Dani de la Torre: “Almodóvar con Blanchett fue el mayor homenaje a Berlanga”
El director de la gala de los Goya revela los secretos de la ceremonia: de Sabina a los guiños a Galicia
El hijo de Jesús de la Torre, mecánico, y Encarna Alvaredo, profesora particular, trabajaba de montador en TVG y soñaba con hacer cine. Su primera película, El desconocido, con Luis Tosar, le valió ocho nominaciones a los Goya en 2016, entre ellas, mejor director novel. El pasado sábado, Dani de la Torre (Monforte de Lemos, Lugo, 47 años), dirigió la gala, seguida por 2,8 millones de espectadores. Ella murió hace tres años, después de hacerle un último encargo que llegará al cine el 23 de junio. Antes, el 18 de marzo, estrena la segunda temporada de la serie La Unidad (Movistar).
Pregunta. En los Goya de 2016 fue nominado como mejor director novel y en los del sábado, el director novel de la gala. ¿Con qué se pasan más nervios?
Respuesta. Sin duda cuando estuve nominado. Tres horas y medio de directo son complicadas, pero cuando trabajo no me pongo nervioso. Lo emocional es más difícil de controlar.
P. Fernando León de Aranoa dijo durante la ceremonia, citando a Borau, que “para hacer una película hay que estar enamorado”. ¿Qué hace falta para dirigir los Goya, además de atreverse?
R. Yo he dirigido los Goya porque estoy enamorado del cine. El cine, hacerlo y compartirlo, es un acto de amor y con esa filosofía afronté la gala.
P. ¿Se arrepiente?
R. No.
P. ¿Repetiría?
R. (Sonríe). No.
P. A la Academia le cuesta encontrar presentadores de la gala porque nadie quiere ponerse a tiro de Twitter. ¿Esta vez la plaza quedó desierta o fue algo deliberado?
R. Fue deliberado. Es verdad que pocos se quieren mojar en un país donde machacan a una chica por ganar un festival de música. Salir ahí es un riesgo porque la exposición es enorme. Por otro lado, queríamos dar agilidad a la gala. Son 31 premios, es decir, 31 monologuistas y si metes otro más y no engancha con el público la gala puede ser soporífera.
P. Pidieron a los nominados en una reunión específica que redujeran los agradecimientos a un minuto, pero muchos desobedecieron. ¿Les guarda rencor?
R. No. En el directo sí me cabreé. Luego pensé que esto pasa una vez al año, que hay gente que ha trabajado mucho por llegar ahí y que es su momento. Somos injustos, elitistas, especialmente la gente del cine, porque si sale Cate Blanchett y se pasa nadie dice nada, pero si el del corto habla minuto y medio ya decimos: “qué coñazo”.
P. No tiene Twitter.
R. Lo cerré hace tiempo porque me ponía triste. Las redes sociales ahora son el paleolítico, todos a garrotazos. Cualquiera insulta, cualquiera sabe más que nadie de cine, política, pandemias o volcanes. Me recuerdan al que te adelanta en coche y te hace un corte de mangas: todos son muy valientes desde el coche que escapa. Falta empatía, conocimiento y respeto.
P. Hubo mucho galego na gala. ¿Tiró para casa o fue casualidad?
R. Lo de los nominados fue casualidad. Sí me empeñé en que el In memorian fuera Luz Casal cantando Negra sombra de Rosalía de Castro. Es una canción muy cinematográfica, que Amenábar utilizó en Mar adentro y que me emociona muchísimo.
P. Almodóvar ha dicho que “la frialdad” de la taquilla con su película se debe al tema, la memoria histórica. ¿El público tiene culpa o el cliente y los académicos siempre tienen la razón?
R. Respeto mucho a Almodóvar. Es un genio, uno de los mejores directores del mundo. Pero yo no infravaloro al público, que es inteligente, sabe lo que ve y a veces quiere divertirse, otras emocionarse o desconectar. Hay premios de este año con los que no estoy de acuerdo. Por ejemplo, me parece una aberración que Espíritu sagrado y Seis días corrientes no tuvieran nominaciones, pero los académicos votan y lo respeto.
P. ¿Costó mucho convencer a Joaquín Sabina para que actuara en la gala?
R. Hasta el último momento.
P. ¿De qué parte de la ceremonia está más satisfecho?
R. Almodóvar pidiendo a la gente que se levantara con Blanchett fue Bienvenido, mr. Marshall, el mayor homenaje a Berlanga. Me encantó poder ofrecer a Sahraa Karimi, una directora afgana que tuvo que huir de su país, ese escaparate para expresarse. Conocer a Pepe Sacristán ha sido uno de los grandes regalos que me ha traído esta gala. El número de Libre fue muy controvertido, pero no buscábamos emular a Nino Bravo, que es insuperable, sino celebrar la libertad, la diversidad sexual. Hay que tener ovarios para abrir la gala y cantar ese himno y les estoy muy agradecido a las tres [Cristina Castaño, Jedet y Bebe].
P. ¿Y qué habría hecho de otra manera?
R. Lo he hablado con los guionistas, hay momentos que habríamos hecho de forma diferente, pero es muy complicado. Nosotros intentamos hacer un guion, darle un sentido, un mensaje. Luego los actores y actrices lo hacen suyo, hay cosas que no quieren hacer o decir y al final hay cosas que se van cayendo. Cada poco sale alguien dando gracias a su padre y a su madre y ese mensaje se desvirtúa. Sinceramente, creo que es imposible hacer un espectáculo con una entrega de premios. No es un late night donde todo está controlado. No es Broncano, no es Sardá... Pero eso también es lo maravilloso de la gala, lo que la hace única: que es incontrolable. Que de repente una señora se pase tres minutos y tengan que tirar de ella y que la gente se ría en su casa.
P. ¿Se imaginaba cuando trabajaba en TVG una noche como la del sábado o como la de febrero de 2016, cuando su primera peli tuvo ocho nominaciones? ¿Cuándo pensó que formaba parte de esa “noble tropa” del cine de la que hablaba Sacristán?
R. Por una parte, no me siento parte de esta tropa. No me gustan las alfombras rojas, las fiestas de postureo. Soy una persona discreta. Me gusta organizar la gala por el amor al cine, porque creo que es bonito que la gente nos vea, que nos entienda. Los vestidos y las joyas son prestados. Al día siguiente, se devuelven y la gente retoma su vida, sus facturas, el esperar a que le llamen... Hay una presión brutal, especialmente, sobre las actrices. Tienen que estar muy buenas, ser las mejores madres, las mejores profesionales. Un tipo mayor, calvo y con panza puede ser protagonista, pero a ellas, superada una edad, solo les dan papeles de abuelas o madres. Fue deliberado que tantas mujeres y de diferentes edades presentaran los premios. No me interesaba meter a la instagramer de turno. La diversidad existe en la vida y debe existir en el cine. Las mujeres han arado mucho, tenemos una deuda enorme con ellas que tenemos que ir saldando para arreglar las diferencias tan grandes que hay todavía.
P. Live is Life, esos Goonies gallegos, no se parece a sus otras películas: hay menos acción y más emoción. El empujón para hacerla se lo dio la persona que le llevó por primera vez al cine.
R. Sí. Cuando me llegó el guion de Albert Espinosa me gustó, pero no me pareció una peli para mí. Después mi madre enfermó de cáncer. Murió a los dos meses, pero en el hospital me animó a hacerla. Me dijo: “Déjate de tiros, haz una peli bonita, sentimental, como tú”. Y dije que sí con la condición de llevarla a mi terreno, al lugar de mi adolescencia, la Ribeira Sacra. Estoy muy agradecido.
P. ¿Quién era a la edad de los protagonistas de la película: el empollón, el rebelde, el ligón...?
R. Era lo peor que te puede decir una chica de adolescente y lo que más me gusta oír hoy, que casi tengo 50 años: era el riquiño.
P. En marzo estrena la segunda temporada de La Unidad. Se entrevistó con policías de la brigada antiterrorista y asistió a operaciones antiyihadistas. ¿Eran como imaginaba?
R. Eran mejores. España es líder en detenciones antiterroristas porque es una vía de entrada a Europa. Me sorprendió lo profesionales y lo escrupulosos que son. Hay policías hombres para los detenidos hombres y policías mujeres para las detenidas mujeres. Estaba con ellos en las furgonetas, entré con un pasamontañas y un chaleco y me permitieron verlo todo.
P. En esta segunda temporada, el objetivo de los terroristas son los policías y el antagonista está basado en un personaje real.
R. Para ese personaje fusionamos tres detenidos en la vida real por colaborar con terroristas, financiar al ISIS y adoctrinar. En la primera temporada los policías lo daban todo para llegar antes, para evitar el atentado. Ahora son ellos y sus seres queridos los amenazados y reflejamos esa parte tan ingrata, cuando un policía no puede ver a su familia porque la pone en peligro. El motor del antagonista también es el amor, ya no busca hacer el máximo daño posible, sino vengar a su hijo. Y no puedes justificarle, pero sí entender.
Babelia
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