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Poco esquí y mucha acrobacia en los Juegos Olímpicos de invierno

La competición en Pekín viaja de la nostalgia de los Fernández Ochoa a la ilusión de los nuevos

Juegos de Invierno 2022
Ander Mirambell, en una prueba en Alemania el pasado mes de enero.FRIEDEMANN VOGEL (EFE)
Carlos Arribas

“¡Qué pereza!” El presidente de la federación española de deportes de invierno, May Peus, recuerda estremecido los tiempos, no tan lejanos, en los que antes de unos Juegos Olímpicos de invierno los focos de los medios, habitualmente esquivos, se centraban por unos días en las pistas de esquí, y lo hacían con el nostálgico del imperio que nunca lo fue recordando sus glorias pasadas.

“Seguíamos viviendo de los hermanos Fernández Ochoa, de Paquito y su medalla de oro de Sapporo 72, y de su hermana Blanca, bronce también en eslalon 20 años más tarde…”, dice Peus. “Pero en Pyeongchang, hace cuatro años, las medallas del patinador Javier Fernández y de Regino Hernández, en snowboard cross, las primeras del invierno español en 26 años, nos permitieron pasar de la nostalgia a la esperanza. Y en eso estamos. El discurso ha cambiado muchísimo”.

Ni los deportes de invierno, 15 especialidades olímpicas de nieve y hielo, son universales, tan dependientes de la geografía y de la realidad socioeconómica como son, ni la España de los Pirineos y Sierra Nevada, y de clima cada vez más africano, ha sido nunca país puntero. En Pekín 2022 participan 91 países, menos de la mitad que en unos Juegos de verano, y en el medallero histórico de los 23 Juegos disputados desde los iniciales de 1924 en Chamonix (Francia) solo figuran 41. Con sus cuatro medallas, el invierno español marcha 34ª de un listado encabezado por los 368 podios de Noruega. Los países escandinavos, los alpinos, los Países Bajos en los que los niños aprenden antes a echar carreras en los canales helados que a andar, las grandes potencias y otros países del hemisferio norte en los que, como en Canadá y Rusia, la nieve es la reina varios meses al año, dominan el espacio.

Y así estaban las cosas hasta que, hace nada, los deportes urbanos, de hormigón y adrenalina, tomaron las pistas de esquí y, mientras los padres se pasaban el día subiendo en el telesilla y bajando ladera abajo haciendo eses, los hijos se divertían con tablas y esquís cortos haciendo cabriolas y piruetas. “Todos somos hijos de padres que hacían esquí tradicional y nos dejaban a los niños divertirnos abajo, en el parque”, dice la joven freeskier (esquiadora acrobática) guipuzcoana Maialen Oiartzabal.

Y, de ahí a los Juegos, donde, para soponcio de los puristas, que los consideran más asunto de circo que de deporte de dolor, agonía y sufrimiento —”dentro de poco ya será olímpica hasta la pelea con bolas de nieve”, ironiza el exesquiador croata Ivica Kostelic, vieja gloria de una especialidad tradicional, la combinada, a punto de desaparecer del programa—, las especialidades de adrenalina ganan y ganan terreno. Y la nieve ya no es asunto solo de los países de siempre. Las nuevas figuras pueden llegar de cualquier parte. También de España.

El signo español ha cambiado. El faro no son las puertas o las banderas de un gigante o un eslalon ladera abajo; el signo son ahora acrobacias sobre una tabla en un halfpipe de una rider, llamada Queralt Casteller o el vuelo ingrávido en el big air, con esquís en los pies y la noche alrededor, de dos freeskiers como Thibault Magnin o Javier Lliso; o la carrera arriba y abajo, por una pista como las de motocrós, sobre tabla de Lucas Eguibar. “Estamos para demostrar que se ha hecho muy buen trabajo en modalidades emergentes. Se ha apostado por ellos. El presupuesto de snowboard y free style se ha multiplicado por cuatro en siete años. El de alpino se ha doblado”, dice el presidente de la federación. “Y son figuras mediáticas... Entre Lucas, Queralt y Thibault son cinco medallas en Mundiales y una en Juegos... Y en la historia teníamos dos en Juegos y una en un Mundial. Nunca vamos a estar al nivel de los países alpinos, es imposible, pero sí con los del nuestro entorno”.

El signo de los tiempos. La nieve emergente. La globalidad.

“La medalla de Regino en 2018 cerró un periodo negativo de 26 años”, dice Peus. “Ahora pensamos que cada ciclo olímpico pueda haber una medalla. A Pekín vamos por lo menos con opciones de tres. Thib Magnin no ha hecho podio en Copa del Mundo, pero puede pasar de todo: está entre los 10 mejores del mundo, ¿por qué no? Queralt Castellet sería una sorpresa que no consiguiese podio. Viene de hacerlo en todas las Copas del Mundo. Ahí lo tiene. Si no falla y una de las tres rondas lo clava, es medalla. Y Lucas Eguibar ha estado más irregular últimamente, pero su deporte es de contacto, en el que influyen factores externos. En acrobacia, si haces el mortal lo haces, tienes tu truco y sabes lo que haces. Si fallas, fallas tú. En Pyeongchang le pasó, uno se le cayó delante, y era claro favorito”.

El equipo español lo componen 14 deportistas, nueve de nieve y cinco de hielo. Competirán en los pabellones de los Juegos de verano de 2008 refrigerados ahora, puro hielo, y en las montañas del norte, en Xiaohaituo, páramos desoladores, viento, frío, y cañones de nieve artificial que secan lagos lejanos y dibujan en las crestas peladas arterias blancas que en los mapas de Google destacan, las siete pistas alpinas de Yanqing y las de fondo de Zhangjakou, y parque de Genting, tanto viento, con sus baches, circuito de cross, slopes y halfpipes.

“Y no son más los de nieve porque aparte de los criterios, más laxos, de la federación internacional, hemos impuesto unos criterios internos exigentes, pero normales para llegar a unos Juegos a competir y a buscar el mejor resultado posible”, dice Peus, que recuerda que en esquí alpino masculino, el barcelonés Quim Salarich ha logrado este invierno terminar dos veces entre los 15 primeros en pruebas de Copa del Mundo, y el guipuzcoano Adur Etxezarreta ha hecho podio en Copa de Europa de descenso. “Unos resultados que no se conseguían desde hace 40 años en hombres. A unos Juegos, a unos Mundiales, los deportistas españoles tienen que ir a competir, no a ganar experiencia”.

Retirado Javier Fernández, el gran patinador, y con él toda su generación, el hielo español sufre la brecha generacional, pero por primera vez ha clasificado a dos parejas para unos Juegos Olímpicos, un logro. Una, la más veterana (Adrián Díaz, que ya bailó en Sochi 2014, y Olivia Smart) aspira a un top ten en danza; la otra, Laura Barquero, de 20 años, y Marco Zandron, de 23, y solo poco más de un año de relación, competirá en elevación y salto con aspiraciones más que de presente, aunque podrían pasar a la final de los 16 mejores, de futuro, pensando en los Juegos de 2026, Milán-Cortina d’Ampezzo. Les curtirá competir en la pista instalada en el pabellón que en 2008 acogió el voleibol y casi 40 años antes, en 1971, los partidos de tenis de mesa entre Estados Unidos y China de la histórica diplomacia del ping-pong entre Mao y Nixon. El quinto del hielo será el veterano del skeleton Ander Mirambell, y sus cuartos Juegos.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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