Observando a Ana de Armas planea la sensación de que estamos ante una nueva estrella a punto de abrirse al mundo. Llega a la sesión de fotos vestida como si fuera a un ensayo de teatro: informal y cómoda. Su única concesión al lujo es un bolso, a todas luces regalo de una marca. Habla y sonríe a todos y está relajada. Irradia, además, una extraña luz; y sus ojos, de un verde acuoso y fascinante, son capaces por sí solos de alterar el curso de una conversación con su poder expresivo.
Nacida en La Habana en 1988, ha ido de Cuba a Hollywood, pasando por Madrid, casi sin proponérselo. Debutó en el cine español sin salir de su isla, rodando, a los 16 años “Una rosa de Francia”, de Manuel Gutiérrez Aragón. La recomendó –sin que hubiera terminado sus estudios de interpretación– su coprotagonista, Jorge Perrugoría. Tres películas y dos años más tarde, ya terminada la escuela, emigró. Tenía 18 años y podía, al fin, usar el pasaporte español que le confería su doble nacionalidad (sus abuelos nacieron en Palencia y León). Siete años después, ha protagonizado una teleserie de éxito, “El internado”. También ha hecho dos películas más: una de ellas, el thriller de terror “El callejón”, que se estrenó hace unas semanas.
Y ahora va a compartir cámara con Robert de Niro. Será en el inminente rodaje internacional de “Hands of stone”, una producción panameña pensada a lo grande. Ana interpreta a la mujer del boxeador Roberto “manos de piedra” Durán, y es la Fula (en Panamá, “rubia”, de ahí el cambio de look de la actriz), una mujer de armas tomar que, según Ana, “aún hoy lleva los pantalones y las riendas de toda la familia”. Ella lo sabe: ha estado en Panamá, impregnándose de los gestos y la personalidad de esta “mamma” real del canal. “La Fula es una mujer de una rara intensidad, muy maternal, que tuvo que pasar por mucho en su vida. Conmigo se ha portado casi como una madre: aún me llama por teléfono”, dice la actriz. Decididamente, Ana de Armas va a por todas.
Mujer hoy. ¿Cómo ha llegado a una película tan internacional? ¿Tiene un padrino en Hollywood?
Ana de Armas. No, qué va. Llegué de la forma habitual: a través de mi representante, al que el productor le pidió propuestas de actrices jóvenes y latinas. Me fui a Los Ángeles, tuve mi primer contacto con el director, y luego volví para hacer las pruebas. Tras dos días de intenso casting, me dijeron que el papel era mío. Luego me di cuenta de que me parezco a Fula Durán de joven: cuando fui a Panamá a conocerla, todos me llamaban “la fula pelaíta” [Risas]. Me decían: “Te falta algo de culo, pero en lo demás eres igualita”.
P:¿Cómo vive eso de trabajar con actores tan reconocidos?
R: Aún no he conocido a De Niro: su nominación al Oscar este año retrasó el inicio de la película, porque tenía que ir a la ceremonia. Estoy deseándolo.
P: ¿No es un reto enorme, encarnar a una mujer real y todavía viva?
R: Sí, provoca mucha responsabilidad. He estado en Panamá con ella y sus seis hijos. Allí la gente está volcada con la película. Todo el mundo quiere participar, de figurante o de lo que sea. A mí, la Fula al natural me pareció muy intensa, y tan bella... He aprendido muchas cosas, hemos mantenido muchas conversaciones de mujer a mujer. Me contó cosas que al director ni le había insinuado. Hasta hemos modificado alguna cosa del guión. Es dura, una mujer muy dura. Para mí era importante gustarle, que se reconociera o identificara en algún aspecto mío. Es un personaje difícil, con una vida extrema: conoció a Durán a los 14 años y estuvieron juntos siempre, con su más y sus menos.
P:Usted también tiene sus tablas. Estudió interpretación en la Escuela Nacional de Teatro de Cuba. ¿Cómo lo recuerda?
R: Fue una de las mejores etapas de mi vida. Si volviera a vivirla, la disfrutaría mucho más. Pero en aquel momento era una tortura: es una escuela muy dura. Empecé con 14 años y nunca había hecho teatro ni sabía lo que era, así que fue muy intenso. Había días que ni dormía en casa: nos pasábamos la noche ensayando las pruebas de la jornada siguiente. Allí, además, aprendíamos de todo. Teníamos que montar vestuarios y decorados, aprender a maquillarnos... Todo. Fue lo mejor que me pudo pasar.
P: ¿Cómo vive ahora, tras su marcha, la situación de Cuba?
R: Cuando vives en Cuba y no has salido de allí, que era mi caso –y el de prácticamente todos los cubanos–, no sabes qué hay fuera. Vives con eso y vives feliz. Te quejas, sí: no hay guaguas; otra vez voy a comer huevos; hasta la mostaza es un lujo... pero no hay forma de comparar. Y sabes que hay algo mejor, pero también que hay algo peor. Te hablo de la vida cotidiana, no a nivel político, en el que prefiero no meterme. Yo era feliz. Si mi padre no cenaba para que yo comiera pollo, no me enteraba. Soy consciente de esas cosas ahora, cuando vuelvo a verlos. Hace año y pico que no voy, pero tengo amigos que vienen de allí, y también hablo con mis padres. Están cambiando muchas cosas, se nota algo de apertura. La vida social, por ejemplo, poder reunirse en bares o fiestas, que antes era algo no del todo bien visto por la autoridad, ha crecido. Pero también creo que, al final, a esos sitios van los que ya iban. Un cubano de a pie no se ha enterado de que eso existe.
P: ¿Tiene pensado volver?
R; Sí, volveré a trabajar. Hay mucho por hacer. Y no solo echo de menos a mi gente, sino algo más general: mi país, mi ciudad, sus olores... Cuesta olvidar Cuba. Nadie nacido allí puede olvidar la isla, viva en Miami o en Moscú. No regresan porque no tengan ganas.
P¿Qué me recomendaría hacer en La Habana si fuera de visita?
R: Es muy típico, pero tienes que recorrer el malecón. Y si te puedes bañar, con vaqueros, porque no es zona de baño, hazlo; es una experiencia gloriosa. Me gustaría poder hacerlo ahora mismo. Y hay que ir al Teatro García Lorca y ver una función de ballet clásico. Seguimos teniendo una de las mejores compañías del mundo. Y acudir a un concierto de la Casa de la Música. Y recorrer la Habana Vieja, pasear por Obispo, llegar al Capitolio...
P: ¿Decidió venir a España solo por motivos profesionales?
R: Sí. Y porque tenía curiosidad y quería ver mundo. Me fui de allí a los 18 años, te puedes imaginar. No sabía si me iba a ir bien o mal, pero sí que en España se rodaba más que en Cuba.
P:Cuando la seleccionaron para 'El internado', ¿era consciente del éxito que se le venía encima?
R: No sé si Elena Furiase o Martín Rivas eran conscientes, yo no. A la semana de llegar tuve una entrevista con el director de casting Luis San Narciso. Me dio el personaje y lo estudié como si fuera otra obra de teatro. No tenía ni idea de nada.
P: ¿Esa ingenuidad la favorecía?
R: Desgraciadamente, creo que no; que estoy mejor ahora. Ojalá hubiera conservado un poquito más de esa ingenuidad. Pero no: espabilé rápido, tuve malas experiencias con alguna entrevista, se inventaron declaraciones... De Elena Furiase aprendí muchísimo, porque ya sabía como se movía todo. A veces me enfadaba con ella por cómo se quitaba de en medio a alguien, de una forma que yo veía algo brusca, hasta que me di cuenta de que esa era la forma de hacerlo porque si no, te engañan. Yo era más espontánea. Y aprendí con ella a controlar un poco.
P: ¿Siguen siendo buenas amigas?
R: Las mejores [Rotunda]. No nos vemos tanto ahora, porque ya no estamos en plató todo el día, y tenemos compromisos, trabajos y vidas; pero siempre sabemos dónde y cómo está la otra. Nos llamamos mucho. Y buscamos huecos para quedar. Me la he llevado hasta a Cuba.
P: ¿Qué espera de los amigos?
R: Los que tengo me dan lo que espero y mucho más. Están ahí, eso es lo importante. Para mí, es fundamental que no aplaudan todo lo que hago, que me regañen cuando me equivoco. Los amigos no están solo para celebrar tus decisiones: así no aprendes nada. Y más teniendo en cuenta que mis padres no están aquí. Si no me regañan ellos, ¿quién lo va a hacer?
P:¿Fue un gran shock despertar a esa fama que da la televisión?
R: Al principio estaba deslumbrada. Es difícil, además, que viniendo de Cuba no te encandiles con las entrevistas, las fotos, las portadas, que te regalen ropa, que te inviten a fiestas, conocer a tanta gente... Eso te pone en una nube donde piensas que todo es perfecto, que todo el mundo te quiere. Pero después todo se coloca en su sitio: te das cuenta de que muchos, cuando ya no les vienes bien, ni te llaman. Además ni soy una moda ni quiero estar de moda: no soy una “celebrity” de usar y tirar. Soy una actriz y voy a luchar por mi carrera. Quiero escoger, y apostar por lo que me gusta.
P: ¿Se autoevalúa mucho? ¿Es dura consigo misma?
R: Sí. Últimamente, más todavía.Creo que nos pasa al 90% de los actores. Siempre crees que podrías mejorar. En mi última película, “El callejón”, estoy en todas las escenas. Eso da vértigo. Piensas que, si a alguien no le gusta tu trabajo, estás fastidiada, porque te van a ver durante un buen rato.
P: ¿Tiene algún miedo?
R: Sí, por supuesto. Profesionalmente, siento que tengo mucho que demostrar. Que no no está claro si soy buena o mala actriz, que aún no he tenido, oportunidades de las de verdad, de esas que te permiten darlo todo. Son las más difíciles de conseguir.
P: ¿Se considera ambiciosa?
R: Sí. No me conformo. Tengo claro lo que quiero hacer. Y creo que hago todo lo posible por lograrlo: si tengo que aprender acento panameño, lo aprendo. Si tengo que sufrir hasta lograrlo, sufro. Las actrices somos muy de sufrir, nos gusta [Risas].
P: ¿De qué habla con sus amigos?
R: Desgraciadamente, de las formas de irnos de este país. Casi todos lo vemos muy negro, hay poco trabajo. Algunos solo ven solución en irse fuera. Y no es Hollywood la meta, sino Francia, México o Colombia, cualquier lugar que no viva bajo esta incertidumbre.
P: ¿Comparte la politización de los profesionales del cine?
R: [Se toma una larga pausa para pensar]. No quiero que se me malinterprete. Es complicado. Realmente, creo que hay que hablar, quejarse, protestar ante las injusticias y elevar el debate. Porque lo que está pasando no debería ocurrir: no se pueden perder tantos derechos, vidas y trabajos en tan poco tiempo por causa de un sistema desequilibrado, que tiende a barrerlo todo en pro de la competitividad. Y si los actores tienen la oportunidad de que su voz llegue a más gente, es lógico que la usen. Pero también creo que hay que saber dónde y cómo se dicen las cosas. No ganas en razón por repetir tus demandas a todas horas. En los Goya se dijeron cosas muy bien dichas. Si es el lugar o no, es un tema en el que prefiero no meterme. Pero hay que hablar: porque nada cambia si no se discute sobre ello.
P: No sé si compartirá mi visión, pero creo que hay cierta endogamia entre los actores, que se relacionan mejor entre ellos que con otras personas.
R: No es mi caso, no.
P: Pero se casó con un actor.
R: Ya, no sé por qué, la verdad [Risas]. He pensado en esto, y tengo muy claro que no había una razón para que mi pareja fuera un actor. Muchos de mis amigos no son actores. No, no creo que seamos más compatibles, por nuestra profesión o nuestra supuesta sensibilidad. Es difícil encontrar amigos de verdad, eso sí. Los puedo contar con los dedos de una mano.
P: ¿Por qué se casó, siendo tan joven? No es lo habitual.
R: Porque estaba enamorada. Él me lo pidió y acepté. Ahora que me estoy divorciando, he aprendido que el matrimonio no te une más ni menos. Lo que importa son otras cosas, no el documento firmado. ¿Me volveré a casar? Sí, por qué no. Cuando vuelva a estar enamorada. ¿Me volvería a divorciar? También, si no funciona. Y luego me volvería a casar. Sin problemas. Se hacen otras locuras peores por amor.
P: ¿Le afecta la prensa del corazón, tan persistente en España?
R: [Risas] No. En absoluto. Me afecta que llamen a mis amigos por teléfono haciéndose pasar por una tía mía, cosa que ha ocurrido. No puedo estar en Cuba “reponiéndome de un duro golpe” si estoy aquí. ¿Para qué inventan? Eso me afecta, lo demás no.
P: Veo que incluso le divierte...
R: [Estalla en una carcajada]. ¡Si se inventan que me traen paquetes de Cuba, llamando a mis amigas para ver dónde estoy y cómo localizarme! Me preocupa por mis amigos, que luego se sienten fatal porque los pillan desprevenidos. No es justo que les hagan pasar por tontos o que los acosen.
P: ¿Qué hace cuando no trabaja?
R: Voy mucho al cine. Y a la Fnac, a por DVD y libros. Siempre estoy ocupada: un curso, papelitos pequeños. Cosas independientes, que se hacen por amor al arte, no por dinero. El dinero no es lo más importante. En esos proyectos no sabes quién terminará agradeciendo qué a quién. Igual es un éxito, y eres tú la que está agradecida al director. Y viajo. Me gustaría hacer teatro, también. Hace mucho que no me subo a un escenario. Y aprender a pintar: alguna vez me he comprado un lienzo y óleos, y me he puesto, pero estoy algo verde. Me gustaría hacer tantas cosas...
P: Parece que necesita estar siempre creativamente estimulada.
R: Tienes razón. Lo necesito de verdad. Y cuanto más voy al teatro o al cine, más. Soy un poco impaciente: quiero hacer de todo y cuanto antes.
P: ¿Tiene alma de “party animal” o es una chica tranquila?
R: Soy casera. No te niego que, al menos cada dos semanas, me voy a bailar salsa. Eso se lleva en la sangre. Pero soy mucho más de tardes: una infusión, una tarta de zanahoria y una buena conversación. Esos son mis planes favoritos.