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El Taiger
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El Taiger de Cuba: sentimiento de un país

Las abrumadoras muestras de dolor o conmoción ante el asesinato del reguetonero cubano han recibido no pocos cuestionamientos a partir de una severa fiscalización de las emociones, un código civil que autoriza qué debe uno padecer o no

José Manuel Carbajal Zaldívar, reguetonero conocido como El Taiger, en Cuba, en una imagen compartida en sus redes en abril de 2024.
José Manuel Carbajal Zaldívar, reguetonero conocido como El Taiger, en Cuba, en una imagen compartida en sus redes en abril de 2024.@el_taiger

Una semana demoró la agonía del reguetonero el Taiger en el Jackson Memorial Hospital de Miami, desde que en la madrugada del pasado 3 de octubre fuese abandonado en la parte trasera de un Mercedes Benz negro, apenas a unas cuadras del centro médico que lo atendió, con una herida de bala en la cabeza. Había sobrevivido en situación extremadamente crítica. A través de largas jornadas de duelo y mínimo pero contagioso optimismo, cientos de miles de cubanos rindieron homenaje, elevaron plegarias, pidieron a sus santos y convirtieron temas de perreo en oraciones litúrgicas.

José Manuel Carvajal, que es su nombre oficial, tenía 37 años, y se había convertido en un ídolo popular. Su muerte, y el crimen del que fue víctima, también han sido objeto de debate político en el corazón del exilio. Su adicción a las drogas duras, su vida atropellada, sus visibles contradicciones y esa suerte de pulsión destructiva que ha triturado a tantos artistas, aquellas cosas que suelen romantizarse en figuras como Brian Jones o Amy Winehouse, no han sido del todo aceptadas en su caso, tal vez porque se trata de un hombre negro, autodidacta, dueño del agresivo lenguaje del guetto y punto de discordia dentro del fuego cruzado nacional.

El Taiger no había renunciado a la posibilidad de cantar en La Habana y en Miami y cruzaba el Estrecho de la Florida tantas veces al año como deseaba. Lo acusaron de cómplice del régimen, de chivato e incluso de esbirro. Alexander Otaola, el influencer conservador que funciona como líder de estas hordas, llegó a decir: “El Taiger merece cualquier cosa, incluso hasta un infarto del miocardio. Todo lo malo que le suceda al Taiger será siempre motivo de celebración”. También solían impugnarle su nula empatía con los presos políticos que dejaron como saldo las protestas populares del 11 de julio de 2021. Pero eso no es del todo cierto.

Después de aquella fecha, El Taiger lanzó ofensas contra el presidente cubano Miguel Díaz-Canel y confesó que la represión le había abierto los ojos, que se trataba de un punto y aparte para él. No hizo canciones ni se subió, como otros, a la moda de la disidencia, lo que a la larga parece más respetable. Luego volvió a Cuba y su video de denuncia quedó archivado, fue destruido por un ecosistema mediático que mezcla a partes iguales frivolidad con militancia, chisme con consigna, y establece permisos políticos arbitrarios, de acuerdo a sus intereses privados. No tienen Estado ni ley, y en verdad son inofensivos, pero actúan como si quisieran fundar en otra tierra un nuevo régimen.

Lo que ahora ha estado en disputa es la legitimidad de ese orden pernicioso, que no pasa solo por las decisiones particulares de un cantante. Las abrumadoras muestras de dolor o conmoción ante el asesinato del Taiger han recibido no pocos cuestionamientos a partir de una severa fiscalización de las emociones, un código civil que autoriza qué debe uno padecer o no, por qué estaría permitido estremecerse, y desconoce la naturaleza del vínculo, que nunca es uniforme, absoluto, ni excluyente.

En vez de llorar al reguetonero controversial, habría que hacerlo por los presos políticos, lamentablemente el as bajo la manga de muchas manipulaciones y chantajes. Hay entonces una jerarquización ideológica de los afectos. Si el Taiger solo hubiese dicho lo que le exigían, ya habríamos ganado el permiso para conmovernos con su pérdida. Aun así, Miami se ha entregado al fervor y a la tristeza, pues encontró en esa música alivio y consuelo, y nadie puede legislar con qué uno se alivia o se consuela, o cuál es el patrimonio íntimo de un emigrante.

En la isla, miles de cubanos salieron a las calles e improvisaron altares para orar en conjunto por la vida del artista, un gesto que también fue parcialmente condenado, ya que, dicen, son personas que no salen a exigir sus derechos. El reclamo, en este caso, parece todavía más injusto, porque se trata de gente que en los últimos tres años no ha dejado de protestar y mostrar su rechazo al régimen, a pesar de que han sido castigados con saña. Además, ese desparpajo a la hora de convocar a una reunión pública, así sea un acto de peregrinación por un reguetonero, debe leerse como otra consecuencia o saldo auspicioso del 11 de julio, en un país obediente que antes de aquella jornada solo se reunía en masa si lo ordenaba el partido comunista.

La nomenclatura política del régimen se mantuvo alerta ante este síntoma y unos días después del suceso empezó a condolerse por el destino del Taiger y a reconocer su impronta dentro de la música cubana, pasando por alto que durante años persiguieron, satanizaron y censuraron a los reguetoneros del país, o que la mayor parte de ellos se encuentran hoy en el extranjero porque la vida en la isla resulta insostenible. Desde José Lezama Lima y Virgilio Piñera, las reivindicaciones en el castrismo ocurren sin disculpas ni reparaciones de fondo. Calificado igualmente de comunista, el Taiger se volvió entonces un regalo inesperado para un régimen que ahora mismo no tiene de qué agarrarse y que, por tanto, no le hizo ascos a un muchacho que antes habían catalogado como vulgar, cuyo arte atentaba contra los valores del socialismo.

El Taiger proviene de una clase marginada y de una vida en principio condenada a la pobreza, clase y vida compartida con la mayor parte de los presos y ex presos políticos. El sustrato de esas experiencias propiciaron unos vínculos que los esquemas convencionales suponen encontrados, contrarios. El rapero Maykel Osorbo, o el humorista Yoandi Montiel, popularmente conocido en redes sociales como El Gato de Cuba, expresaron su apoyo al cantante y lamentaron su desgracia, algo que también hicieron Al2 o El B, artistas verdaderamente contestatarios que en Cuba formaran el legendario dúo Los Aldeanos.

En este orden de cosas, el preso importaría como argumento o categoría abstracta, pero no como individuo. Se reniega de aquello que al preso le gusta, el lugar al que pertenece, su educación sentimental; lo que le ha entregado dignidad u opciones espirituales de supervivencia, por precarias que sean. Como carne de cañón, objeto que a través de la violencia recibida confirma el carácter dictatorial del Gobierno cubano, el preso no necesita escuchar al Taiger, ni desalinearse un palmo del modelo que garantiza su utilidad: la identidad pura de la víctima como arquetipo.

En última instancia, no parece destinada al éxito la empresa de liberar un país cuyas emociones se desprecian.

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