"

"Voy á arrastrar la amarga existencia del peregrino si no tengo la dicha de sucumbir en el duelo á que voy á provocar á mi infame rival."

"Recibe el último adios de tu desgraciado amigo." .

"Cárlos"

Despues de cerradas ambas, levantóse Cárlos y abriendo el cajon de su escritorio, tomó de él un par de pistolas. Introdujo una baqueta en el cañon de cada una de ellas, examinó las càpsulas y despues de cerciorarse de que estaban bien cargadas las guardó en sus bolsillos, y emprendió un paseo por su habitacion.

—Voy á batirme: decia Cárlos, y ¿por quien?

¿Por una muger que me ha vendido vilmente?

¿Por una muger à quien no dejarà ni un vago recuerdo la muerte que como único remedio á los tormentos de mi alma, voy á buscar en el duelo? ¡Voy á batirme! ¡Y porque? Porque siento circular por mis venas la ponzoña de los celos, porque siento en mi corazon una sed abrasadora de venganza, porque en medio del frenesí de mi desventura, en medio de la fiebre que me devora siento la necesidad de matar ó morir. ¡Matar ó morir! Si mato...... ¿iré á ofrecer á esa muger una mano teñida en la sangre de su amante? Si muero.... ¿el recuerdo de mi muerte, irá alguna vez á herir la mente de la muger que sacrificó mi existencia? ¡Camila! ¿Iras á verter una lágrima sobre la tumba que abrió á mis pies la felonia de tu alma? ¿Iras acaso á soborear tus placeres sobre el césped que cubra la tierra que me separará para siempre de las falsedades del mundo, sobre la fria losa que cual muda mortaja cubrirà los despojos del amante vendido?

¡Horrible situncion!

Y qué hacer? ¿Qué hacer cuando no hay mas que veneno en el alma, luto en el corazon y lágrimas de amargura en los ojos? ¿Qué hacer cuando no hay en la mente mas que los recuerdos pálidos de un Eden perdido; recuerdos de un pasado de felicidad que vienen con su presencia á hacer mas amargas las desventuras del presente, recuerdos que vienen á envolver en una sombra mas fatídica el ya borrado panorama del porvenir?

¡Porvenir! ¿Qué significado tiene hoy para mi esa palabra que con su mágico sonido tantas veces hizo latir de esperanza mi corazon?

¿Donde esta hoy la poesia sublime de esa palabra, que al escucharla mi oido ó al pronunciarla mi labio, dejaba entrever al corazon sediento de placeres y emociones un mas allá de gloria y de ventura? ¡Hermosa palabra! tu dulce poesia se ha trocado hoy en la amarga y perpetua sonrisa de un cráneo......

Detúvose Cárlos en medio de su habitacion, y secó con su pañuelo el sudor frio que corria de su frente.

Llamó á su sirviente y entregándole las dos cartas le dijo:

—Mañana despues de las doce entregarás esas cartas á sus sobres.

—Muy bien señor.

Cárlos se envolvió en su talma, y despues de tomar su sombrero se encaminó á casa de D. Blas de Aguilar.

Diez minutos despues estaban ambos rivales frente á frente.

D. Blas asi que vió entrar á Cárlos se puso pàlido.

—Síentese usted amigo D. Cárlos dijo el mashorquero presentando una silla al amigo de Arturo.

Cárlos en vez de sentarse, arrojó sobre ella su talma y sombrero, colocó sus armas sobre la mesa y cruzando los brazos sobre el pecho, quedó mirando en silencio y de hito en hito á Aguilar.

—Parece que el Sr. D, Càrlos tratara de hacer mi retrato, tal es la atencion con que me mira. Ya me ha visto usted bien de frente, si lo desea me colocaré ahora de perfil.

—Con una pistola en cada mano, á diez pasos de mí y sin mas testigos que Dios y nuestro odio.

-El señor Prado me permitirá que le diga que no le comprendo.

—El miserable Aguilar me permitirá decirle que si tuviese algo de caballero, me comprenderia perfectamente bien y me ahorraria la molestia de darle esplicaciones.

-Parece que el objeto de su visita es insultarme?

-Para eso solo no me habría costeado á casa de Vd.; porque con haberle dado de bofetadas donde quiera que lo hubiese encontrado, habria quedado satisfecho mi deseo.

—Luego ¿desea Vd. algo mas?

—Mucho mas señor: deseo que se abra una tumba entre nosotros, y crea el señor Aguilar que cuando Cárlos Prado desea una cosa pone todos los medios para conseguirla.

—Por lo visto es un duelo el que viene usted á proponerme?

—Siento que haya tardado tanto en comprenderlo porque estoy de prisa.

—¿Ignora acaso el señor Prado que las leyes de nuestro pais prohiben el desafio?

—No he venido señor Aguilar á que usted me dé informes sobre la Recopilacion Castellana.

—Es que existe esa ley señor, y el sabio legislador que la dictó tuvo en vista.....

—¿Qué seria de grande utilidad para los cobardes como Vd.?

—Señor; Vd. me insulta, he dicho que ese legislador quiso........

—Nada me importa saber cual fué la mente de ese legislador y á mas de eso, yo no he venido aqui á entablar con usted discusiones sobre nuestros códigos de legislacion.

—Pues à mí me importa mucho señor Prado.

—Eso no quitará que tengamos el placer de dirigirnos recíprocamente un par de balas.

—Señor Prado yo no puedo batirme.

—Pues es preciso hacer un poder, como dicen.

—Le digo á Vd. formalmente que no me bato, que no quiero batirme, ¿me comprende usted?

-Perfectamente bien; pero sepa el Sr. Aguilar que yo tengo un ecselente tónico para animar á los mas cobardes.

—Puede ser muy bien.

—Aqui le tiene usted.

No habia Cárlos pronunciado la palabra usted cuando descargó tan feroz bofetada sobre la megilla del mashorquero, que lo hizo rodar por el suelo.

Càrlos tomó su talma, sombrero y pistolas y dijo á su rival:

—¿Creo que ahora habrá nacido en usted la disposicion de batirse?

—Si usted me permite, dijo Aguilar levantàndose del suelo, tomaré mi sombrero y saldremos.

—Con el mayor placer señor: parece que mi remedio es eficaz; ¡Supongo que ahora habrà usted proscripto de su imaginacion la ridícula idea de que yo venia á retratarlo; porque si tal hubiera sido mi intencion no habria desfigurado su rostro con una bofetada. A pesar que no seria estraño que lo hiciera para devolver á sus pàlidas megillas, el bello carmin, que el miedo cobarde de perder la vida, les habia robado.

D. Blas lívido de rábia por este nuevo insulto, tomó sus pistolas, las guardó en los bolsillos de un chaquetón de paño azul con vivos punzoes que en esos momentos vestia, tomó su sombrero y cubriéndose con su capa dijo á Cárlos:

—Salgamos señor.

Llegaron ambos al patio y al llegar al zaguan D. Blas martilló una de sus pistolas y cerrajó a Carlos un tiro en direccion á la cabeza.

La bala no hizo mas que arrancarle de ella el sombrero.

—Asesino! traidor! gritó Cárlos furioso al ver la cobarde traicion de su indigno rival, y descargó una de sus pistolas sobre Aguilar.

La bala fué a destrozar el hueso superior del brazo izquierdo de D. Blas.

Este cobarde lanzó un grito y cayó desmayado en el patio.

Cárlos quiso salir á la calle, pero los pitos de los serenos y los gritos de ¡ladrones! ¡ladrones! dados por los vecinos, le aconsejaron que se ocultase en un aposento.

El patio de la casa de D.Blas se pobló de serenos y vecinos atraidos por las detonaciones de las pistolas.

Cárlos salió disimuladamente por la puerta de la sala y se mezcló entre la multitud de personas que rodeaban al desmayado Aguilar.

Trajeron un médico y este despues de haber examinado á la luz del farol de uno de los serenos, la herida de D. Blas, dijo:

—Es preciso amputar inmediatamente el brazo, porque de lo contrario puede pronunciarse la gangrena.

—Tiene usted sus instrumentos? le preguntó Cárlos.

—No Sr. pero mi casa es cerca y voy por ellos.

— Y yo me voy á dormir, à mi casa; dijo Carlos fingiendo un bostezo.

—Que usted descance señor, dijo el médico.

—Deseo al séñor doctor el mejor éxito en su operacion.

—Gracias, señor.

—Servidor de usted.

Cárlos salió á la calle, se dirigió á la alameda, bajó al rio, saltó en una lancha que lo esperaba, y algunos minutos despues estaba abordo de un buque que salia al dia siguiente para Montevideo.

El médico despues de hacer colocar à D. Blas en su cama se dirigió á su casa y poco despues venia con su cartera de instrumentos cirúrgicos.

El discípulo de Hipócrates procedió á hacer la amputación del brazo y despues de vendarlo segun las leyes de la ciencia se retiró.

Cuando D. Blas de Aguilar, recobró sus sentidos se encontró con un brazo, menos.

Es imposible describir la cólera que se posesionó del ex-espia de Rosas, cuando abrió los ojos y se halló en tan deplorable estado.

Maldijo y blasfemó como un loco, jurando que desde aquella noche se contraeria esclusivamente á vengarse de Cárlos y Camila ; y en medio de su rabia sin cuidarse de dos vecinos que habian quedado á asistirle y que en ese momento se entretenian en leer las sandeces de la gaceta de Rosas, gritaba:

—¡Una docena de rayos me confunda si antes de un mes no han caido Cárlos y la maldita costurera bajo el mismo puñal con que he degollado docenas de salvages unitarios!

Era tal la fuerza de la maldad que se encerraba en el alma del mashorquero, que lo hacia sobreponerse á los atroces dolores de su herida, desterrando la fiebre que en tales casos se posesiona del enfermo.

—Este pobre hombre está delirando, dijo uno de los vecinos.

—Asi parece: contestó el otro; por sus palabras juzgo que habrá sido perseguido por Rosas el año 40. Ya ves que habla de degüello y de salvages unitarios.

—Puede ser compañero; pero segun las apariencias y el modo como está arreglado el cuarto este, parece que en vez de haber sido perseguido ha sido perseguidor.

—No debemos juzgar nunca por las apariencias y á mas de esto yo te aconsejo que sean cuales sean tus creencias en este caso te calles la boca, yo por mi parte haré lo mismo; pues aunque el Restaurador anda por Inglaterra, el miedo á la mashorca anda todavia en mi corazon.

Los dos vecinos fueron á sentarse al lado del lecho del herido.

—Ha venido Manuel? preguntó Aguilar.

—Que Manuel señor? dijo uno de los vecinos tocando con el codo al otro, que tambien creyó que Aguilar preguntaba por D. Juan Manuel.

—Mi negro, mi sirviente.

—¿Ves como no es bueno juzgar por las apariencias? dijo el segundo vecino al oído del primero.

—Aqui no hemos visto ningun negro, señor.

—Que hora tienen ustedes?

—Seràn las once y media.

El negro Manuel se presentó en la habitacíon.

—Por que has tardado tanto? preguntole Aguilar.

—Porque el señor D. Jaime estaba jugando con otros señores y me hizo esperar.

—Viene Jaime esta noche?

—Dice que no podrá venir hasta mañana.

—Corre y dile que venga ahora mismo.

—Señor cuando yo me vine, él quedó jungando. Por el modo con que me recibió, creo que estaba perdiendo y es muy capaz de levantarme la tapa de los sesos si vuelvo á incomodarlo; pero ¿qué tiene usted señor está enfermo?

—Si no te hubieras demorado tanto, grandísimo bribon, no me hubieran hallado solo los ladrones y no me veria ahora con un brazo menos.

—Que dice, señor, por Dios?

—Anda donde te mando.

El negro se alejó y media hora después volvió con Jaime.

—Me dice tu negro que estas herido Blas, dijo Jaime al entrar.

—Señores: pueden ustedes retirarse; les doy á ustedes mil gracias dijo Aguilar á los vecinos que vencidos ya, por la robusta mano de Morféo, se iban quedando dormidos en las sillas.

—Que Vd. se mejore señor: si en algo podemos ser útiles......

—Gracias:—Manuel, acompaña hasta la puerta á esos señores, y no vuelvas hasta que te llame.

Los vecinos hicieron una reverencia y salieron acompañados de Manuel.

El mashorquero y el jugador quedaron solos.

—Jaime: es preciso venganza, y no pienso omitir medio alguno para llevarla á cabo.

—Pero esplicame tu situacion ¿que es lo que ha sucedido?

Aguilar refirió á Jaime lo ocurrido, advirtiéndole que era preciso hacer creer á todos, que habia sido herido por ladrones; pues pensaba asesinar á Cárlos y era preciso ocultar su resentimiento, para que no recayeran sobre él las sospechas de su muerte.

—La mitad de mi fortuna será tuya, Jaime, si me ayudas á llevar á efecto mi venganza; venganza que la necesito tremenda. Es preciso que abandones el juego y todos los placeres y te contraigas á servirme. Advierte que yo no quiero el amor de esa muger. Quiero su perdicion, su ruina, su desgracia eterna y despues su muerte; pero una muerte horrorosa..... feróz....

—Tu sabes, Blas, que puedes contar conmigo en cualquier caso.

—Bien, es preciso que empecemos por informarnos del estado de las cosas, para empezar á preparar mi venganza. Te dije que la jóven estaba defendida por una vieja. La vieja ha muerto, y la maldita costurera ha ido à refugiarse en casa de una señora jóven llamada Mercedes, que se­gun creo es su mas íntima amiga.

Tengo comprado á su cochero Pedro, y este es un muchacho que puede servirnos mucho. En cuanto al maldito rabioso de Cárlos, es preciso acabar con él, de cualquier modo, porque mientras el viva, mi vida estará en un hilo. La muerte de este, será una puñalada maestra para Camila, que le ama como una loca. ¡Bandera negra! ¡Guerra á muerte á todos ellos! Tenemos que luchar contra cuatro: Cárlos, Camila, Mercedes y un maldito fraile hermano de esta, que puede hacernos mucho mal y á quien seria muy bueno quitar del medio.

—Mientras haya oro querido amigo, combatiremos con ventaja.

—Si es preciso lo derramaré á manos llenas, y mil fortunas que tuviera las emplearia en cabar ·las tumbas de todos ellos. Mañana es preciso que con algun pretesto te presentes en casa de Mercedes y trates de ganar la entrada en su casa, y si es posible su amistad.

—Y si te parece mejor su amor, le hago una declaracion de novela en cinco minutos.

—¡Magnífica idea!

—Pues desde ahora, hago cuenta que estoy ciegamente enamorado.

—Como no te vayas à enamorar de veras....

—No hay cuidado: con mi corazon nadie juega.

—Mira Jaime: si consigues que esa muger te ame, la victoria es segura; porque despues empie­zas á dìrigir tus obsequios à Camila; y Mercedes, con el corazon enchido de celos y viendo que la abandonas por su protegida....

—Le quitará su proteccion......

—Y el cariño en ambas se trocará en guerra.

—¡Oh poder del amor!

—Oh poder de los celos. Perseguida Camila por Mercedes y muerto Càrlos ¿donde irá la orgullosa costurera? Precisamente caerá en mis manos. ¡Oh! Si tal cosa sucediese, yo la haria apurar hasta las heces el caliz del martirio, su vida sería una agonia, pero una agonia horrorosa. No le daria la muerte con un golpe de mi puñal ¡¡no!! Yo la mataria lentamente. Mi venganza seria feroz; porque estando esa muger en mi poder, yo la haria sufrir los tormentos del infierno. Me pediria que la matase por compasion, y yo le contestaria, ¡No! vive querida: y ella viviria.... Si; pero viviria muriendo.

—Bien Blas; pero yo necesito dinero para comprar un elegante trage para mi conquista de mañana y las señas de la casa de Mercedes.

El espia de Rosas despues de indicar á su cómplice la casa donde se habia refugiado su victima, le dijo dandole una llave y señalando la caja que estaba embutida en la pared.

—En esa caja hallareis dinero.

Jaime tomó la llave y abrió la caja que como hemos dicho antes, al abrirse, giraba su tapa como una puerta.

Jaime retrocedió aterrorizado hasta el lecho de D. Blas.

—Que es eso querido Jaime? preguntó este.

-Alli!... alli... contesto el jugador pálido como un difunto, el cabello erizado y señalando la caja.

—Ah! ya comprendo, dijo D. Blas soltando una carjada, esa calavera que has visto, es la cabeza de un salvage unitario que degollé el año 40. El restaurador me lo encargó y te juro que cumplí lindamente su encargo. Por Dios! que se defendió el maldito salvage como un condenado; pero nosotros los federales eramos cinco y lo amarra como a un Cristo. Despues por embromar un rato, yo que estaba esa noche de buen humor, le corté las orejas, se las puse en el bolsillo del chaleco y le saqué de él el reloj de oro que tenía. Despues, mientras me lo sugetaban los cuatro compañeros, lo degollé como á un perro. El reloj me ha salido escelente. Siempre á estos diablos de salvages les ha dado por tener buenas prendas. Míralo Jaime, es ese que está sobre la mesa ¿qué te parece?

Jaime se acercó temblando á la mesa: tomó el reloj, y examinàndolo halló en la tapa, grabadas estas dos letras. R. G.

El rostro del jugador se puso blanco y sus facciones se contrageron.

Aguilar no advirtió la emoción de Jaime, porque éste le daba la espalda.

Jaime colocó de nuevo el reloj sobre la mesa, y disimulando su agitacion dijo al bandido.

—Vaya, querido Blas, que he sido un necio en asustarme por tan poco. Es verdad que al mejor se la doy.

—Confiesa que aun te dura el susto.

—Es verdad, soy muy cobarde; y como siempre juzgamos á los demas por nosotros mismos, te considero poco valiente, y como yo me voy no quiero dejarte solo. Ahí tienes compaña.

Al decir esto, Jaime, tomó la calavera con mano trémula, y la arrojó sobre el lecho de Aguilar.

El cráneo del desgraciado enemigo de Rosas, fué á dar un fuerte golpe en la herida de su asesino.

—¡Malditos salvages! gritó furioso el mashorquero, hasta despues de muertos, nos hacen la guerra á los federales. Alcánzame ese puñal, Jaime.

El jugador tomó de la caja un puñal con cabo de marfil, cuya acerada y águda hoja estaba guardada por una vaina de tafilete punzó, sobre la que habia escritas con letras doradas estas palabras de siniestra tradicion.—¡¡¡Rosas, Federacion ó Muerte.!!!

Aguilar sugetó la calavera entre sus rodillas, y tomando el puñal de las manos de Jaime, lo supultó en una de las concavidades que habian dejado sus ojos.

Jaime se mordió las labios hasta hacerse sangre y sus ojos brillaron de un modo sinestro.

Esta espresion de su fisonomia desapareció en el acto y una sonrisa de calma, asomó falsa á sus pálidos labios.

—Guárdame esas prendas: te prometo que no quitaré de ahí mi cuchillo hasta que sea necesario quitarlo; para clavarlo en la garganta de Càrlos.

—Pues es preciso sacarlo pronto, porque está hincando los ojos de este-pobre: respondió Jaime con un acento irónico.

—Colocó el cráneo en la caja y sacó de ella un puñado de onzas.

—¿Piénsas poner onzas de oro en lugar de botones en tú nuevo vestido? preguntó Aguilar; que veia que su amigo sacaba mas oro del necesario para comprar un trage.

—Lo que pienso hacer, es pagar á mis acreedores por dos motivos.

—¿Cuales son?

—El primero: porque para abandonar el juego necesito pagar á mis compañeros, ya sabes que las deudas del juego son sagradas.

—Está bien: ¿y el segundo motivo?

—Es que necesito pagar algunas otras cuentitas porque ya ves que no tendría mucha gracia que estando yo à los piés de la bella Mercedes declarándole mi amor, vinieran á prenderme por deudas.

—Eres el Diablo, querido Jaime.

—El te ayude y haga que te mejores, querido amigo.

—¿Te retiras?

—A prepararme para mi conquista de mañana.

—Haces bien de irte, y te aconsejo que vayas directamente á tu casa y te recojas; porque si pasas mala noche, mañana estarás de mal color y ya sabes que es preciso estar buen mozo eh?

—Eso queda á mi ciudado hasta mañana.

—Te espero contestó Aguilar.

Asi que el jugador salió à la calle, se afirmó á una pared para no caer.

—¿Seria posible, Dios mio? ¡Oh! ¡Si! no hay duda!... gracias Dios mio! gracias!......... Me apartas de la senda del crimen y...... Gracias Dios mio! Gracias!

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Al dia siguiente Jaime llamó a un muchacho que lo servia y despues de darle las señas de la casa de Mercedes, le dijo:

—Trata de hablar con el cochero, que se llama Pedro, y le dirás de mi parte, que en el primer momento que tenga desocupado venga á verme, que no quedará descontento de mi llamado.

El sirviente de Jaime, salió de la habitacion.

El jugador se sentó en un confidente que habia en ella, reclinó su cabeza en el respaldo de este, y la espresion de su rostro dió á conocer que su imaginacion estaba ocupada con pensamientos estraordinarios.

Una hora despues el sirviente de Jaime anunciaba al cochero de Mercedes.

—Que entre: dijo el jugador.

—Buenos dias señor; dijo el cochero entrando y quitando de su cabeza la gorra que la cubria.

—Te he mandado llamar, porque necesito tus servicios. Se que estas dispuesto á emplearlos en favor de D. Blas Aguilar. Yo nececito que en vez de servirle à él; me sirvas à mi. Yo trato de hacer un bien á tu señora, sin que ella conozca quien la favorece. Yo recompensaré tus servicios, dandote diez veces mas dinero del que puede darte Aguilar; pero ten presente que al menor desliz que cometas, te descubro á Mercedes y serás arrojado de su casa.

—Señor, cuente Vd. con que haré todo lo que pueda en su favor: y mucho mas cuando veo que Vd. piensa hacer un bien à Dª. Mercedes.

-Fijate bien en las órdenes que voy á darte, de su buen cumplimiento depende tu fortuna. D. Blas de Aguilar está enfermo en cama y no podrá salir á la calle en algunos dias. Esta tarde irás á verlo y le dirás que me has visto entrar de visita á la sala de tu señora.

—Justaménte, Señor, yo tenia que ir á verlo esta tarde; para decirle que la niña Camila está algo loca y que la señora por órden del médico la lleva al campo.

—¿Tu tambien vas con ellas?

—No, Seor: yo quedo al cuidado de la casa porque la Señora lleva las sirvientas.

—¿Cuanto tiempo crees tu que tardarán en regresar?

—Creo Señor que no han de volver hasta despues que hayan pasado cuatro meses.

—Atiende,Pedro, á lo que voy á decirte: á D. Blals no le dirás una sola palabra, respecto á la demencia de Camila: respecto al viaje, le dirás que no estarán fuera de la ciudad, más que doce ó quince dias.

—Está muy bien Señor.

—En el acto que se vayan al campo, me avisas.

—Pierda Vd. cuidado.

—Toma; y no olvides mis órdenes; puedes retirarte.

—Gracias Señor: dijo el cochero de Mercedes, recibiendo una onza de oro de la mano del jugador, y acomodándose su gorra salió á la calle, murmurando entre dientes:

—El sueldo de Da. Mercedes, los regalos de D. BIas de Aguilar y ahora los de D. Jaime.... vamos, estoy viendo que no habia sido tan malo el ejercicio de cochero.
CAPITULO VII
El lecho de muerte.

Habian transcurrido cuatro días, desde que la infeliz costurera habia perdido la razon. Los médicos aconsejaron á Mercedes, la llevase al campo.

La madre del desvalido que no omitia medio alguno para lograr el restablecimiento de la salud de su protegida, hizo los preparativos de viage, y en la mañana del tres de Junio, salian en una diligencia, con destino á una casa de campo que tenia Mercedes a veinticinco leguas de la ciudad, dejando al cochero Pedro al cuidado de la casa.

Cuando este quedó solo, corrió á casa de Jaime y le dijo:

—Señor vengo á avisar á Vd., que la señora se fué ya.

—¿Has (luedado tu solo en la casa?

—Sí señor.

—Es preciso que me lleves à ella.

—Cuando Vd. guste señor, vendré á buscarlo el carruage de la señora.

—Ahora mismo iremos á pié.

El jugador tomó su sombrero y salió con el cochero á la calle.

Pronto llegaron á casa de Mercedes; el cochero abrió la puerta, y ambos se internaron en ella.

Jaime recorrió todas las habitaciones, y lo que le llamó mas la atencion, fué un sótano que servia de bodega. Bajó á él seguido de Pedro.

—¿Qué hay en este sótano?

—Nada mas que unas pocas botellas de vino: la señora dice que es muy bueno.

—¿Abren con frecuencia este sótano?

—Casi nunca señor; solamente cuando es el cumple-años de la señora ó del padre Anselmo entonces lo abren para sacar vino.

—Diras á D. Blas, que yo he venido á recorrer la casa en nombre de él y que por eso me la has mostrado.

—Muy bien, señor.

Ambos salieron del sótano y el jugador dijo al cochero.

—Esta tarde iras á ver á D. Blas, y le diras lo siguiente, escucha con atencion.

— Ya escucho, señor.

—Le diras que tu señora, Camila y las sirvientas, se han ido hoy al campo á dar un paseo de doce ó quince dias y que, en el momento que lleguen, tú se lo avisarás. Recuerda bien mis órdenes.

—No hay cuidado de que las olvide: tengo buena memoria.

El jugador salió de la casa de Mercedes y se encaminó á la del ex-espia de D. Juan M. Rosas.

—¿Como sigues amigo? preguntó Jaime á D. Blas.

—Muy mejor: me ha dicho el médico; que pronto podré salir á la calle.

—Es preciso que sea mas que pronto.

—¿Por qué?

—Porque para llevar á cabo tu venganza es preciso robar á la costurera.

—Pero ¿ el plan que formamos de ganar á Mercedes?

—Ha fracasado; pero nos queda otro remedio.

—¿Cual?

-Robar á Camila, la misma noche que lleguen del campo: yo tengo tomadas ya todas las medidas, para asegurar el bueo écsito de nuestra empresa. Mi plan es este: cuando regresen Mercedes y Camila, vendrán naturalmente rendidas del viage, y en el momento que se acuesten quedarán profundamente dormidas. Nosotros estaremos ocultos en un sótano que hay en la pieza contigua á la habitacion de Camila. A la una ó las dos de la mañana, salimos de nuestro escondite, y nos dirigimos á la cama de Mercedes, uno de nosotros le pone una mano en la boca, y el otro le sepulta un puñal en el corazon.

—¡Bravo! dijo Aguilar.

—En seguida vamos á lacosturera: le metemos en la boca, aunque sea una sábana para que no grite y despues de encerrarla en un carruage que tendremos preparado al efecto, la conduciremos á tu quinta. '

—!Magnífico! gritó entusiasmado el ex-miembro de la Sociedad Popular.

—Entonces queda arreglado: dijo el tahur.

—Arregladísimo: contestó el mashorquero.

—Pues entonces hasta luego.

—Hasta luego.

Jaime se encaminó á casa de Mercedes.

En ella encontró á Pedro, á quien ordenó fuese á casa de Aguilar, á darle las noticias convenidas.

El cochero se fué.

El jugador quedó solo, en la casa de la protectora de Camila.

Cerró la puerta de la calle; se quitó el sombrero y levita y emprendió un registro en la casa, hasta encontrar un madero como de tres varas de largo y una barreta.

Bajó ambos objetos al sótano, y empuñando con nervuda mano la barreta empezó á cabar acaloradamente la tierra. Asi que hubo hecho un hoyo como de una vara de hondura clavó en él el madero y apisonó la tierra. En seguida colocó la barreta en su lugar, cerró el sótano, y despues de lavarse las manos, se vistió, encendió un grueso cigarro y arrellenándose en "un sillon de la sala, empezó á balancearse en él, siguiendo con la vista, las caprichosas nubecillas de humio que despedia su aromático cigarro.

El exterior del amigo de Aguilar, era el del hombre mas tranquilo.

Pedro regresó un momento despues.

—¡Cómo te ha ido! le preguntó Jaime.

—Muy bien señor, le dige á D. Blas; lo que Vd. me ordenó decirle.

—Toma Pedro: Jaime dió dos onzas al cochero.

—Dentro de diez dias, dirás á Aguilar, lo siguiente: "La señora me ha mandado decir que la espere esta tarde."

—Cumpliré como Vd. me lo manda.

—Jaime salió de la casa de la protectora de la infeliz demente.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Habian pasado los dias que Jaime habia señalado á Pedro.

Eran las tres de la tarde, y el jugador estaba en casa de Aguilar.

El cochero se presentó delante de ambos.

—¿Qué ocurre Pedro? preguntó el asesino.

—La señora me ha mandado decir que la espere esta tarde.

—¿Cómo á qué hora?

— No se señor; pero creo que ha de llegar a la oracion.

—Anda al zaguan, y esperanos en el: dijo él jugador.

El cochero salió dejando solos á Jaime y D. Blas.

—Mira Blas; es preciso deshacernos del mozo este, porque puede vendernos.

— Tienes razon; mandémoslo fuera del pais.

—Mejor seria mandarlo fuera del mundo.

—Seria mejor realmente ¿pero cómo?

—El modo es sencillísimo: tengo en mi casa un veneno bastante activo; llevemos á Pedro á ella y le damos una copa de vino. Yo respondo de lo demas. En seguida nos vamos al sótano.

—¡Tienes mas talento que D. Baldomero García! Ya te he dicho que me gustan las medidas enérgicas.

—Pues entonces, armémonos y á mi casa.

—A tu casa.

—Aguarda que nos falta algo.

—¿Qué?

—El coche.

—Es verdad: ¿y como salvamos esa dificultad?

—Tomaremos uno de alquiler, hasta mañana, y lo confiaremos á mi sirviente que es apto y de confianza.

—Vamos: veo que aventajas à Federico de la Barra en brillantez de ideas.

—Bien vete á mi casa con Pedro, yo voy á arreglar lo del coche y en seguida me uniré à ustedes.

—Corriente:

D. Blas tomó el puñal de su caja, dió otro á Jaime y salieron ambos á la calle seguidos de Pedro que los esperaba en el zaguan.

Aguilar y Pedro se encaminaron à casa del jugador.

Este tomó otra direccion.

Diez minutos despues entraba Jaime en su casa.

—Como te ha ido? le dijo D. Blas, que le esperaba en ella.

—Perfectamente.

—¿No faltará?

—No.

Jaime salió de la habitacion y algunos momentos despues regresó con una bandeja sobre la que venian tres copas de Jerez.

Dió una á Aguilar, otra à Pedro y llevando à sus labios la tercera dijo:

—Caballeros, por el feliz arribo de Dª Mercedes y la bella Camila.

El Jugador y el cochero apuraron sus copas, Aguilar no probó el contenido de la suya, por temor de que equivocadamente le hubiera ofrecido un veneno su amigo.

—Yo no tomo, porque el médico me lo ha prohibido, dijo D. Blas.

Dos minutos despues, Pedro empezó á sentir una gran pesadéz en la cabeza y quedó exánime en la silla donde estaba sentado.

—¿Qué tal mi veneno? dijo Jaime.

—Admiro su actividad: contestó su amigo.

—Voy á esconder el cadáver.

Jaime, cargó sobre sus hombros à Pedro y se alejó con él.

Un minuto despues volvió solo.

—¿Has ocultado bien el cadáver?

—Lo he arrojado al pozo de balde.

—Vales un Perú.

—Ahora al sótano: he sacado del bolsillo de Pedro la llave de la casa.

—Al sótano: dijo Aguilar, y ambos se dirigieron á él.

Llegaron á casa de Mercedes, y el jugador indicó à su cómplice el camino que conducia al sótano, y le ayudó á bajar á él; pues la falta del brazo le hacia necesitar un apoyo.

Mientras Jaime, sostenia a Aguilar con la mano derecha, para que bajase la escalera, con la izquierda sacó de uno de los bolsillos de su levita una cuerda perfectamente enrrollada. Ligero como el pensamiento ató à D. Blas, y arrastrándolo hasta llegar al madero le dijo, poniéndole el puñal al pecho.—Silencio, querido amigo, ó eres muerto!

—¿Qué haces Jaime? dijo temblando el asesino.

—Una palabra mas, y te degüello querido amigo.

El espía del tirano guardó silencio.

Su amigo Jaime, lo ató fuertemente al madero.

—Ahora querido Blas,la llave de vuestra caja.

—La tengo aquí, en el bolsillo del chaleco. Pero por Dios Jaime ¿qué piensas hacer? No me quites la vida.

El jugador sacó la llave del bolsillo del chaleco de su amigo y le dijo.

—Querido Blas: dentro de algunos minutos voy á volver, tenemos que arreglar un negocio. Te aconsejo estimado compañero, que no grites, porque nadie te oirá: hasta dentro de un momento.

Jaime al salir cerró la puerta del sótano,y D. Blas de Aguilar quedó pugnando por aflojar los nudos de la cuerda que lo tenia sugeto. Sus esfuerzos fueron inútiles. El jugador lo habia atado sólidamente.

Este cumplió su palabra; porque pronto regresó. Traia un velon de cera como de vara y media de largo y un objeto redondo, envuelto en un pañuelo.

—Ya ves estimado Blas que tengo palabra: mientras yo hago aqui ciertos arreglos, prepàrate para escucharme: voy á contarte una entretenida historia.

—Jaime: me lastiman estas ataduras.

—Paciencia querido amigo, paciencia.

Jaime encendió el velon con un fósforo y lo clavó á tres pasos del madero: trajo dos botellas de un rincon y las clavó al pié del velon: en seguida descubrió el bulto que traia cubierto con el pañuelo, y lo colocó sostenido por las dos botellas.

Era un cráneo humano.

En su calva frente tenia escritas con letras bastante grandes estas. palabras: ¡ASESINO! ¡¡¡MALDITO SEAS!!!

—Jaime ¡por Dios! ¿qué significa esto?

—Dadme vuestro reloj querido amigo; y en el acto de tenerlo en mi poder, daré principio à la ofrecida historia.

Jaime quitó el reloj del bolsillo de Aguilar, y apartàndose de él le dijo:

—Préstame tu atencion: La noche del veintitres de Agosto de 1840, estábamos reunidos en el comedor de mi casa paterna, mi anciano y virtuoso padre, mi buena madre y yo, jóven entónces de diez años. (Dos lágrimas surcaron las pàlidas megillas del jugador y con un tono casi solemne, continuó). Como à las once de la noche oimos un golpe dado con el llamador à la puerta de la calle: yo salí corriendo à abrir. No bien habia abierto, cuando una mano de hierro, me oprimió la garganta. ¿Donde está tu padre? me dijo la voz del hombre á quien pertenecia aquella mano. Está en el comedor,contesté yo, ahogado casi por la opresion de aquella mano de hierro. Llévanos donde él está, dijo uno de los cuatro emponchados que acompañaban à mi opresor; y yo infeliz criatura, los conduge á la presencia de mi padre. ¡Ya estás en nuestras manos salvage! gritó el que me oprimia, y soltàndome, se lanzó furioso sobre el indefenso anciano, y asiéndole por los cabellos lo arrastró al patio. Mi anciana madre cayó al suelo privada de conocimiento. Yo quise salir á la calle á pedir auxilio, pero dos asesinos guardaban la puerta, y corrí à esconderme en un cuarto interior. Pasó una hora: salí de mi escondite y cuidando de no hacer ruido, me dirigi al comedor. Un bulto estaba tendido en el suelo: me aproximé á él....era mi madre (Los ojos del jugador vertian un abundante llanto: su voz se cortaba a cada momento por los sollozos). Al caer desmayada habia golpeado su blanca cabeza en el filo de la estufa: este golpe le habia abierto una grande herída. Yo la llamaba á gritos: ella no podia oirme; porque......estaba muerta.

Corrí despavorido à la calle y al bajar á la vereda, tropecé con algo: fuí al comedor y trage una luz......ella no me sirvió para otra cosa, que para alumbrar el cadáver de mi desgraciado padre. ¡¡¡Horror!!!......¡le faltaba la cabeza! el bolsillo de su chaleco contenia las orejas que el asesino en un rato de buen humor, le habia cortado.

—Jaime por Dios! ¿que tengo yo que ver con eso?

—Ellas ocupaban el lugar del reloj que el asesino le habia robado. Yo señor D. Blas, quedé solo en el mundo à la edad de diez años. La casa de mis padres y los muebles que en ella habia, fueron vendidos por órden de Rosas, y su comprador fué sin duda el que empuñó el puñal que me dejó huérfano. Solo en el mundo como quedé, no estrañareis que me lanzase a la senda de los vicios: al cruzar por ella, he tenido la felicidad de hallar al señor D. Blas de Aguílar, y en él, al sangriento mashorquero, verdugo cobarde de mis ancianos padres.

—Jaime! por piedad......te juro que estás en un error horroroso, gritaba el bandido pálido como un cadáver.

—Basta malvado: este reloj con las iniciales de mi desgraciado padre, y la relacion que me hiciste del modo como asesinaste, me dicen claramente, que la mano justiciera de Dios, ha unido al asesino con el hijo de su víctima, al foragido con el vengador de su padre.

—Jaime: piedad!......te ofrezco toda mi fortuna!!

Asesino!! maldito seas!! dicen esas letras que yo mismo y en vuestra misma casa acabo de gravar, sobre la cabeza que tu sangriento puñal separó del tronco.

—Dios mio!!....mi posicion es horrrorosa!!

—No conoces aun todo lo horroroso de tu posicion, escucha y conocereis: este sótano no se abre más que una ó dos veces al año.

—Jaime!!.....

—Aquí quedarás solo, con la cabeza de tu víctima.

—Jaime: perdon!!.....

—Ese velon durarà los dias que dure tu infame vida: él alumbrará, al fin, la cabeza de un virtuoso padre de familia y el cadáver de su asesino muerto de hambre.

—Dios mio!! Jaime!! yo no puedo morir así.'

—No llames á Dios: llama á Rosas, á Oribe, á Urquiza, á Troncoso, a Pablo Alegre.....

—Jaime estas en un error.....

—Escucha bandido: aun falta algo.

Jaime sacó un papel de uno de sus bolsillos, y despues de pegarlo en la pared, con cuatro obleas que al efecto traia, leyó en alta voz estas palabras:

"Yace en este sótano el cadáver de Blas Aguilar."

"Fué uno de los mas sangrientos mashorqueros, sostenedores de la tirania de Rosas. El hijo' de una de sus víctimas, le abre esta tumba."

—No! dijo Aguilar: yo no puedo tener este fin, tengo oro Jaime; todo será tuyo.

—Mercedes no regresa hasta dentro de cuatro ó cinco meses.

—Jaime: compasion!.....piedad!

—Pedro no está muerto: fué un narcótico lo que le dí: El dinero que ecsiste en vuestra caja me pertenece porque vos me robasteis la fortuna que debia heredar: con el voy á trabajar honradamente, para ganar mi sustento lejos de mi Patria. Yo me embarco con Pedro á quien instruiré de todo, y maldecirá tambien tu memoria. —Perdon Jaime: no cometas este crímen.

—Ahora necesito cortar tus orejas.

—Jaime!! ¡¡no!!. ... ten compasion de mi; por el recuerdo mismo de tu padre.

—¡Miserable! ¿invocas el nombre de tu víctima, para detener el brazo vengador de su hijo? Malvado! ¿no observas en la sonrisa amarga de ese cráneo, en sus ojos cóncavos que parecen animarse á la luz de ese velon y á la presencia de su asesino, ne observas que sitisfecho de mi venganza, te grita con un acento sepulcral palabras muy parecidas à las que yo he escrito sobre su descarnada frente?

—Jaime! he sufrido demasiado......piedad!

El jugador tomó su puñal, y un momento despues, colocaba un par de ensangrentadas orejas en el bolsillo del chaleco de Aguilar, de donde poco antes habia quitado el reloj de su padre.

Jaime, fué á arrodillarse ante la cabeza de la víctima de Rosas, y cubriéndola de lágrimas, permaneció un rato en silencio.

Era un cuadro horroroso el que tenia lugar en el sótano.

La pálida y ensangrentada faz de Aguilar, cuyos ojos relumbraban en el interior de sus órbitas como dos brasas de fuego, y cuyo cabello erizado daba á su fisonomía un aterrador aspecto,

y el arrepentido jugador arrodillado ante la calavera colocada al pié del velon, que animaba esta escena siniestra con los pálidos rayos de su luz funeral.

Levantóse Jaime, y señalando el cráneo con el índice de su mano derecha, dijo al bandido:

¡Asesino! ¡maldito seas!

El Jugador se dirigió á la puerta del sótano.

—Oye Jaime: una palabra!......

La voz del mashorquero fué ahogada por el estruendo que causó al caer la puerta del sótano.

El inflexible Jaime, salió de la casa de Mercedes.

...................................................................

Al dia siguiente Pedro escribia a su señora una carta dictada por Jaime en estos términos.

"Señora:

Se me presenta una ocasion para emplearme ventajosamente en un ejercicio que me lisongea mas que el de cochero. El mayoral de la diligencia, porque escribo esta, entregará á Vd. las llaves de su casa. Siento no poder llevarlas yo mismo, porque mañana me embarco con mi nuevo patron". S. S. S.

"Pedro"
CAPITULO VIII
Una sorpresa agradable.


Tocaba à su fin el año de 1854.

Los bandidos Hilario Lagos, Costa, Lamela y otros pisaban el territorio del Estado, acaudillando un bando de forragidos, con las miras siniestras de restablecer en Buenos Aires el sistema Sangre.

Algunos batallones salian de la ciudad para incorporarse al bravo general Hornos, que debia figurar como general en gefe del Ejército de operaciones, contra los marhorqueros invasores.

Mercedes, alarmada por los preparativos bélicos que tenian lugar tanto en la ciudad como en la campaña, se habia establecido de nuevo en la ciudad.

Camila, seguia en el mismo estado de enagenacion mental.

Arturo, viendo que sus pesquisas por Cárlos eran inutiles y desesperado ya de hallarle, habia aceptado la invitacion que Mercedes le dirigiera de acompañarla algun tiempo en su paseo campestre, Arturo se habia trasladado en una diligencia à la casa de campo de Mercedes, en cuya compañia estuvo hasta su regreso á la ciudad.

El amigo de Cárlos, estaba ardientemente apasionado de la protectora de Camila.

Mercedes, conociendo la nobleza del corazon de Arturo, correspondía á su amor.

El padre Anselmo, se ocupaba de los preparativos para la union de ambos.

En la tarde del tres de Noviembre, entraba Arturo aceleradamente en casa de Mercedes.

—Albricias, Mercedes!....Albricias!

—¿Qué hay Arturo?

—Adivina ó paga las albricias.

—Creo que no pago porque voy adivinando.

—¿Qué adivinas?

—Que ha tenido lugar la invasion que se espera, y el valiente Hornos ha derrotado la mashorca.

—No es cosa de patria.

—Entonces no sé lo que puede ser.

—Entonces tienes que pagarme la noticia.

—¿Es grande?

—Bastante.

—¡¡Has hallado á Cárlos!! gritó Mercedes,

—Nó: dijo Arturo con un acento de tristeza,

—No adivino.

—Pues paga.

—¿Qué exiges?

—Un beso en tu linda mano.

—Concedido.

—Pues toma y venga.

Arturo dió á Mercedes una carta de Eduardo,­ que acababa de recoger del correo, y estampó un ardiente beso en la mano izquierda de su novia.

Uno de los párrafos de la carta, decia así:

"Tal vez llegue á mi patria, y te dé un fuertísimo abrazo antes que recibas esta. He podido conseguir que un amigo á quien debo la vida, me acompañe. Prepara una habitacion para ambos, pues no nos separarémos nunca."

—Que felicidad Arturo! Eduardo llegará tal vez mañana; hoy quizá.

—Te juro querida Mercedes......

—¿Qué?

—Que siento no haber vendido mas cara mi noticia.

—Calla, grandísimo......

—¿Grandísimo qué?

—Ambicioso.

—Ah: creí que ibas á decir algo mas; pero como sigue Camila?

—En el mismo triste estado: no habla sino de Cárlos y su tia.

—¿Sabes querida Mercedes que mucho me temo que mi desgraciado amigo se haya volado la tapa de los sesos?

—No me gusta oírte decir eso, Arturo: me aflige mucho esa idea.

—Es que yo conozco su maldito genio, y una pasion verdadera......

—No creo que lo lleve hasta ese esceso.

—Figúrate que la sola presencia de D. Blas Aguilar fué lo suficiente para ponerlo como un loco y hacerlo perder el sentido. Recordaràs que cuando murió Dª Marta hacian cuatro ó cinco días que Cárlos no iba á verlas?

—Es cierto: Camila, creia que Cárlos la habia olvidado.

—Sí: cómo para olvidar es el nene. Sucedió lo siguiente: estábamos parados Cárlos y yo en la puerta del teatro de la Victoria, cuando se nos presenta el Sr. D. Blas de Aguilar, con un ramo de flores que Cárlos habia dado a Camila esa misma tarde. En cuanto lo vió Cárlos se puso como un tigre. Yo lo saqué á tirones de allí y fué á caer sin sentido en las piedras causándose una herida, no insignificante en la sien.

—Ahora recuerdo que el dia de la muerte de Dª Marta se presentó Cárlos con la frente vendada. Ahora que hablamos de Aguilar; ¿qué es de la vida de este pájaro.?

—Yo lo que se de él es que Carlos lo dejó con una ala menos.

—Que quieres decir?

—Cárlos en la carta que me escribió me decia que iba á provocar á Aguilar á un duelo. Este debe haber tenido lugar la noche antes de irse Cárlos, y tu hermano Anselmo me dijo que lo habia encontrado en la calle como veinte días despues, con un brazo menos,

—Eso es un castigo de Dios.

—No lo creo yo asi.

—Porque?

—Porque ese foragido merece mucho mas: me han dicho varios que ha sido uno de los mas netos federales del Restaurador.

En ese momento entró á interrumpir el diàlogo de Arturo y Mercedes, el respetable cura, que lanzándose en los brazos de su hermana gritaba ahogado de placer:

—Mercedes! querida hermana!......

—Que sucede Anselmo? gritó asustada Mercedes.

—Mercedes ...... Eduardo ..... .

—No pudo continuar; porque un jóven se presentó en la habitacion, y atropellando sillas y mesas fué á arrojarse en los brazos de Mercedes.

—Eduardo !!! gritó Mercedes.

—Mercedes !!! gritó Eduardo.

Ambos permanecieron fuertemente estrechados algunos segundos.

Pasados los primeros momentos de agitacion, Mercedes dijo a su hermano, señalando al amigo de Cárlos.

—Este señor, es Arturo.

—Celebro conocer á Vd. señor: y tambien la honra que nos dispensa incorporándose á nuestra.

familia.

—Para mí es honra; felicidad, porvenir y todo.... todo! dijo Arturo estrechando la mano de Eduardo.

Este salió fuera de la habitacipn, y un segundo despues volvió acompañado de otro jóven.

—¡¡¡Cárlos!!! gritaron Mercedes y Arturo; corriendo hacia el.

—¡¡¡Mercedes!!!¡¡¡Arturo!!!......gritó Cárlos, y se formó un tierno grupo por los dos amigos y Mercedes.

Una jóven pálida como el color de la cera, con su espeso y largo cabello de azabache suelto hácia átras, y envuelta en un baton de muselina blanca, apareció como una vision en la puerta de la habitacion.

—¿Quién pronuncia aquí el nombre de mi amante! Nadie tiene derecho de nombrarle; porque tampoco nadie le ama cómo yo.

—¡¡Camila!! gritó Cárlos, ó mas bien rugió, porque fué una esclamacion atronadora.

La demente rechazó á Cárlos que se arrojaba sobre ella con los brazos abiertos: lo miró algunos momentos de hito en hito: los ojos de la costurera iban poco á poco llenándose de lágrimas.

Tomó con ambas manos los brazos de Cárlos, lo acercó hácia ella y con un grito que no parecia emanar del pecho débil de una muger, esclamó.

—¡¡¡ Cárlos !!!y se arrojó en sus brazos.

La costurera habia recobrado la razon.

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Señores: dijo el padre Anselmo; la mano del Todopoderoso, derrama en este momento sus favores sobre la virtud: acompañadme à rendirle un tributo de gracias.

El padre Anselmo se arrodilló; los demas le imitaron. Cinco minutos despues el sacerdote se puso de pié: fué imitado nuevamente.

—Señor D. Cárlos, tenga Vd. la bondad de seguirme, dijo el cura al amigo de Arturo.

Càrlos despues de dirigir á Camila una mirada de ternura, salió de la habitacion acompañado del sacerdote.

Eduardo estaba aturdido: no comprendia lo que pasaba à su derredor.

Mercedes, asi que conoció que su amiga estaba en estado de escucharla, le esplicó todos los sucesos pasados y le prometió instruir á Cárlos de todo lo ocurrido, asegurándole que éste la haria la mas feliz de las mugeres.

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El padre Anselmo despues de llevar à Cárlos á una pieza inmediata, le impuso de las fatales coincidencias que habian dado lugar á su espatriacion y á la demencia de Camila: al fin le dijo.

—Camila ha recobrado la razon: en medio de su estravío mental no ha cesado de pronunciar el nombre de Vd. La felicidad de esta desventurada criatura está en sus manos.

—Y la mia, respetable padre, depende de Camila.

—Pues entonces todo está hécho: tenga Vd. la bondad de seguirme a donde están su novia y amigos. Cárlos ofreció su brazo al padre Anselmo y se encaminaron á incorporarse à los demas.

Así que se presentaron el sacerdote y Cárlos, Eduardo dijo:

—Señores: tengo el gusto de presentar á ustedes en el señor D. Càrlos Prado, al salvador generoso de mi vida: voy á esplicarme. Atravesábamos el Sena varios jóvenes, en una pequeña embarcacion. Cárlos iba entre nosotros; pero aislado de nuestra sociedad, estaba sentado á la popa de la pequeña barca, hundido al parecer en profundas meditaciones. De repente una fuerte ráfaga de viento vino á arrancar el sombrero de mi cabeza. Yo por defenderlo caí al agua, y hubiera perecido entre las bonitas ondas del poético rio que cruza la hermosa capital de Francia, si nuestro meditabundo compañero no se hubiera arrojado á él con gran riesgo de su vida: desde ese momento estrechamos una amistad, que ligada por los vínculos de la gratitud sera eterna.

—Yo creo querido Eduardo, dijo Cárlos, que tengo motivos para estarte mas grato que si te debiera la vida.

—No se lo qué quieres decir, querido amigo.

—Preguntalo á tu hermana.

—Vamos Mercedes: ¿quieres tener la bondad de decirme lo que este señor me debe?

—Esto: y la madre del desvalido tomó una mano de Camila y la puso entre las de Cárlos.

—Señores: dijo este, tengo el gusto de presentar á ustedes á la que muy pronto tendré el gusto de llamar mi esposa,

Arturo tomó de la mano á Mercedes y colocándose entre sus amigos dijo:

—Pues yo, que no soy afecto á quedarme atras, ni á ser menos que nadie. presento á ustedes la mia.


CAPITULO IX.
¡Justicia del Cielo!


Algunos dias despues, tenia lugar en casa de Mercedes una escena de felicidad.

El padre Anselmo unia con los dulces y sagrados lazos de himeneo á dos felices parejas.

Cárlos y Camila, Arturo y Mercedes, Siendo estos los padrinos de aquellos y aquellos los de estos.

Una mesa espléndidamente servida, esperaba ser honrada por los nuevos esposos y sus amigos.

Empezaba Mercedes á hacer los honores de la mesa, cuando se oyeron, salvas, cohetes y estrepitosos repiques de campanas.

Arturo salió corriendo á la calle y un momento despues entró gritando.

—¡Una copa á la salud del bravo General Hornos! La mashorca acaudillada por Lagos ha sido derrotada completamente en los campos del Tala y ha huido cobardemente á la provincia de Santa-Fé!

—¡A la salud del General Hornos! gritó Cárlos.

—¡Viva! gritaron todos.

—Señores: dijo Mercedes, en este dia feliz es muy justo que los novios paguen un tributo á las nueve ninfas del Parnaso: propongo un brindis en verso y con pié forzado.

—Aceptado! ! gritaron todos los demas, ébrios ya de felicidad.

—Pido la palabra! gritó Arturo.

—Concedida ! digeron los demas.

—Pido que nuestro reverendo padre Anselmo, proponga el pié forzado y asi solamente quedará libre de una improvisacion.

—Apoyado por unanimidad! contestaron los demas.

—Señores: acepto con gusto la comision, pero prevengo que el brindis ha de ser sobre este tema: "pátria y amor," constará de una octava y el pié forzado será. "De la cadena dulce de nuestro tierno amor."

—Pido atencion á mi honorable auditorio, dijo Cárlos, y llenando todas las copas, se puso de pié con la suya en la mano y dijo.

Colmemos nnestras copas de deliciosos vinos,
Brindemos y bebamos por patria y por amor,
Brindemos por los bravos y heroicos argentinos,
Que en el glorioso Tala lidiaron con valor,
Brindemos si, brindemos con nuestros corazones,
Que de entusiasmo y dicha palpitan con ardor,
Porque jamás se tronchen los fuertes eslabones,
De la cadena dulce de nuestro tierno amor!

—Bravo! bravísimo! gritaron todos, y una salva de estrepitosos aplausos saludó la improvisación de Cárlos.

—Ahora me toca á mí: atencion todo el mundo, dijo Arturo, y alzando su copa esclamó:

Cuando el Occéano quede tan seco como yesca,
Cuando el cobarde Lagos se bata con valor,
Cuando un veneno activo la vida nos ofrezca,
Cuando al demonio orando se vea ante el Señor,
Cuando gragea envien por balas los cañones,
Cuando catorce tenga de trece el Director,
Entonces verán rotos los fuertes eslabones
De la cadena dulce de nuestro tierno amor!

Esta vez volaron sobre la cabeza del alegre é inspirado Arturo, cuantas servilletas habia en la mesa.

—Que brinden las novias! dijo Arturo.

—Brindaremos: dijo Mercedes, y habló al oído de uno de los sirvientes que servían la mesa.

Un momento despues, entró éste pálido como un difunto, y con un papel en la mano.

—Señores..... un cadáver...... y este papel...... en el sótano...... al cadáver le falta un brazo......

—Dame ese papel: dijo el padre Anselmo, y tomándolo leyó lo siguiente: "Yace en este sótano el cadáver de Blas Aguilar. Fué uno de los mas sangrientos mashorqueros sostenedores de la tirania de Rosas. El hijo de una de sus víctimas le abre esta tumba."

Arturo y Cárlos salieron del comedor.

—Dios mio! ¿qué significa esto? Ah! la despedida de Pedro era por algo de esto, dijo asustada y pálida la madre del desvalido.

—Mercedes: ¡¡todavía este hombre funesto ha venido á amargar nuestra comida de boda!! dijo Camila temblando.

—¡¡Justicia del cielo!! esclamó el sacérdote, y clavando una mirada en el techo se arrodilló.


Fin
FE DE ERRATAS

Página.


6
20
31

Línea.


5
8
27

Donde dice.


nueve meses
de decoro
mueblado

Léase.


siete meses
del decoro
amueblado