La vida por Alá
Justamente antes de la medianoche del 30 de junio de 1993, tres miembros del grupo fundamentalista (islámico) Hamás se sentaron en su escondite, una cueva situada en los montes cercanos a Hebrón, y comenzaron a recitar el Corán. Al amanecer, cuando los hombres escucharon la llamada matinal a la oración emitida desde la mezquita de la aldea cercana, se arrodillaron y musitaron la tradicional invocación a Alá que los soldados musulmanes pronuncian cuando parten para el combate. Se pusieron ropa limpia, se metieron el Corán en el bolsillo y empezaron la larga caminata por la cima de los montes, y por largos y secos lechos fluviales, hasta llegar a las estribaciones de Jerusalén. En los barrios palestinos de Jerusalén Este, caminaron en silencio para que su acento, el gutural sonido de Gaza, no levantara sospechas. Por el camino, se pararon a rezar en cada mezquita. Al anochecer montaron en un autobús que se dirigía a Jerusalén Oeste, lleno de pasajeros israelíes.
El primer atentado suicida de un grupo islámico palestino fue en abril de 1993; el último, este mes. Entre esas fechas, 85 radicales se han autoinmolado
En fechas anteriores a la misión suicida 'nos decíamos unos a otros que si los israelíes supiesen lo felices que éramos nos azotarían hasta la muerte'
En fechas anteriores a la operación, el candidato prepara un testamento en papel, vídeo o audio. Y en todos hacen hincapié en el aspecto voluntario de la misión
'Salah no parpadeó ni siquiera después de haber visto a mi hijo hecho pedazos; esperó antes de hacerse saltar por los aires para que hubiera más víctimas'
La bomba humana es barata. Sólo hacen falta clavos, pólvora, mercurio, una pila... y un cinturón ancho para contener seis u ocho bolsas de explosivos
Cuando el conductor abortó su intento de secuestrar el vehículo, intentaron detonar las bombas caseras que portaban. Las bombas no funcionaron, así que sacaron unas pistolas y comenzaron a disparar. Las balas hirieron a cinco pasajeros, incluida una mujer que posteriormente murió. Los jóvenes huyeron del autobús, secuestraron un coche en un semáforo y obligaron al conductor a llevarlos a Belén. Las fuerzas de seguridad israelíes los pararon en un control militar, y en el tiroteo murieron dos de los jóvenes y su rehén. El tercer secuestrador, a quien llamaré S., fue herido de bala en la cabeza; estuvo en coma durante dos meses en diversos hospitales israelíes. Finalmente se le declaró clínicamente muerto, y los israelíes lo enviaron a la Franja de Gaza, a que muriese con su familia. Pero S. se recuperó, y cuando nos conocimos, cinco años más tarde, me contó su versión de los acontecimientos. Estaba casado y era padre de tres hijos.
En Gaza, a S. lo celebran como un joven que 'dio su vida por Alá' y a quien Alá 'devolvió la vida'. Me hizo entrar en su casa, rodeada por un elevado muro de cemento que él había reforzado con acero. Nos sentamos en una gran sala con mobiliario sencillo, en cuyas paredes estaban inscritos versos del Corán. En la pared había un cartel con pájaros verdes volando en un cielo púrpura, símbolo de los voluntarios suicidas palestinos.
S. acababa de cumplir los 27 años. Es de complexión delgada, y camina con un poco de cojera, el único vestigio de su casi muerte. Le pregunté cuándo y por qué había decidido ofrecerse voluntario para el martirio. 'En la primavera de 1993 comencé a insistirles a nuestros jefes militares para que me dejasen participar en una operación', cuenta.
'¿Cómo se sintió al enterarse de que había sido elegido para el martirio?', le pregunté. 'Como si un muro alto e impenetrable te separase del paraíso o del infierno', contestó. 'Alá ha prometido lo uno o lo otro a sus criaturas. Por tanto, al apretar el detonador, uno puede abrir inmediatamente la puerta del paraíso; es el camino más corto hacia el Cielo'.
S. fue uno de los 11 hijos de una familia de clase media que en 1948 se vio obligada a huir de Majdal a un campo de refugiados de Gaza, durante la guerra árabe-israelí que comenzó con la creación del Estado de Israel. Se unió a Hamás cuando era adolescente y se convirtió en activista callejero. En 1989 pasó dos periodos en cárceles israelíes. Uno de sus hermanos cumple cadena perpetua en Israel.
Le pedí a S. que me describiese los prolegómenos de la misión suicida. 'Estábamos en estado de veneración', dijo. 'Nos decíamos unos a otros que si los israelíes supiesen lo felices que éramos, nos azotarían hasta la muerte. Fueron los días más felices de mi vida'.
S. me mostró un vídeo que documentaba la planificación final de la operación. En la granulosa cinta, le vi a él y a otros jóvenes enzarzados en un diálogo ritual de preguntas y respuestas sobre la gloria del martirio. S., que sostenía una pistola, se identificaba como miembro de Al-Qasam, el ala militar de Hamás, que es una de las dos organizaciones islámicas palestinas que financian los atentados suicidas. (Yihad Islámica es el otro grupo). 'Mañana seremos mártires', declaró, mirando directamente a la cámara. 'Sólo los creyentes saben lo que esto significa. Amo el martirio'.
Encontrar personas dispuestas a discutir los detalles de estas actividades no fue tarea fácil. Me advirtieron que mi interés de intentar comprender las misiones suicidas era peligroso. Finalmente, cuando la gente que me vigilaba se hubo cerciorado de mis credenciales -las más importantes, que soy musulmán y de Pakistán-, me permitieron reunirme con miembros de Hamás y de Yihad Islámica que podrían ayudarme en mi investigación.
'Accedemos a hablar contigo para que puedas explicar el contexto islámico de estas operaciones', me dijo un hombre. 'Incluso en el mundo islámico hay muchos que no las entienden'. Nuestras reuniones, organizadas por intermediarios de todo tipo, se celebraban por la noche, en trastiendas, en pequeños cafés locales, en la playa de Gaza cubierta de basura, o en celdas carcelarias. Desde 1996 hasta 1999, entrevisté a casi 250 personas de los campos más militantes de la causa palestina: voluntarios que, al igual que S., no habían conseguido llevar a término sus misiones suicidas; familias de voluntarios suicidas, y los hombres que los habían entrenado.
Ni analfabetos ni deprimidos
Ninguna de las bombas humanas -de edades comprendidas entre los 18 y los 38 años- encajaba en el perfil típico de la personalidad suicida. Ninguno de ellos era analfabeto, desesperadamente pobre o estúpido, ni estaba deprimido. Muchos pertenecían a la clase media y, a no ser que fuesen fugitivos, tenían trabajos remunerados. Más de la mitad de ellos eran refugiados de lo que ahora es Israel. Dos eran hijos de millonarios. Todos parecían miembros completamente normales de su familia. La mayoría llevaba barba. Todos eran profundamente religiosos.
Me dijeron que para ser aceptados para una misión suicida, los voluntarios tenían que estar convencidos de la legitimidad religiosa de los actos que contemplaban, de que estaban sancionados por la religión islámica revelada por Dios. Muchos de estos jóvenes habían memorizado el Corán y eran versados en los puntos más sutiles del derecho y la práctica islámicos. Pero su conocimiento del cristianismo estaba arraigado en las Cruzadas medievales, y consideraban que judaísmo y sionismo eran sinónimos.
Cuando hablaban, todos tendían a utilizar las mismas frases: 'Occidente teme al islam', 'Alá nos ha prometido el éxito definitivo', 'está en el Corán', 'la Palestina islámica será liberada'. Y todos mostraban una ira inequívoca contra Israel. Una y otra vez les oí decir: 'Los israelíes nos humillan. Ocupan nuestro territorio y niegan nuestra historia'.
La mayoría de los hombres que entrevisté pidieron que se mantuviese un estricto anonimato; insistían en que no se pusiesen ni siquiera sus iniciales. 'Con un pequeño detalle como ése, los servicios de seguridad (israelí) podrían identificarme', dijo uno. La mayoría hablaba árabe, y todos charlaban tranquilamente de los atentados, firmemente convencidos de la rectitud de su causa y de sus métodos. Cuando les preguntaba si tenían algún remordimiento por matar a civiles, respondían inmediatamente: 'Los israelíes matan a nuestros hijos y a nuestras mujeres. Esto es una guerra, y se hiere a inocentes'.
El primer atentado suicida de un grupo islámico palestino tuvo lugar en Cisjordania en abril de 1993; el último, en marzo de 2002. Entre esas fechas explotaron 85 bombas humanas; 49 fueron reivindicadas por Hamás y 25 por la Yihad Islámica. Seis de los recientes atentados suicidas se han perpetrado por las Brigadas Mártires de al-Aqsa, un grupo nacionalista, y dos por el PFLP, otro grupo nacionalista. Tres operaciones suicidas no han sido reivindicadas. Estos atentados han ocasionado 265 muertos y más de 2.000 heridos israelíes.
Yahya Ayash, estudiante de ingeniería de Cisjordania que se convirtió en un maestro en la fabricación de bombas, fue el primero en proponer que se adoptasen las bombas humanas en las operaciones militares de Hamás. (El fallecido primer ministro israelí Isaac Rabin, asesinado por un extremista judío, llamó a Ayash el ingeniero, y ése pasó a convertirse en su apodo en las calles palestinas). En una carta escrita a comienzos de los noventa al líder de Hamás, Ayash recomendaba el uso de bombas humanas como la forma más dolorosa de infligir daños a las fuerzas de ocupación israelíes. Según una fuente de Hamás, Ayash dijo: 'Pagamos un precio elevado cuando usamos sólo hondas y piedras. Necesitamos ejercer más presión, hacer que el coste de la ocupación sea mucho mayor en cuanto a vidas humanas, que sea mucho más insoportable'. El asesinato de Ayash, en enero de 1996, que en general se cree obra de las fuerzas de seguridad israelíes, desencadenó una oleada de represalias suicidas.
Como arma de destrucción masiva, la bomba humana es barata. Un oficial de seguridad palestino señaló que, aparte de un joven voluntario, sólo hacen falta clavos, pólvora, una pila, un interruptor y un cable corto, mercurio (que se puede obtener fácilmente de los termómetros), acetona, y el coste de un cinturón que sea lo bastante ancho como para contener seis u ocho bolsas de explosivos. El elemento más caro es el transporte a una ciudad israelí lejana. El coste total de una operación típica es de unos 170 euros. La organización patrocinadora suele dar entre 3.000 y 5.000 euros a la familia de la bomba humana.
No hay escasez de voluntarios para el martirio. 'Nuestro mayor problema es la multitud de jóvenes que llaman a nuestra puerta clamando por ser enviados', me contó un líder de Hamás. 'Es difícil seleccionar sólo a unos pocos. Los que rechazamos vuelven una y otra vez, acosándonos, suplicando para que les aceptemos'.
Hamás y Yihad Islámica reclutan a jóvenes como líderes en potencia de las organizaciones, pero su ala militar descansa en los voluntarios para las operaciones de martirio. Generalmente rechazan a los menores de 18, a los que son los únicos que pueden aportar un sueldo a la familia, o a los que están casados y tienen responsabilidades familiares. Si dos hermanos solicitan alistarse, uno de ellos es rechazado. El que planifica vigila de cerca la autodisciplina del voluntario, y se fija en si es discreto con los amigos y piadoso en la mezquita. (A veces, un clérigo puede recomendar para el martirio a un joven que destaque por su celo). Durante la semana que precede a la operación, se encarga a dos 'ayudantes' que acompañen al mártir en potencia en todo momento. Ellos informan de cualquier síntoma de duda, y si el joven parece vacilar, llega un instructor para fortalecer su ánimo. El padre de Anwar Sukkar, que, con su amigo Salah Shakir, llevó a cabo una explosión en Beit Lid en 1995, me contaba con orgullo: 'Salah no parpadeó ni siquiera después de haber visto a mi hijo hecho pedazos; esperó antes de hacerse saltar por los aires para que hubiera más víctimas'.
Parecerse a un judío israelí
Una de las 'consideraciones técnicas' que pueden ser tenidas en cuenta para la selección final de un candidato al martirio es su capacidad para hacerse pasar, al menos temporalmente, por un judío israelí. En la primera operación de Yihad Islámica con una bomba humana, en septiembre de 1993, el mártir Ala'a al Kahlout se afeitó la barba, se puso una gorra y gafas oscuras, pantalón corto y camiseta, antes de llevar su bomba a un autobús de Ashdod.
Dos hombres me contaron la historia de un joven palestino, M. Ambos habían sido, en distinto momento, compañeros suyos de celda en cárceles israelíes. En septiembre de 1993, en una casa franca de las afueras de Jerusalén, M. realizó sus abluciones rituales, recitó sus plegarias y partió para su misión. Tomó un autobús, de la misma ruta en la que la bomba de S. había fallado dos meses antes. Todo lo que tenía que hacer era abrir la cremallera de la bolsa de explosivos y apretar el detonador. 'Pero en el momento de apretar el botón se olvidó del paraíso', recordaba uno de sus antiguos compañeros de celda. 'Durante una fracción de segundo sintió miedo, una leve vacilación. Recitó el Corán para animarse y, cuando se sintió preparado, volvió a intentarlo. Pero el detonador no funcionó. Rezó para sí: 'Alá, por favor, deja que lo consiga'. Pero siguió sin funcionar, ni siquiera la tercera vez, cuando mantuvo el dedo firmemente apretado en el botón. Al darse cuenta de que había un problema técnico, se apeó del autobús en la siguiente parada, devolvió la bolsa al organizador y volvió a casa'. (Los servicios de seguridad israelíes detuvieron a M. en otro ataque posterior y actualmente está en la cárcel).
Muchos de los voluntarios y miembros de sus familias cuentan historias de persecución, que incluyen apaleamientos y tortura a manos de las fuerzas israelíes. Pregunté si alguno de los voluntarios actuaba movido por sentimientos personales de venganza. 'No', me dijo un instructor. 'Si esto fuera lo único que motivase al candidato, su martirio no sería aceptable para Alá. Lo que mueve la operación es una respuesta militar. El honor y la dignidad son muy importantes en nuestra cultura, y cuando nos humillan, respondemos con ira'.
La al khaliyya al istishhadiyya, que a menudo se traduce erróneamente como 'célula de suicidio' -la traducción correcta es 'célula de martirio'-, es el cimiento básico de estas operaciones. Generalmente, una célula está compuesta por un líder y dos o tres jóvenes. Cuando se sitúa a un candidato en una célula, normalmente tras meses o años de estudios religiosos, se le asigna el grandioso título de al shaheed al hayy (el mártir viviente).
Cada célula está estrictamente segmentada y es secreta. Los miembros de la célula no comentan su afiliación con los amigos o la familia, y ni siquiera si dos de ellos se conocen en su vida normal son conscientes de pertenecer a la misma célula (sólo conocen al líder). Cada célula, que es disuelta una vez que finaliza la operación, recibe un nombre tomado del Corán o de la historia islámica.
Lectura intensiva del Corán
En la mayoría de los casos, los jóvenes pasan por ejercicios espirituales intensivos, que incluyen plegarias y lecturas del Corán. Las lecturas religiosas ocupan entre dos y cuatro horas al día. El mártir viviente pasa por largos ayunos y emplea buena parte de la noche en orar. Paga todas sus deudas y pide perdón por sus ofensas reales o imaginarias. Si un candidato está en la lista de buscados de los servicios de seguridad israelíes, pasa a la clandestinidad, y se mueve de escondite en escondite.
En los días anteriores a la operación, el candidato prepara un testamento en papel, en cinta de vídeo o de audio, y a veces de las tres formas. Los testamentos hacen hincapié en el aspecto voluntario de la misión: 'Es mi libre decisión y os animo a todos a seguirme', decía un joven voluntario, Mohamed Abu Hashem, en un testamento grabado antes de que saltara por los aires en 1995, en represalia por el asesinato de Fathi Shiqaqi.
Inmediatamente antes de que el voluntario parta para su viaje final, realiza unas abluciones, se pone ropa limpia, e intenta asistir por lo menos a una oración comunal en la mezquita. Recita la oración islámica que es obligatoria antes de la batalla y le pide a Alá que perdone sus pecados y bendiga su misión. Pone un Corán en el bolsillo del pecho izquierdo, sobre su corazón, y se ata los explosivos a la cintura o coge un maletín o una bolsa que contiene la bomba. El planificador dice adiós con estas palabras: 'Que Alá esté contigo, que Alá te dé éxito para que puedas ir al paraíso'. El mártir en ciernes responde: 'Inshallah, nos encontraremos en el paraíso'.
Horas más tarde, cuando pulsa el detonador, dice: 'Allahu akbar' ('Alá es grande. Alabémosle').
La operación no termina con la explosión y las muchas muertes. Hamás y Yihad Islámica distribuyen copias de vídeo o de audio del mártir a los medios de comunicación y las organizaciones locales para dejar constancia de su éxito y animar a otros jóvenes.
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